A mi amigo Lanz
¡Oh dulce Lanz! Mi juventud lozana
ya para siempre huyó, cual agostada
rosa, que brilla sólo una mañana.
Cerca está ya de mí la fatigada
corva vejez, de muerte precursora,
de achaques y quebrantos rodeada.
¿Dó estás, oh juventud? ¿Dónde está agora
de aquel semblante mío la frescura?
¿Dónde del claro Tormes la pastora
que del cáliz de amor ¡ay! la dulzura
me dio a gustar? Mi luz es eclipsada;
ya sepultado ¡ay! yago en noche escura.
Pronto la férrea Parca no aplacada
irresistible va a precipitarme
en el voraz abismo de la nada.
Dulce esperanza ¡oh! ven a consolarme:
¿Quién sabe si es la muerte mejor vida?
¿Quien me dio el ser no puede conservarme
mas allá de la tumba? ¿Está ceñida
a este bajo planeta su potencia?
¿El inmenso poder hay quien le mida?
¿Qué es el alma? ¿Conozco yo su esencia?
Yo existo; ¿dónde iré? ¿de dó he venido?
¿Por qué el crimen repugna a mi conciencia?
Si de toda moral la norma ha sido
nuestro propio interés, ¿por qué en la historia
siempre el perverso vive aborrecido?
¿Me es de Nerón odiosa la memoria
porque temo morir de sus crueldades
víctima? ¿Qué interés tengo en la gloria
de Foción? ¿Qué me importan las maldades
del infame Tiberio? ¿De Trajano
qué bien hacerme pueden las bondades?
No calumniemos el linaje humano:
el malo a las ideas generosas
un vil origen atribuye en vano.
No, Lanz: de las acciones virtuosas
estímulo es la noble simpatía;
El egoísmo vil de las viciosas.
De Helvecio errada la filosofía
convence en esta parte la conciencia,
que es de nuestra razón la mejor guía.
Vano fuera alegarnos la experiencia,
que sólo enseñar puede lo que ha sido;
quien lo que debe ser dice es la ciencia.
Tiranos y impostores se han unido
para ahogar la virtud, y yo me admiro
que sus esfuerzos más no hayan podido.
En todas partes la violencia miro
sobre el trono sentada, y exhalando
la libertad el último suspiro.
Del despotismo el horroroso bando;
la vil superstición, la intolerancia
la sanguinosa espada blandeando;
la feroz anarquía que la Francia
corre, y tala y asuela; cual abrasa
celeste rayo la suntuosa estancia
de reyes, junto con la humilde casa
del pobre labrador, y vuela ardiente,
consumiéndolo todo por do pasa.
¿Qué haces? ¿Dó te despeñas, imprudente
pueblo? ¿La libertad sin moral quieres?
¿Qué Dios te sopla este furor demente?
¿Piensas, atropellando tus deberes,
que más sean tus derechos respetados?
¡De cuán fatal error víctima eres!
Así es; los pueblos desmoralizados
hoy sus cadenas rompen, y otro día
se forjan grillos mucho más pesados.
De la ignorancia siempre la anarquía
ha sido inseparable compañera,
como la libertad lo es de Sofía.
Mas todos los delitos que esta fiera
comete, culpa son del despotismo,
en cuyo horrible seno ella naciera.
Así en Milton los monstruos del abismo
devoran con rabioso ávido diente
de quien les diera el ser el seno mismo.
¡Ah! sepamos templar hasta la ardiente
ansia del bien; el hombre es perfectible,
pero se perfecciona lentamente.
¿El efecto fatal de la terrible
revolución francesa cuál ha sido?
La guerra general, un lujo horrible,
el orbe por dos pueblos oprimido,
repúblicas y reinos devorados,
de Europa el equilibrio destruido;
de la filosofía los sagrados
principios por la chusma de escritores
con descaro increíble calumniados;
de cuanto del delirio en los furores
un populacho vil ejecutara,
culpados los más célebres autores.
El amor del trabajo, do cifrara
sus virtudes la clase laboriosa,
ora la sed del mando reemplazara.
Donde los proletarios su horrorosa
dominación ejercen, ¿la anarquía
qué vínculo social disolver no osa?
En el abismo de la tiranía
al pueblo precipita la licencia,
que por sus falsas máximas se guía.
Así el Vesubio lanza con violencia
de sus entrañas rocas inflamadas,
de la atracción venciendo la potencia.
Mas luego por su peso arrebatadas
caen, y abrasan los campos convecinos,
y sepultan ciudades desoladas.
Tal un pueblo empeora sus destinos,
cuando se entrega a locas sugestiones
de demagogos de alentar indinos.
Con las horribles exageraciones
de la revolución el despotismo
perpetuamente asusta a las naciones.
Como si el más absurdo fanatismo
de un vulgo vil fuera razón bastante
para que en un profundo parasismo
los pueblos se durmiesen, y triunfante
de los, esfuerzos de animosos pechos
la soberbia opresión fuera arrogante.
El hombre jamás pierde sus derechos;
cobrar la libertad es siempre justo;
rompamos nuestros grillos; que deshechos
al suelo caigan, y que pongan susto,
cayendo, a los tiranos macilentos
que nos oprimen con su cetro injusto.
Sofisma es confundir con los violentos
furores de la plebe arrebatada
de una nación los grandes movimientos.
Cuando la propiedad es respetada,
cuando la humanidad al pueblo guía,
cuando toda opinión es tolerada,
¿puede nacer acaso la anarquía
de una revolución sólo funesta
a los fautores de la tiranía?
Nueva lógica, amado Lanz, es ésta,
olvidar la violencia perdurable
del déspota, y la furia descompuesta
alegar de la plebe, cuya instable
cólera se apacigua en un momento,
como las olas de la mar mudable.
Más de tres siglos hace que el sangriento
infame tribunal del Santo Oficio
oprime a España con furor violento.
Y dos años, no más, el ejercicio
fatal de la anarquía duró en Francia;
¿cuál causa de los dos más perjüicio?
¿La riqueza, el comercio, la abundancia
de cuál de los dos pueblos han huido?
¿Dó esta el saber, y dónde la ignorancia?
Tal la revolución francesa ha sido
cual tormenta que asuela las campañas,
los frutos arrastrando del ejido.
Empero el despotismo las entrañas
deseca de la tierra donde habita;
cual el volcán que vive en las montañas,
y con perpetuo movimiento agita
el suelo, que su lava esteriliza,
y, cuanto más destruye, más se irrita.
La esclavitud es quien desmoraliza
los pueblos, quien sofoca los talentos,
y quien toda virtud inutiliza.
Ni tampoco están libres de violentos
vaivenes las naciones más esclavas,
y de internos terribles movimientos.
Cual mugen del Océano las bravas
olas, cuando la tierra se estremece,
y la mar rompe sus ferradas trabas;
un pueblo esclavo, cuando se embravece,
con sus cadenas se arma, y desbocado,
ningún delito en su furor le empece.
Contemplemos el suelo malhadado
de la Persia infeliz, de la Turquía,
por un dueño absoluto dominado.
Las discordias civiles, la anarquía
son siempre inseparables compañeras
del despotismo, y de la tiranía.
Y de consuno las monstruosas fieras
sangre beben, de sangre se alimentan,
y las naciones devorando enteras,
con llanto y sangre se sustentan.