A la libertad (Querol)
¡Triste ley de la Tierra! Eternamente todo el humano fruto nacerá con dolor: nacerá todo pagando al mal su mísero tributo; y la semilla entre el infecto lodo tenderá sus raíces, tal como la razón sus claras lumbres tenderá entre las sombras infelices que ciegan a las ebrias muchedumbres. ¡Tú también, Libertad? De tu alto rango la agregia vestidura rota en jirones, por la charca impura llevar, de sangre y fango, yo te miré, y aún dura en mí el trémulo horror. La hija del cielo, trocada en vil ramera, pasó rasgando el pudoroso velo, dando al viento la suelta cabellera, y en insensata furia mostrando a los hermanos en sus labios la injuria y el cruel puñal en las sangrientas manos. Yo me aparté y lloré como quien llora la inesperada muerte de lo que más amó. Cuando en la aurora de mi edad juvenil mi ánimo fuerte soñaba en la esperanza, el noble grito que brotó de mis labios fue tu nombre bendito, oh amada Libertad, y en tus agravios o en tu próspera suerte cifré mi dicha o mi dolor. Yo ansiaba de toda patria esclava romper el torpe yugo, verter mi sangre y que a mi dulce metro depusieran los pueblos su ira brava, su hacha cruenta el pálido verdugo y el ruín tirano el usurpado cetro. Pero al cielo le plugo trocar mi sueño en la verdad siniestra de los humanos crímines, y ahora siento flaca mi diestra para el acero o el clarín. Batalle quien arda, oh gloria, en tu vibrante rayo, y quien sufra, cual yo, torpe desmayo, que en duelos gima o que apartado calle. Yo sé que en esa eterna ley misteriosa, que los mundos gula y que del hombre el porvenir gobierna, por la ruta sombría de un arcano insondable marcha la humanidad. Sé que navega sobre una mar instable la barca de la vida, y que está el puerto siempre a distancia igual. Pero entre el tumbo del oleaje incierto, la Libertad es brújula, que el rumbo marca a la nave por el mar desierto; y cuando su voz manda que un pueblo se alce y la jornada siga, la tribu que durmió en larga fatiga sus tiendas pliega, y se levanta, y anda. ¿Dónde va?... ¿Quién lo sabe?... ¡Va, de la opresión grave de los imperios persas, al riente suelo de Grecia, y con Platón medita, o con la voz ardiente de Demóstenes grita su odio implacable y vengador! Va oculta por tus selvas, Germania, o con el oro y púrpura vestida, clama de Roma en el inmenso foro, y cae al pie de su tribuna herida. Va detrás de Jesús a la montaña; va en la santa compaña del demacrado asceta; va donde tú peligres, ley del amor. Su fe no la conturba ni en la plaza el rugido de la turba, ni en el circo el rugido de los tigres. Resignada y risueña, va hacia el lejano porvenir que sueña, y el miedo nunca inmuta el ánimo sereno con que, invencible y fuerte, de Sócrates bebió la agria cicuta, el puñal de Catón se hundió en el seno y halló en la cruz del Gólgota la muerte. ¡Sagrada Libertad!... No eras tú aquella vil meretriz que entre la inculta plebe pasó dejando ensangrentada huella. Tú eres, sí, la que mueve la legión de las almas soñadoras tras de un ansiado bien, que en lontananza con los reflejos doras del nunca muerto sol de la esperanza. Sin ti, es el arte la venal mentira de la cobarde adulación, y el canto de la acordada lira fugaz murmullo o comprimido llanto. Sin ti, la ciencia muda su antorcha extingue entre la niebla densa que al alma envuelve en insondable duda. Sin ti, sagrada Libertad, la inmensa labor, la pena ruda, la santa empresa del trabajo humano, es tan sólo el villano triste deber de esclavitud sañuda. Sin ti no hay patrio amor ni ansia de gloria; es, sin ti, la irrisoria justicia, cortesana del tirano; el culto a Dios menguada hipocresía; y en las páginas fieles de la Historia, con inflexible dedo, no escribe la Verdad solemne y fría, sino, temblando calumnioso, el Miedo. ¡Cuándo será que impere tu influjo bienhechor, Libertad santa, de donde nace el sol a donde muere! Que aún, bajo el yugo de oprobiosas leyes, cubren la tierra las humanas razas, como un tropel de embrutecidas greyes. Y en las estepas de Asia, en las llanuras que el sacro Ganges baña con sus ondas impuras; al pie de la montaña del Atlas colosal; en las oscuras selvas de África ignotas; en las playas remotas que el Polo envuelve con perpetuas brumas; en las islas risueñas que el Pacífico mar borda de espumas; en las no holladas breñas que alzan los Andes, próximas al cielo, y hasta en tu propio suelo, Europa, entre esos pueblos sin fortuna que degrada y oprime, vergüenza nuestra, la menguante Luna, por todas partes gime siglos y siglos, de la estirpe humana la prole envilecida, que hoy triunfadora y víctima mañana, va en loca muchedumbre escarnio a hacer de la nación caída, u oprobio a ser de innoble servidumbre. La ley de Dios se cumplirá, y su lumbre desparcerá la niebla del hondo valle a la empinada cumbre. ¿Veis todo cuanto puebla la inmensidad del Universo? Todo, desde el sol hasta el lodo, fue a inquebrantable esclavitud sujeto, menos el alma del mortal. Batalla en vano el mar inquieto para romper la valla que lo enfrena impotente. Baja el río siempre desde el umbrío monte hacia el llano por el cauce eterno. La semilla germina siempre de un modo igual. Seca el invierno los marchitados árboles, y el fruto torna con el retoño a pagar el tributo que el hombre espera del fecundo otoño. La fiera de la selva, el pez que anida en los antros del mar, todos sin rastro pasan cumpliendo su inmutable vida; y hasta el enorme astroso que rueda en los espacios sin medida, y hasta la inmensa máquina del mundo, todo, al moverse, ignora el misterio profundo de la ley creadora que el curso eterno y renaciente adora. Sólo en el alma humana hizo el Señor que vibre, destello de su lumbre soberana, la inteligencia libre, la libre voluntad; y el que fabrica el yugo o lo soporta, ese, el misterio sagrado infringe, y temerario abdica del orbe todo el concedido imperio.