​A la música​ de Clemente Althaus


Noble arte a quien la palma
otro arte en vano disputar procura,
por ti se engolfa mi alma
en un piélago inmenso de dulzura,
de donde no volviera
jamás a la tristísima ribera;
mas antes, continuando
su viaje venturoso en presto vuelo
por piélago tan blando,
al fin llegara del distante cielo
a tranquila ensenada,
y en ella hiciera su inmortal morada.
Tú manejas las llaves,
tú los senos más íntimos conoces
del corazón; tú sabes
templar mis penas y exaltar mis goces;
y si con vez frecuente
abres del lloro la profunda fuente,
las gotas de mi llanto
mi faz refrescan, de dulzura llenas,
como rocío santo;
y si tal vez al corazón das penas,
no hay placer ni alegría
que más me halague que la pena mía.
Apenas tu primera
nota me hiere, me transformo y mudo
todo yo en tal manera,
que soy otro hombre que espantarse pudo
con tu sin par hechizo,
maga divina, de lo que antes hizo.
Como después me espanto
de lo que sentir me hizo tu inflüencia,
tu inflüencia que tanto
a mí mismo de mí me diferencia,
y aspecto tan diverso
a la vida le da y al universo.
Desdén cobra al pecado
mi alma, y de los suyos se arrepiente
por ti, y menospreciado
es de ella el metal vil que ansía la gente;
los deleites le apocas
y las mundanas diversiones locas.
Tú su excelso divino
origen le recuerdas, la celeste
patria de donde vino
y a do, dejada la terrena veste,
volver aspira ahora
desde el triste destierro donde mora.
Por ti desprecio noble
los insultos o halagos de la suerte,
y vida siento doble;
miro el martirio impávido y la muerte;
ni ya me son extrañas
de los mayores héroes las hazañas.
A mi presente estado
presta me roba tu virtud amiga;
torna a ser lo pasado,
que con lazo tan fuerte a ti se liga,
que tan viva y fielmente
nada hay que como tú lo represente.
De mis primeros años
las altas ilusiones infinitas
y sublimes engaños
en mi alma desolada resucitas;
mis ambiciones haces
y mis proyectos renacer audaces.
Por ti confiado creo
en la engañosa voz de la Esperanza,
y presume el deseo
que alcanza ya lo que ninguno alcanza,
y aún lo imposible quiero,
que fácil me parece y hacedero.
Clara sublime prueba
de la inmortalidad del alma humana,
que presiente su nueva
vida cuando te escucha, y de la arcana
celestïal delicia
mágica le anticipas la primicia.
Del vivir sobrehumano
sensaciones me das, que gozar fío:
mas declarar en vano
procura con afán el labio mío
cuánto en mí puede y cuanto
la fuerza misteriosa de tu encanto.
Mas ¿qué mucho que hieras
nuestras almas así tan hondamente,
si hasta las torpes fieras
sienten todas y entienden tu elocuente,
universal idioma,
que su crueldad nativa amansa y doma?
No es ciego devaneo
ni de griega invención bella mentira,
que de Cadmo, y Orfeo
con el divino canto y con la lira,
fuiste a la estirpe nuestra
de la vida civil primer maestra.
Ni es fábula que el canto
y laúd gemidor abrirle pudo
del sempiterno espanto
la 1óbrega mansión al tracio viudo,
haciendo a los precitos
olvidar sus tormentos infinitos;
Ni que Plutón avaro
volvió al esposo fiel la dulce esposa,
que el aire no vio claro,
por inquieta mirada y amorosa,
del Oreo a la salida,
de nuevo y para siempre ya perdida.
Las selvas y montañas
tuvieron para ti planta y oído;
criaturas extrañas
no hay al poder de músico sonido:
el fiero mar serenas
y al raudo río la corriente enfrenas.
Manjar del alma mía,
néctar del corazón, como el beodo
más el licor ansía
mientras le bebe más, del propio modo
mi deleitado pecho
nunca de ti se siente satisfecho.
Mas, aunque la dulzura
cese de tus acentos, no te pierdo,
pues en mi pecho dura
el celeste placer de tu recuerdo,
y sigue tu eco blando
en el fondo del alma susurrando.
Cual santo monje, absorto
en éxtasis divino, a quien el día
es un instante corto,
tal yo la larga sucesión tardía
de las horas no siento,
y huyen mis días cual fugaz momento.
Y «si así en este globo
la música suspende y da consuelo,
clamo luego en mi arrobo,
¡Ah! ¿cuál sera la música del cielo;
y la angélica orquesta
que alegra del Señor la eterna fiesta?
»Y si tanto un concento
de Mozart o Rossini me extasía,
dime, oh mi pensamiento,
¿cuál te finges aquella melodía
que, como mar sonora,
hinche el alcázar que el Eterno mora?»
Tú, Música, el ambiente
eres que allí respira el labio santo,
y de esa noble gente
es el idioma natural el canto;
pues sólo tus acentos
expresarán tan altos pensamientos.
No allí cada voz rota
suena, cual en mortal idioma muerto,
mas es viviente nota
de melodioso universal concierto
que en consonancia plena
por la feliz eternidad resuena.
¡Ah! cuando llegue el fijo
plazo fatal que a mi vivir espera,
y el santo crucifijo
levanten a mi triste cabecera
sacras piadosas manos,
y lloren junto a mí madre y hermanos;
en tan terrible trance,
cumplido logre este postrer anhelo!
Tu acento oír yo alcance
cual dulce voz con que me llame el cielo,
para que de la vida
con menos sentimiento me despida.


(1858)


Esta poesía forma parte del libro Obras poéticas (1872)