A la patria con motivo de la guerra civil
Fingid que el deshonor turbia y desdora la venerada frente de la que el ser os dio; que al torpe insulto alzar no osáis la mano vengadora, flaca y cobarde ante el oprobio oculto; y cuando estéril os devore la ira y la vergüenza el anima os taladre, sabréis qué musa mí canción inspira a España, que es mi mancillada madre. ¡Musa es también la indignación!... ¡Oh gloria! Cuando en cercanos juveniles días yo, de la patria historia las páginas brillantes o sombrías trémulo recorrí, de España el genio, atónito, a mis ojos se alzó y aún guardo su febril memoria. Él, numen sacro de la Patria, él era quien enfrenaba el paso del río en la pradera, lamentando el cantar de Garcilaso, o en la guerrera trompa vibraba el himno triunfador de Herrera; él, quien el áureo brillo y de los cielos la innarrable pompa trasladó sobre el lienzo de Murillo, y dando a Cano su fecundo soplo, como del barro Dios, del mármol rudo héroes formaban al golpe del escoplo. Por su pálida frente la indecisa sombra de los gigantes sueños de Calderón cruzaba adusta, y vagaba en sus labios la sonrisa inmortal de Cervantes. Para surcar la augusta soledad de los mares no sabidos, Colón guiaba sus audaces quillas; para domar vencidos en pavorosas lides los pueblos todos, con horrendo estrago, broquel y espada diéronle los Cides y su corcel Santiago. Y en cuanto el mar abarca, y en Cuanto el sol corona, las razas le aclamaron por monarca del mar de hielo a la abrasada zona. Que él sojuzgó la América en Otumba, hundió al Asia en Lepanto, abrió en Las Navas de África la tumba, y fue en Pavía de la Europa espanto. Escritas fueron en su altivo idioma de dos mundos las leyes. Él dio a los pueblos reyes y Césares a Roma. Para guardar sus valles fió a Guzmán las puertas de Tarifa, y dio al vasco el peñón de Roncesvalles. Y antorchas de su gloria, sobre el pasado oscuro de veinte siglos, colocó a distancia, para alumbrar su historia, de Zaragoza el incendiado muro y las eternas llamas de Numancia. Dios coronó de mieses sus llanuras, de bosques sus montañas; dio a sus valles rumores y espesuras; guardó de los metales el tesoro del monte en las graníticas entrañas, y sobre lechos de oro adormeció las ondas de sus ríos. Dios ciñó con guirnaldas de entrelazadas vides sus colinas, derramando en las faldas la plata de las fuentes cristalinas. Tachonó de topacios la sombra de sus noches estrelladas, llenando los espacios de eterno azul con brisas perfumadas; y ceñida de luz y resplandores, coronada de rosas y azahares, cual la diosa gentil de los amores, surgió España del beso de dos mares. ¡Hoy!... La vergüenza muda puesto en los labios el discreto dedo, silencio exige a mi palabra ruda. ¡Hoy! Cuando el llanto anubla mis pupilas, yo, con afán incierto, me pregunto, en mis horas intranquilas, si en tu recinto, España, la fe, el honor y la virtud han muerto. No es tu raza esa impura turba que arrastra por sangrientas charcas, Patria infeliz, tu regla vestidura, ciñendo, en vez de tu severa toga, el manchado disfraz de la locura. No se engendró en tu seno quien, si en el mar, do boga, de la codicia y la ambición, se anega, a las turbadas olas la honra, cual carga peligrosa, entrega. No nació de matronas españolas esa prole pigmea que en torno a la tribuna del sofista ebria le aplaude o gárrula vocea. Ni se forjó tu espada de conquista para las flacas manos que hoy blanden el puñal, que rojo humea, tinto en la sangre ¡oh Dios! de los hermanos. Repudia, oh Patria, la villana escoria que el claro brillo de tu estirpe amengua, que ella rompió tu pacto con la gloria; no sabe de tu honor, ni habla tu lengua. Pastor que guías las nevadas greyes de la ardua sierra a los tendidos llanos; tosco labriego que con tardos bueyes rompes los anchos campos castellanos; tú, que pueblas con vides las laderas; tú, a quien sus frutos de oro dan el naranjo umbroso y las palmeras; tú, que audaz buscas en remotas zonas el ganado tesoro, fiando al mar las combatidas lonas; virgen que con el lloro riegas hoy tus marchitas alegrías; viejo soldado que en la pobre aldea cuentas al nieto, en el hogar oscuro, las victorias sin mancha de otros días; madre infeliz, que sobre el pardo muro de la iglesia desierta, doliente apoyas las mejillas frías: todos cercadme, y cual sagrado coro clamad: -«¡Oh Patria, a quien lloramos muerta! Patria, caída en afrentosas luchas; Patria, si nos escuchas, álzate erguida en pie: ¡Patria, despierta!»