A mi amigo, el Excmo. Sr. don Tomás de Corral
No pienses que esta epístola, Corral excelentísimo, va dirigida al célebre de Hipócrates discípulo. Por más que yo, sin brújula, bogue en estrecho círculo, sin que tus sabios récipes den al bajel más ímpetu; no tanto aflige el ánimo de este doliente mísero el ver la ausencia crónica de su doctor científico, como las dulces pláticas del amigo carísimo no oír, ni en grato diálogo darnos placer recíproco. Lo que es en cuanto al médico, si de mi casa el címbalo tocase, y dentro viéralo, fuera con él brevísimo. Solamente dijérale que ante el poder febrífugo de las plateadas píldoras que introduje en mi físico; y gracias a la pócima con que Simón el químico purgó mi región ínfima de materiales rígidos; y a la virtud benéfica de aquel sabroso líquido, producto del cuadrúpedo que con Balán fue explícito; ya mis repuestas vísceras, merced a estos antídotos, con su morboso cómplice han roto el fiero vínculo. Y dócil ya mi estómago digiere el néctar índico, que en espumante jícara es de mi gula el ídolo, si bien no tan benévolo suele mostrarse el pícaro cuando la carne sólida (aunque de tierno vítulo) envuelta en jugos gástricos baja al duodeno crítico, y toca por sus trámites en la región del hígado. Ya allí más climatérico se presenta el capítulo: que el abdomen atónico se eleva timpanítico. La digestión, por último, cuesta trabajos ímprobos; mas se hace, y presto el órgano vuelve a su estado prístino. En estos días plácidos en que, venciendo el frígido rigor, el numen délfico mostró su rostro vívido; salí, según sus órdenes, en alquilón vehículo, del ambiente atmosférico a aspirar el oxígeno. Mas ni aun con ese método place al dios soporífero que de noche mis párpados cierre sueño pacífico. Esto al doctor dijérale, mas no podré decírselo; que de mi hogar doméstico tocar no quiere el címbalo. Tú, pues, que de ese prófugo amigo eres tan íntimo, según es fama pública, Corral amabilísimo; tú de mi parte búscale y dile que mi espíritu se apoca melancólico si no entona mi físico. Que un régimen dietético me imponga, y yo solícito, más que el Corán los árabes, guardaré sus artículos. Dile que si algún mérito halla en mis versos líricos, y de escritor dramático me otorga el alto título, torne a este cuerpo lánguido vigor que mi estro rítmico encienda; y de mi cítara verá que al son dulcísimo canto su nombre célebre, que es ya de salud símbolo; y acaso al suyo uniéndole suba mi nombre altísimo.
Marzo de 1853