A mi querida
Ven, dulce amiga, que tu amor imploro:
luzca en tus ojos esplendor sereno,
y bajo en ondas al ebúrneo seno
de tus cabellos fúlgidos el oro.
¡Oh mi único placer! ¡oh mi tesoro!
¡Cómo de gloria y de ternura lleno,
estático te escucho, y me enageno
en la argentada voz de la que adoro!
Recíbate mi pecho apasionado:
ven, hija celestial de los amores,
descansa aquí, donde tu amor se anida.
¡Oh! nunca te separes de mi lado;
y ante mis pasos de inocentes flores
riega la senda fácil de la vida.