A la memoria de mi padre
¡Oh Señor de la vida y de la muerte! ¿Por qué no me escuchaste? Yo humildoso mi faz cosía con el polvo negro, y te rogaba que el instante aciago, señalado al morir del padre mío, lentamente viniera, y tarde entrara en la serie constante de las horas. ¿Por qué no me escuchaste, y en mis ojos perenne material de amargo llanto sin piedad has abierto? Si una sombra de unirse había a las del reino oscuro, ¿Mi vida aquí no estaba? En flor yo hubiera a la tumba bajado, y ningún hijo, ninguna esposa, en mi morir pensara.