A la salud
de Clemente Althaus


Virgen celeste, ¿cuándo
será que, mitigando
tan severos enojos,
vuelvas a mí los compasivos ojos?
Ya siete veces el Abril rïente
de verdes hojas coronó las plantas
y de pintadas flores, y otras tantas
cubrió de nieve el suelo tristemente
el frío primogénito del año,
y aún gimo y lucho con el mal extraño
que mi cuitada juventud devora;
cual mísero doliente,
a quien lento veneno
dio en su tierna niñez mano traidora,
por largos años fallecer se siente,
tal agonizó y sin descanso peno,
y en vano, oh Diosa, tu favor invoco;
cual dura, apenas viva,
luz a quien va faltando poco a poco
el licor de la oliva,
y cada instante la mirada espera
que ya del todo muera,
yo así, en mal tan extremo,
en cada día el de mi muerte temo.
De él me liberta, Diosa,
y tu loor divino
eternamente cantará mi lira,
dulce ya y melodiosa,
si la sagrada gratitud la inspira.
Mas ¿quién con dignos labios ensalzarte
iluso esperar osa?
De tu inmensa beldad ¿quién dirá parte?
Tiñe nativa grana tu mejilla,
que remedar no pudo nunca el arte
de afeitada beldad artificiosa;
mármol de Paros, nieve sin mancilla
es el turgente seno;
y tu mirada cual lucero brilla
en el éter sereno:
siguiendo donde quiera tus pisadas
van las turbas aladas
de las felices Risas y Placeres,
que con extraño error en compañía
pinta la Poesía
de la Diosa de Pafo y de Citeres;
tan bella por fin eres,
que de la envidia el áspid importuno,
pudo sentir por tu hermosura sola
la vencedora de Minerva y Juno,
y el carmín eclipsó con tu presencia
que sus blandas mejillas arrebola.
¿Qué sin ti vale el oro,
que no aprovecha más que al ruin avaro
su enterrado tesoro?
¿Qué la suerte más próspera y válida,
gloriosos lauros y linaje claro?
Las más alegres animadas fiestas
tristes son funestas
para quien llora con tu ausencia impía:
el sonoro compás de las orquestas,
las mil luces y mil que en nuevo día
la oscura noche tornan, la algazara,
y las sonantes olas del gentío
fueron siempre sin ti pena y hastío,
que todo tu enemiga lo acibara.
¡Cuánto te anhelo sin cesar! Contigo,
oh tú sin quien la vida es larga muerte,
por la de vil mendigo
trocará al punto con placer mi suerte;
Sin ti diademas reales
despreciaran mis sienes,
y mis manos del Inca los caudales;
que fáciles contigo son los males,
y sin ti males son los mismos bienes.
Ven, y te apiade mi tormento duro,
desarme tu rigor mi humilde ruego,
que, si de nuevo a disfrutarte llego,
eternamente respetarte juro;
y como virgen pía
velaba asidua el sacrosanto fuego
con que la llama de su vida ardía,
así te he de velar yo sin sosiego:
no tantos de ti gocen
que, porque nunca los dejaste esquiva,
tu valor desconocen,
y, como ya este triste arrepentido,
te ofenden o te tratan con descuido;
y de mí que conozco cuánto vales,
y el amor te tendré que tú mereces,
no desoigas las preces,
y da piadoso fin a tantos males.


Esta poesía forma parte del libro Obras poéticas (1872)