A la misma
Cuando mi bien el campo hermoseaba que del Órbigo baña la corriente, yo de su vista celestial ausente solitario y lloroso me quejaba. Hoy, que la veo al fin; hoy que esperaba el dulce premio de mi amor ardiente, hállola sin piedad, dura, inclemente, y más mi angustia y mi dolor se agrava. Pues bien, Pradina: si al afecto mío perpetuo llanto y desamor le espera, culpa de ausencia o del olvido impío; goce yo tu sonrisa placentera, y más que en fuerza de tu infiel desvío gimiendo viva, y suspirando muera.