A la distancia (1882)
de Miguel Cané
Nota: Se respeta la ortografía original de la época

M. CANÉ





A LA DISTANCIA





BUENOS AIRES


1882

CARLOS ENCINA


(RECUERDOS íNTIMOS)


Me llega la triste noticia de la muerte de Encina: no me ha sorprendido en manera alguna. Desde que lo ví por última vez, poco ántes de dejar la patria, nunca pude recordarlo sino como un espíritu que sobreviviera al cuerpo ya confundido con la tierra. Tenia una palidez marmórea y los ojos le brillaban con una fosforescencia contínua é insoportable. Entreveía la proximidad de su fin y nunca pude comprender las cosas que pasaban, ante esa perspectiva, en el fondo de aquel organismo moral, tan profundo y oscuro.

Encina me desesperaba: el hábito de hablar frecuentemente con los representantes mas altos de la inteligencia argentina, me ha facilitado la comprension fácil y casi completa de los caractéres de nuestro intelecto nacional. El colorido vagabundo de Sarmiento; la abundancia elegante y erudita de Lopez; la forma armoniosa de Avellaneda; la inimitable charla de Goyena, con la viveza de sus golpes de vista y las finísimas picaduras que la esmaltan; la claridad de Del Valle; la claridad, que es la inteligencia, la vida intelectual; la malicia de Lucio... á qué citarlos todos, si á alguno he de olvidar, aunque recuerde la actividad de Dardo, con sus mil ojos abiertos sobre todos los rumbos del espíritu humano, ojos sobre los que jamás cae el párpado; la firmeza de Pellegrini, con dedos en la inteligencia, segun la frase gráfica de Del Valle; la clarísima percepcion de Gallo; y la fuerza manquée que anida el cráneo de Roque?

La ideología alemana jamás echará raices entre nosotros; falta la sombra, falta la tradicion, sobra la noncuranza deliciosa de las cosas que no se mueven y agitan, como pabellones flotantes ante el espíritu. De donde venia Encina, entónces? Como Byron brota en suelo inglés, como Caldas en los valles eléctricos de Popayan... algo como si Julian Martinez fuera sueco.

Recuerdo que poco despues de dejar el Colegio Nacional y de haber alcanzado en un exámen de filosofía en la Universidad un éxito que halagó mi vanidad infantil, avergonzado de la mole inmensa de novelas que habia devorado durante seis años, resolví ponerme á leer libros sérios y emprendí, como ensayo, la lectura razonada, metódica y comprensiva del volúmen de Emerson The Representations men. Con paciencia y no poca intensidad de atencion, la cosa no iba mal; dijerí Napoleon, Montaigne, Goethe.. pero, en Swedemborg me varé, como ¡ay! me he varado tantas veces despues en Herbert-Spencer. Volví á la carga, porque me parecia indigno que un distinguido estudiante de filosofía se corriese ante una exposicion del misticismo. Todo fué inútil; no comprendia, no tomaba el conjunto, y el Matrimonio en el cielo me daba vértigo. Acudí á Pedro Goyena, que acababa de ser mi maestro de filosofía, y que, por consiguiente, tenia el oficio de entender esas cosas. Le mandé el libro pidiéndole auxilio. ¿Entendió Pedro? No lo sé; pero me contestó con una frase del conde José de Maistre, si mal no recuerdo, (hace 15 años!): «No hay método fácil para aprender cosas difíciles. Cuando quiero estudiar algo oscuro ó profundo, me encierro en mi cuarto, digo que no estoy y le prendo!» — así traducía Pedro.

Cada conversacion que mas tarde he tenido con Encina me ha recordado mi aventura con el Swedemborg de Emerson. Una vez se la conté y me miró con unos ojos que traducian bien la palabra compasiva retenida por educacion.

Mis primeras relaciones con él datan del Canto al Arte. Se trataba del Centenario á San Martin, y nos reuníamos en mi casa, para arreglar la conferencia, Ricardo Gutierrez, que trabajaba El Poeta y el Soldado, Andrade con su Nido de Cóndores, Encina con su Canto al Arte: tres obras maestras!

Nunca olvidaré la impresion profunda y dulce que me causaba ver esos tres hombres de cabeza iluminada, sentados al rededor de una mesa, unidos un momento en el ideal, sin envidia, sin emulaciones... Yo habia aceptado la idea de escribir algo en prosa; tuve el coraje de cumplir, y asi me fué! Escribí un Paso á los Poetas! que se acerca mucho a lo mas indecente que haya producido en mi vida, y que Luisito Varela acabó de guillotinar en el tablado de Colon. Te perdono, Luis: — era justicia.

La cuestion, lectores, nos tenia preocupados; Andrade, con su lengua de trapo, no tenia la menor idea de ejecutarse, y alcanzó la buena suerte de dar su canto á Bartolito Mitre, que, aunque no es un Legouvé, ni un Dickens, es de lo mejor que hay en aquella tierra, donde nadie sabe leer. Ricardo declaró que leeria él mismo; me inquieté, porque no le tenia fé. Qué habria sido si el velo del porvenir, descorrido ante mis ojos, me hubiera permitido ver el asesinato perlático del bello canto, perpetrado por el autor mismo! — Dicen que Wagner ha querido mas de una vez cantar sus propias óperas; Ricardo tiene algo del semi-dios de Beyreuth.

Por fin, Encina, que no hallaba árbol de que colgarse, me pidió que leyese su canto. En vano le objeté mi falta de práctica y de voz. Decia que yo entendia su obra, y que con un rato de conversacion acabaríamos por ponernos de acuerdo. Indudablemente, el Canto al Arte no es el segundo Fausto; inspirado por un espiritualismo entusiasta y absorbente, su marcha es clara y su objetivo definido: hacer del arte una religion. — Pero las esplicaciones de Encina me aturdian. Encina veia dentro de sus versos más de lo que los comentadores todos han visto en la Divina Comedia.

Una Psicologia, una Estética, una Teodicea,— el cielo y la tierra. Luego tomaba un lápiz, trazaba una parábola y marcaba un verso en la cumbre, otro en los declives, como la prudente dueña de casa que dibuja en un papel la colocacion de sus convidados. «Aqui levanta la voz, aquí piano, aqui solemne....» Yo oia en silencio, porque Encina no bromeaba jamás, y porque tenia costumbre de respetarle todas sus estravagancias. Al fin la lectura se hizo, el canto tuvo el éxito que se sabe, pero creo que, en el fondo, Encina quedó medianamente satisfecho de su intérprete.

Seguimos viéndonos con frecuencia, siempre á propósito de artes. Una noche, en su casa, la señorita de Montero interpretaba con un gusto esquisito el Nocturno núm. 2 de Chopin, pieza predilecta de Encina y mia. Pedimos la repeticion, y á medida que el triste andante se desenvolvia, Encina, á mi lado, lo traducia lentamente. Tenia la intencion de reproducirlo en verso. Fué nuestra primera discusion, sosteniéndole yo que la pieza era completamente ajena á la impresion que causaba. Es indudable que ese andante, como cualquier otro trozo escrito en las mismas condiciones de movimiento y marcha, despertaria sentimientos de una intensidad análoga, pero jamás los mismos, porque no todos los hombres están en la misma situacion moral en el momento de oir, etc. Encina pretendia que una buena traduccion en verso de un trozo de música debe despertar idéntica impresion que la música misma. La teoria de Wagner al revés.

Qué esplicaciones aquellas! Encina tenia facilidad de palabra y claridad en la forma expresiva. Pero el pensamiento era tan oscuro, los hilos que ligaban las ideas unas á otras tan ténues, que acababa por perderme sin atinar donde estaba. Y lo curioso es que la apariencia lógica era intachable. Partia de un punto claro, concreto, generalmente un axioma sobre las evoluciones mas conocidas del pensamiento. Luego sacaba una consecuencia perfectamente razonable, y por el mismo procedimiento de mecánica intelectual, subia, se bifurcaba, se eterizaba. Y la labor era inmensa. Mas de una vez, perdida la esperanza de llegar con él á donde me guiaba, me entretenia en observarlo; los ojos se ponian incandescentes, las venas de la frente se hinchaban y un rojo enfermizo cubria los pómulos.

Una noche me encontró leyendo á Hartmann, porque todo hay que leer en esta vida. Lo conocia, opero no lo apreciaba. — « La voluntad de Schopenhaüer, el inconsciente de Hartmann, son simples detalles, fragmentos de un sistema que no ha sido aún formulado científicamente, porque los filósofos no quieren convencerse que verdad radica en el número y nada mas. Todos esos elementos incoherentes, todas las combinaciones del espíritu, las leyes del universo, los problemas del destino humano, caben y están contenidos en el Trascendente.
— En él?...
— En el Trascendente. He pensado largos años, mi amigo, y al fin tengo reunidos los materiales para la obra que he soñado, y que llevaré á cabo así que restablezca mi salud. Quiere V. saber en qué fundo mi sistema?
—Veamos; pero, por Dios, hable despacio, con su claridad de siempre, y á mas, métame las cosas por los ojos, déles forma definida, concreta.
— Cuál es la raiz cuadrada de 2? 1 por 1 es 1. La raiz cuadrada de un número entero no puede ser un quebrado. Si V. soluciona el número 2 en un cuadrado gráfico, encontrara la raiz. Pero manténgalo como número: no la puede determinar. Sin embargo, existe, ¿no es así? Pues bien: esos números fijos, pero indeterminables, se llaman en matemáticas trascendentes. Hé ahí la base de mi sistema. En las relaciones infinitas de la vida animal, vegetal inteligente, en todo lo que se mueve y obra en el Universo, la ley eterna que preside y esplica, es esa relacion vaga en apariencia, inalterable en el fondo, que llamo el trascendente. Oigame con atencion.

Y en cuadros soberbios muchas veces, alcanzando por momentos la alta elocuencia severa y sencilla, tan diferente de la declamacion, Encina llegaba á alturas vertiginosas. Como se comprenderá, jamás alcancé á explicarme el trascendente. Un dia, en la Biblioteca de la Universidad, pedí á Encina hiciera la explicacion á Del Valle, que, apesar de todo su esfuerzo, quedó á oscuras y con el espíritu rendido. Encina me sostenia que sus ideas no eran confusas, sinó que el espíritu colectivo de nuestra sociedad intelectual, no estaba preparado por una gimnasia constante á la percepcion rápida de ese género de especulaciones. Solia irritarse cuando, cansado, acababa por burlarme un poco de sus veladas metafísicas.

— «No basta, amigo, le decia, el cúmulo de amarguras que caen sobre nosotros diariamente, las decepciones, las ambiciones muertas, para que aumentemos el caudal negro, buscando caractéres imposibles en la página blanca de la vida futura?»

Era ese precisamente para Encina el primordial deber humano. Kant, restringiendo el campo de la observacion, los positivistas cerrando la exploracion metafísica de los cielos y burlándose del sentimiento como órgano de investigacion, lo irritaban hasta subir á la injuria. En una palabra, no he conocido un organismo moral más profundamente impregnado de religiosidad que el de Cárlos Encina. Tenia arrebatos coléricos contra el catolicismo, contra todas las religiones positivas del mundo, pero ansiaba creer, buscaba con un ardor desatentado medios de cohonestar las exigencias de su razon con las aspiraciones de su alma. Es ese un martirio muy comun en nuestro siglo, el vagar eterno de los espíritus creyentes, girando sobre sí mismos sin rumbo fijo y flotando siempre en la duda que los mata.

Fué de esa manera que Encina cayó en el espiritismo. La primer vez que me habló del asunto, proponiéndome que emprendiéramos una série de experimentos, me hizo una exposicion del sistema, esforzándose en demostrarme que, en el fondo, la teoría era de una lógica absoluta para los espiritualistas. Le contesté que mi naturaleza, desgraciadamente escéptica, más aún, refractaria á la fé, me impedia prestar crédito á los infinitos sistemas, inclusive las religiones creadas por la imaginacion para satisfacer las necesidades morales de los hombres. Pero que era muy curioso, y que entraba de lleno, como entretenimiento, en su proyecto de sesiones.

Resolvimos reunirnos en mi casa y echamos mano de un medium poderoso que se ocupaba en llevar fluido á domicilio....

Aun recuerdo una voz serena y pura, salida del fondo de mi hogar: — «Dime: no es mas digno ir á la iglesia, á orar públicamente, de rodillas, por todos los que sufren, que encerrarse en una pieza, á media luz, al lado de un charlatan para evocar espíritus, mover mesas y oir campanillas en los aires?»... No debe haber sido muy fuerte mi réplica, porque aun el argumento me parece contundente.

Invitamos á algunos amigos, mi pobre y querido Juan Cárlos Lagos, Del Valle, Lucio Lopez, etc. Tuve un momento la idea de llevar á Pellegrini, pero desistí, previendo algun coup de tete del gringo. Fué fortuna, porque despues supe que, esperando ser invitado, se habia provisto de algunas puntas de Paris para clavar los piés de la mesa y hacer inútil el fluido ó la mecánica del medium.

Todo el que haya asistido á una sesion de espiritismo, sabe que, aun para los mas incrédulos, el aparato general, la conexion de los fenómenos con las ideas altísimas y eternamente atrayentes que las determinan, causan siempre una sensacion indefinible que bien puede traslucirse en una inquietud vaga. Encina la sentia mas que nadie, y seguia ávido el proceso, buscando rabioso la constatacion brutal de la verdad, ahí, delante de los ojos, irrefutable.... La mayor parte de los asistentes se cansaron bien pronto, y, á las dos ó tres sesiones, quedamos solos con Encina. Fué entónces que tuvimos las famosas sesiones de materializacion, que no me esplico aún, como no me esplico la mayor parte de las pruebas de Hermann.— Recuerdo que una noche llegó á casa M. Brédiff (así me parece que se llamaba el medium), y nos dijo que en esa sesion tendríamos cosas muy buenas, porque sentia el flúido correrle en los nervios como una descarga eléctrica.— En ese instante llamaron á la puerta de calle; se me hizo advertir que un señor aleman deseaba á todo trance hablarme.— Salí y me encontré con un caballero respetable á quien habia visto mas de una vez en la puerta de su villa de la calle de la Recoleta, pero á quien no conocia personalmente: me pidió disculpa de su presentacion incorrecta; pero se encontraba en su casa, delante del trípode, cuando se presentó su espíritu familiar y le ordenó trasladarse á la mia, donde le haria comunicaciones importantes. Contuve cuanto pude un gran afan de reir y lo invité á entrar.— Ese hombre ha muerto; pero durante los dos últimos años de su vida ha sido feliz como pocos séres sobre la tierra.— Habia perdido una mujer que adoraba; todas las noches, un medium, creo que el mismo Brédiff, iba á su casa, caia aletargado sobre un sofá y el creyente veia avanzar, entre la media luz, la blanca forma de la mujer querida, que se le acercaba, le tendia la frente, se sentaba al piano y durante horas le hacia oir las melodías que rehacian para él las dulces horas desvanecidas!...

Hablé muchas veces con ese hombre y nunca noté en él signos de locura. Solo, durante el dia, un malestar contínuo, la presion de una espectativa dominante, algo como el chino que trabaja rudamente bajo un sol de fuego, pensando en la hora celeste en que, tendido sobre el tosco tablado, va á aspirar el ópio libertador!...

Encina estaba inquieto y silencioso en un sillon, miéntras yo ponia en juego todos mis recursos para no dejarme engañar de una, manera grosera y obligar al medium á ganar con conciencia su cachet. Até á Brédiff de brazos y piernas, con abundante lujo de nudos potreadores, lo metí en una bolsa, cerrada al cuello, apliqué sobre el nudo de la garganta un enorme trozo de lacre, que sellé y en seguida amarré la masa informe á un sillon. Tendimos una cortina sobre el medium, que habia caido ya en letargo y que crujia medio ahogado, bajamos la luz de la sala y esperamos.

De pronto creímos ver una mano blanca y delgada que corria en los aires. Miré á Encina, que me pareció impresionado. El aleman, léjos de nosotros, seguia silencioso, en un recojimiento tranquilo, el curso de los sucesos. Un instante despues, apareció por encima de la cortina, tendida de lado á lado á la altura de hombre, una cabeza como de una niña de cinco años, muerta, pálida, color trigueño suave, el pelo partido al centro y cayendo en dos ólas negras sobre la frente; un cendal blanco la cubria y resolvía las formas en un vapor ligero, á partir del cuello. Los ojos, pequeños y penetrantes, parecian fijarse en mí. Despues del primer momento de impresion, dije á Encina muy quedo que estábamos haciendo un papel ridículo, y que iba á levantar la cortina para ver lo que hacia el medium, que, por otra parte, continuaba respirando como un fuelle de órgano. Me detuvo recordándome que Brédiff nos habia advertido que la entrada violenta del fluido en su cuerpo, si tal cosa hacíamos, le produciria la muerte instantánea; que habíamos aceptado esa condicion y que no debíamos abusar. Tenía razon y cedí, pero todavia siento no haber puesto en peligro los dias del taumaturgo.... Preguntó Encina quien era la aparicion y obtuvo, por el alfabeto de golpes, el nombre de Jeke, una meretriz japonesa, muerta ahora quinientos años, que Brédiff decia ser su espíritu familiar. Le pedimos la mano y nos la dió. Era pequeña, suave, blandusca; quise apretar, pero se me deslizó. Nos pasó libros, cigarros, dió vuelta cuadros, hizo andar y detenerse una caja de música que estaba á nuestra espalda (verdad que la oscuridad se habia hecho mayor) y por fin nos dijó tres veces, con una voz casi imperceptible: adios, adios, adios....

Un suspiro prolongado de Brédiff nos previno que podíamos entrar; estaba en la misma postura, y cuando lo desatamos, tenia el cuerpo marcado por las ligaduras. Tomó su taza de té, recibió su estipendio y partió, quedando mirándonos con Encina cara á cara, mientras el aleman se asombraba de nuestra falta de fé.

Credo quia absurdum. No, precisamente por que era absurdo no lo creí. Encina se desesperaba de la fatalidad que lo obligaba á valerse de un tercero, de un hombre venal, para obtener las pruebas que habria deseado alcanzar solo. Pasaba noches enteras con un lápiz en la mano sin resultado ninguno. Por fin, un dia dijo á Brédiff y á todos sus amigos, espiritistas convencidos, que no exijia sinó una prueba, única, definitiva, para creer. Era ésta: encerraria un pliego de papel en blanco y un lápiz dentro de una caja sólida que vigilaria y cuya llave tendria en el bolsillo. «Si amanece algo escrito, aunque sea una línea geométrica, credo!» Declaré lo mismo, seguro de no creer una palabra aunque apareciese el Apocalipsis en hebreo, encerré gravemente mi papel y mi lápiz y... esperamos. Encina ha muerto esperando. Repito que la doctrina lo atraia y esa comunion entre las almas muertas y los espíritus en el combate de la vida, le parecia el rasgo mas profundo de la solidaridad universal.

Nunca fuimos camaradas con Encina, y creo que sus relaciones, aun con sus amigos mas íntimos, tenian el mismo carácter que las que mantenia conmigo. No era un espíritu abierto y comunicativo. Su sistema de vida, por otra parte, lo apartaba de ese mundo de actividad moral que hace indispensables las confidencias, las vinculaciones estrechas, el cambio de debilidades,—fácilmente perdonadas recíprocamente.

Trabajaba sus versos como un cincelador; el «Canto al Arte» le costó mucho tiempo y no pocos de esos momentos amarrgos que crea la impotencia. Su inspiracion era fria y razonada y tenia horror por la hojarasca brillante de Andrade; juzgaba al autor del Arpa Perdida como Berlioz hubiera juzgado á Offembach. Encina nunca ha despertado entusiasmo como poeta entre los jóvenes y mucho ménos en las mujeres, porque, sin razon, á mi juicio, creia indignos de la forma métrica los temas comunes pero eternos, del amor, la esperanza, los recuerdos y el hastío. Grave error, que no se salva con todo el talento que anidaba su cráneo. Si Encina hubiera continuado haciendo versos, habria concluido por un pathos góngoro-filosófico incomprensible, como Flaubert, en otro rumbo, vino á caer en Bouvard et Pécuchet....

Quedará siempre en las letras argentinas, porque era una personalidad. Pero es bueno felicitarse de que no haya hecho escuela, como es permitido deplorar el dia en que la influencia de Andrade produzca una literatura de imágenes absurdas y antítesis violentas, que no serán siempre salvadas por la belleza y la armonía de la forma.

Si, como es cierto, se es feliz ó desgraciado segun la propia organizacion moral, independientemente de los accidentes de la vida, Encina no se contó nunca entre los hombres dichosos de la tierra, Tenia el espíritu sombrío y sus sufrimientos físicos acabaron de amargarlo. La muerte ha sido un reposo para él.

¿Conocerá hoy un átomo de aquel mundo invisible que en la vida atrajo todas las fuerzas de su alma?


Agosto, 1882.

TEDIUM VITÆ




Amaro e noia

La vita, altro mai nulla...

(LEOPARDI)


El fastidio, como todas las afecciones individuales, como el amor, como el ódio, como las penas, como los desengaños, es un fenómeno absolutamente relativo. Del mismo modo que un hombre desgraciado, en cuyos brazos acaba de morir un hijo, no podrá nunca dar á otro una idea exacta del dolor profundo que pesa sobre su alma, sea manteniéndose en un sombrio silencio, sea llamando en su auxilio la palabra ó el gesto, así, aquel que es presa del fastidio, jamás conseguirá encontrar el medio de reflejar, de una manera viva, esa sensacion inquieta, tenaz, persistente que lo oprime. Es cuestion individual que depende, como la lluvia, como el trueno, como todos los fenómenos naturales, de mil causas complejas que nadie alcanzará jamás á conocer en detalle. La educacion, los recuerdos, la posicion, la ubicacion, los gustos, el temperamento, la salud, la herencia, el éxito, el entourage, la carrera, las preocupaciones, los incidentes infinitesimales de la vida, etc., etc., son otros tantos hilos de agua invisibles que van á vaciarse en el Océano del fastidio, haciendo una variante á la frase del escéptico.

En esta materia, pues, cada uno debe hablar segun observacion subjetiva. Pero lo curioso en este abominable fenómeno moral, es su independencia absoluta de las causas que lo originan. Florece en el trono como en el presidio, en la opulencia como en la miseria, en las regiones de la gloria humana, como en el corazon de aquellos que el destino amarró á una vida oscura y tranquila. Luis XIII se fastidiaba soberanamente, y la mayor parte de los Valois no le iban en zaga. Enrique IV pudo preguntar un dia qué era el fastidio, como Nelson qué era el miedo. La hipocondria casi histérica de algunos reyes de España era hija del tédio, y el que lea con atencion la correspondencia de Napoleon I, verá con asombro que encontró en aquella vida vertiginosa, tiempo para arrojar como pasto á ese buitre implacable. Gœthe mismo, el olímpico, que pretendió vivir arriba de las miserias y pasiones humanas, abria su corazon al fiel Eckermann, ó confiaba sus clásicos fastidios en sus cartas á Schiller. Los poetas en general son los prototipos del género; el fastidio, en alas del ritmo, se eleva á la region de la nostalgia byroniana. Algunos, como Alfredo de Vigny, lo esparcian á su alrededor, saturaba de tédio á sus amigos, segun dice Sainte-Beuve. Chateaubriand escribia á Mme de Récamier: «El fastidio ha sido el enemigo de toda mi vida».... Pero seria demasiado largo, citar todas las víctimas del fastidio entre los hombres de una real superioridad intelectual. Tendríamos que aceptar como artículos de fé sus propias declamaciones al respecto, esponiéndonos á tomar como hechos positivos, simples temas retóricos.

Cuando se lee la vida de un asceta sobre cuya cabeza pasan los dias, los años, los largos años, idénticos, monótonos, matadores, la admiracion que se siente por su fuerza de resistencia, no es mayor que la que inspira la pasion desmedida y omnipotente que la sostiene. Ese mundo moral, circunscrito, pero profundo, en que se hunde perdidamente la inteligencia y que absorbe todas las facultades, nos escapa hoy por completo. San Ambrosio pasaba sus dias inmóvil, sentado frente á una pequeña mesa y leyendo en voz baja, siempre el mismo libro. San Agustin, lleno el espíritu del Hortensius de Ciceron y de las obras de Platon, que acababan de emanciparlo de las paradojas atrayentes de Faustino y los maniqueos, sentia en el alma un vacío horrible, porque al error habia sucedido la duda, é iba á buscar al lado del santo Obispo de Milan la luz y la verdad. «A menudo he penetrado, nos dice en sus confesiones, cerca de él, porque no era costumbre impedir la entrada ni aun anunciarle el que llegaba, entraba, pues, y lo veia leer en voz baja, jamás de otra manera. Permanecia largo tiempo sentado en silencio, (porque, quién habria podido turbarlo en tal aplicacion?), luego me retiraba, conjeturando que, durante el poco tiempo que le quedaba para reparar su espíritu y descansar, no queria ser distraido por otros asuntos.»

He tomado al azar ese tipo del misticismo; todos son iguales. La monotonia de la existencia y la concentracion de espíritu: he ahí los dos rasgos principales. Y eso sucede en todas las religiones. Nada mas terrible y absurdo á nuestros ojos que la salvaje vida contemplativa de un fakir indio. Un hombre de nuestro mundo no soportaria esa existencia, aun despojándola de las privaciones materiales, mas de breves meses. Y sin embargo, esos hombres no se fastidiaban. Absorbidos en una meditacion profunda y constante, desprendida el alma de las mil pequeñas vinculaciones de la vida social, el tiempo corre sobre ellos insensible y sereno.

Qué es, pues, el fastidio? Cada uno de nosotros solo puede decir cómo lo siente, cómo lo comprende. Veamos un momento cómo lo han sentido y comprendido los grandes observadores del corazon humano, los especialistas del género.

Ante todos, Pascal, uno de los espíritus mas intensos que hayan aparecido sobre la tierra, un fenómeno de claridad y amplitud, caido, en el vigor de la edad viril, en las estrechas sombras de una monomania mística. Oigámoslo :

«Tal hombre que pasa su vida sin fastidio, jugando todos los dias poca cosa, seria bien desgraciado si se le diera todas las mañanas el dinero que puede ganar cada dia, á condicion de no jugar. Se dirá tal vez que es la diversion del juego lo que busca y no la ganancia. Pero, que se le haga jugar sin interés: no se exaltará y se fastidiará. No es, pues, solamente la diversion lo que busca: una diversion lángnida y sin pasion le fastidiará. Es necesario que se caliente, que se enardezca, imaginándose que será feliz ganando lo que no querria que se le diese á condicion de no jugar, y que se forme un objeto de pasion que escite su deseo, su cólera, su temor, su esperanza.

«Así, las diversiones que forman la felicidad de los hombres, no son solamente bajas; son aun falsas y engañosas: es decir, que tienen por objeto fantasmas é ilusiones que serian incapaces de ocupar el espíritu del hombre, si no hubiera perdido el sentimiento y el gusto del verdadero bien y si no estuviera lleno de bajeza, de vanidad, de lijereza, de orgullo y de una infinidad de otros vicios; y (esas diversiones) no nos consuelan en nuestras miserias, sinó causándonos una miseria mas real y efectiva. Porque es eso lo que nos impide pensar en nosotros y que nos hace perder insensiblemente el tiempo. Sin esto viviríamos en el fastidio; y este fastidio nos impulsaria á buscar un medio mas sólido de salir de él. Pero la diversion nos engaña, nos entretiene y nos hace llegar insensiblemente á la muerte» [1]

Es un moralista cristiano el que habla; por consiguiente, no debemos estrañar su acento vejatorio para la naturaleza humana y la constatacion abultada, como en los procederes de perspectiva, de todas las inmundicias de que se compone esta nuestra alma, que nos viene de Dios y que á Dios debe volver, segun la Biblia. — En la idea de Pascal, solo se distingue con claridad que la causa de nuestros fastidios, es el alejamiento de «los medios sólidos de salir de él.» Ya los conocemos: los de los ascetas, cristianos, católicos, indus, árabes ó judios, el procedimiento de Pascal mismo, ciñéndose la cintura con una correa guarnecida por dentro de puntas de hierro y hundiéndose las en el cuerpo en el instante de apercibir, en una conversacion inocente, que su espíritu encontraba placer en la contemplacion de los asuntos mundanales. — Farmacopea de otros tiempos. El organismo moral del hombre ha variado, y en este caso el remedio aceleraria el fin.— Pero no dejaremos á Pascal sin recojer este rasgo admirable, bálsamo de todos los tiempos. «Formarse un objeto de pasion que excite el deseo, la cólera, el temor, la esperanza.» Hé ahí una receta que salva el siglo xxix y llega á nuestros dias. No hay otro medio, y feliz él que lo encuentra. He hecho largas y frecuentes travesias de mar, siempre víctima de un fastidio indescriptible. He observado que los que temen el mar y palidecen á la menor brisa que agita las ólas, no se fastidian. Toda su actividad intelectual está concentrada en la conjetura, y, sin conciencia, se han formado «un objeto de pasion»: el temor. He pasado bastante tiempo en un pueblo de baños, casi solo, léjos de todo lo querido, sin fastidiarme. La salud volvia con rapidez, y toda mi alma era pequeña para dar hogar a las esperanzas que la vuelta de la vida y el vigor hacian nacer. Pero... cómo se forma, por un acto de voluntad, un «objeto de pasion?»

Hé ahí el escollo; de todas maneras, es una indicacion preciosa para el que observa, porque puede, por excitacion propia, por concentracion de espíritu, desenvolver el átomo de pasion que en sí descubre, cuidarlo como la chispa de fuego sagrado que debe servir á encender la hoguera del sacrificio para aplacar el dios irritado.

Descendamos de la altura bíblica y oigamos á un maestro profundo, á aquel que recibió de la naturaleza el triste dote de ver con claridad todas las imperfecciones, ridiculeces y miserias de la estructura moral de los hombres. ¿La Rochefoucauld nos dará la clave?

«141. Nos jactamos á menudo de no fastidiarnos, y es tal nuestra vanidad que no queremos convenir en que somos aburridos [2],
» 172. Si se examinan bien los diversos efectos del fastidio, se verá que hace faltar á mas deberes que el interés.
» 304. Perdonamos á menudo á los que nos fastidian, pero no podemos perdonar á aquellos á quienes fastidiamos.
» 312. La causa por la cual los amantes y las queridas no se fastidian de estar juntos, es porque hablan siempre de ellos mismos.
» 352. Uno se fastidia casi siempre con la gente con la que no es permitido fastidiarse.
» Refl. II. Hay muchas cosas bellas que fastidian.»

Como veis, La Rochefoucauld vé el fastidio al través de la vanidad humana. Es una constatacion de hechos, no muy honrosos, para nuestra naturaleza, pero no ménos exactos. Hay una maravillosa delicadeza de diseccion, y se cree ver al operarse con el ojo fijo sobre el vidrio del microscopio, mientras en el porte objet se agita un sér raquítico, pedante, lleno de viento, envuelto en sus apariencias, sin saber que sus ropas son trasparentes y que una mirada sardónica está haciendo el análisis de sus cimientos mas íntimos.

Pero no nos ocupemos de los que por vanidad no confiesan que se aburren; mas aún, creo íntimamente que en esa observacion la fijeza admirable del moralista ha fallado. El que lleva la vanidad hasta tal extremo, ese no se fastidia: tiene un robusto objeto de pasion que lo absorberá mientras viva.

Adelante, nosotros los que humildemente confesamos nuestra debilidad ante el fastidio. Veamos al clasificador por excelencia, al que mas profundamente ha penetrado en el estudio de la infinita variedad de los caractéres humanos.— Tomo una sola palabra de La Bruyére. Desgraciadamente, como vamos viendo, ninguno de esos hombres ha tomado el fastidio como tema de un estudio completo. ¿No se cerniria tan pesado y dominante en el siglo xvii como en nuestros tristes dias? Se comprende que los griegos no se fastidiáran porque eran eternos adolescentes, contentos de la vida en la aurora de la experiencia humana, encontrando una fuente de infinito placer en la satisfaccion siempre nueva de contemplarse á sí mismo. Se comprende que el fastidio no entrára como factor considerable en el mundo moral de los romanos, porque aquellas almas robustas nunca estaban huérfanas de una pasion violenta. Pero La Bruyére!

«El fastidio ha entrado al mundo por la pereza: ésta tiene mucha parte en la avidéz con que los hombres buscan los placeres, el juego, la sociedad. El que ama el trabajo tiene bastante con sí mismo» [3].

Tocóme en suerte navegar por largos dias lentamente, á la vela, sobre un navio de guerra. El calor en aquella latitud era insoportable, é impidiendo dormir, entrecerraba los cansados ojos sobre el libro sin atractivo. Procuraba dominar, por deferencia á los distinguidos oficiales que me habian dado hospitalidad, el fastidio supremo, invencible, que me dominaba. Era inútil; segun una curiosa frase que he oido con asombro en lábios de un niño de cinco años, estaba «pálido de aburrido.» El comandante, sonriendo, me hizo saber que hacia año y medio que los marineros de la tripulacion no descendian á tierra, y que ellos, los oficiales, llevaban casi igual tiempo de reclusion á bordo. Sin embargo, yo veia á la gente de equipaje contenta, alegre y reuniéndose por las noches, á proa, para entonar sus monótonos cantos bretones ó las baladas mas cadenciosas del Mediodia. — Es necesario evitar la inaccion,— me decia el comandante,— nosotros tenemos arregladas las doce horas del dia de una manera mecánica, y los que vencemos la laxitud natural al clima, conseguimos que los dias pasen como soplos. En cuanto á los marineros, no tienen un minuto desocupado; cada hombre tiene su cañon, que debe cuidar como á una divinidad, limpiarlo, pulirlo, aceitarlo, pavonarlo diariamente. Otros los bronces de á bordo, otros el cordaje, otros las banderas y señales, éstos la ropa y aquéllos el servicio inmediato. El trabajo contínuo es una distraccion contínua.»

Francisco Pizarro, durante los largos y terribles meses pasados en la isla del Gallo, incitaba con su ejemplo á sus compañeros á levantar palizadas, terraplenes contra el viento, á construir canoas, etc.

Sí; La Bruyére tiene razon, el trabajo es el antídoto del fastidio; pero pocos son los hombres que, sin el aguijon del deber, se levantan de la postracion íntima y tienen la fuerza de libertarse por una labor ruda y perseverante. Por eso es profunda la moral del Robinson, de Defoe.

Una lectura de Vauvenargues no me ha permitido encontrar ninguna reflexion conexa con mi asunto.

En el Discurso sobre los placeres, abandonando el sombrío misticismo de Pascal, considera compatibles con la virtud y el mérito, la aficion á ciertos dignos goces y distracciones de la vida, aunque estigmatizando la frivolidad como el último y mas bajo de los vicios. Vauvenargues no tiene la intensidad de La Bruyére, pero es menos escéptico. Cuestion de temperamento y de atmósfera social. Tengo para mí, sin embargo, que La Bruyére no habría escrito el Elogio de Luis XV de Vauvenargues.

Hay un pensador á cuya fama, cada año que pasa, añade consideracion. Tenido por muchos como un coleccionista de anécdotas, por otros como un escritor espiritual, pero frívolo—Chamfort, sin embargo, es digno de un estudio sério y profundo.

En medio de su misantropía de temperamento por decir asi, ha visto muy adentro las cosas humanas y ha dicho en un estilo claro, preciso, las cosas que ha visto. Los hombres de la revolucion tenian en cuenta su parecer, y á mas de uno de ellos señaló inútilmente el abismo que debia absorber una sociedad entera.... Pero no es mi propósito hacer, ni un estudio, ni un panegírico, de Chamfort; tomo simplemente, entre sus pensamientos, el siguiente que, en la edicion de Stahl, lleva el número xxvi.

«Se cree comunmente que el arte de agradar es un medio de hacer fortuna: saber fastidiarse es un arte que alcanza un éxito mayor. El talento de hacer fortuna, como el de tener éxito con las mujeres, se reduce casi á ese arte.»

Volvemos á la vanidad de La Rochefoucauld; pero noto entre éste y Chamfort, tan próximos intelectualmente, un tinte que los separa bastante.

El viejo duque expone sus observaciones con una calma absoluta; parece un químico encargado de hacer un informe médico-legal sobre las vísceras de un hombre que ha muerto envenenado. No se conmueve, no le importa un ápice el drama moral que ha precedido el crímen; estudia los síntomas, la coloracion, espia los rastros, y á medida que las dificultades aumentan, se aferra con más teson á su tarea. Y cuando ha conseguido constatar que el individuo cuyas entrañas somete á la accion de sus reactivos, ha muerto intoxicado en medio de sufrimientos horribles, con tal que pueda determinar científicamente el veneno, tiene un pequeño aire de triunfo, tan placido como el de Jenner encontrando la vacuna. Hay que perdonarle, porque en el fondo, es un artista á su manera. Pero Chamfort no ha atravesado en vano el siglo xviii; en sus máximas mas cáusticas, hay cierto humanitarismo. Ha leido á Rousseau, y sabe que Voltaire, burlándose del género humano entero, pasó treinta años de su vida defendiendo á Calas y sosteniendo su familia.

Pero para encontrar la idea fundamental de Chamfort sobre el fastidio, es necesario no tomar sólo su obra entera, que parece impregnada de esa amargura que la palabra no expresa y que tiene su orígen en el tédio mortal y perenne, sino en su existencia misma, que fué una antítesis curiosa entre sus inclinaciones y sus deseos. «Mi vida entera, ha dicho él mismo [4], es un tejido de contrastes aparentes con mis principios. No amo á los príncipes y estoy ligado á una princesa y á un príncipe [5]; se me conocen máximas republicanas y varios de mis amigos están revestidos de decoraciones monárquicas; tengo pasion por la pobreza voluntaria y vivo con gentes opulentas; huyo los honores y algunos han venido á mí; las letras son casi mi solo consuelo y no trato á la gente de mérito intelectual; he querido ser de la Academia y no soy á la Academia. Añadid que creo las ilusiones necesarias al hombre y vivo sin ilusiones; que creo las pasiones más útiles que la razon y yo no sé lo que son las pasiones, etc.»

¿No se siente pasar sobre esas líneas el soplo helado del hastío? ¿No abren una brecha profunda en el alma del misántropo? Las pasiones, en otro tiempo, lo han levantado sobre el tedium vitæ, que si á alguno cayó en lote sobre la tierra, fué sin duda á él; hoy, ya no sabe ni lo que son pasiones!

Su muerte corona el cuadro.

Chamfort habia sido reducido á prision. Hé aquí porqué. Uno de los primeros, saludó con alborozo la Revolucion, fué su adepto ardiente, le dió su alma, su espíritu, su pluma, Pero detrás del 89, asomó el 93.

El desencanto, el disgusto, la repugnancia invadieron su corazon, y no pudo ni quiso abdicar de la libertad de sus ideas. Así, en plena Convencion decia, sin cuidarse de que esas palabras llegaran á oídos temidos: «Barrére es un excelente sugeto: vá siempre en auxilio del mas fuerte.» Y á propósito de Pache, uno de los corifeos de la Comuna, cuyas manos no estaban muy limpias, pero que la muchedumbre exaltaba sin medida: «Pache es un ángel; pero en su lugar, yo rendiria cuentas.» Hérault de Séchelles le pidió escribiera contra la libertad de la prensa; rehusó con indignacion y fué conducido á prision. Pasó allí un mes terrible y salió viejo. «No es la vida, no es la muerte, decia; no hay término medio, no, es necesario abrir los ojos mirando al cielo ó cerrarlos en la tumba.» Puesto en libertad, juró que no volveria á caer vivo en manos de sus perseguidores. Cumplió su palabra [6]. Conocidas son las circunstancias horribles de su suicidio, cuando se le fué á prender por segunda vez. «Se encierra en su gabinete, dice M. Tissot, carga una pistola y la dispara sobre su frente. La bala le hace pedazos la parte superior de la nariz y le hunde el ojo derecho. Asombrado de vivir, y resuelto á morir, se arma de una navaja de barba, trata de degollarse, se hace pedazos el seno, se dirije varios golpes al corazon, se abre las venas y se corta los jarretes; en fin, vencido por el dolor, lanza un grito y cae.»

Paréceme, moral corriente á parte, que es la muerte de un hombre. Es un mártir del fastidio supremo, y en la galeria del porvenir debe ocupar uno de los primeros puestos. Ante esos ejemplos, no se puede ménos que esclamar con Voltaire: «No sé lo que será la vida eterna; pero lo que es ésta, es una broma pesada.»

Viene bajo mi pluma el nombre del curioso filósofo aleman que ha hecho esa cita del hermitaño de Ferney con una precision indecible. Todas las sinfonias de Schopenhauer tienen por nota fundamental el fastidio. Pero Schopenhauer es un pesimista, direis. A la verdad, no entiendo con claridad el significado que en el mundo moderno se quiere dar á esa palabra.

Si por pesimismo se entiende la concepcion de la vida como un mal, no encuentro en la historia literaria del mundo, pesimistas mas conspícuos que los autores de los libros sagrados. Todos ellos nos inducen á apartar los ojos de la tierra y fijarlos en el cielo; nos predican las vanidades humanas y nos incitan al renunciamiento supremo, á la aspiracion de la gracia, al anhelo de ir al seno de Dios [7]. Jehovah para el judio, la Trinidad mística para el cristiano, Brahma para el Indostan, la nada para Schopenhauer, es cuestion de objetivo: pero la ruta trazada es la misma.

Tomemos al azar algunos de sus pensamientos:

«Habría razon para perder la cabeza si se observa la prodigalidad de las disposiciones tomadas, esas estrellas fijas que brillan innumerables en el espacio infinito y no tienen mas tarea que iluminar mundos, teatros de la miseria y de los gemidos, mundos que, en el caso mas feliz, no producen mas que el fastidio; —por lo menos á juzgar segun la muestra que nos es conocida» [8].

«Si se pusiera delante de los ojos de cada hombre los dolores y los tormentos espantosos á que su vida está contínuamente espuesta, ante ese aspecto, el terror lo invadiria: si se quisiera conducir al optimista más endurecido á través de los hospitales, los lazaretos y las salas de tortura quirúrgica; á través de las prisiones, los sitios de suplicio, los establos de esclavos, los campos de batalla y los tribunales de justicia; si se le abrieran todos los sombríos antros donde la miseria se desliza para escapar á las miradas de una fria curiosidad; y si, en fin, se le dejára mirar dentro de la torre hambrienta de Ugolino,— entónces, seguramente, tambien él concluiria por reconocer de qué clase es este mejor de los mundos posibles

«Es verdaderamente increible cuán insignificante y desprovista de interés, vista de fuera, y cuán sorda y oscura, sentida interiormente, corre la vida de la mayor parte de los hombres. No es más que tormentos, aspiraciones impotentes, marcha vacilante de un hombre que sueña á través de las cuatro edades de la vida hasta la muerte, con un cortejo de pensamientos triviales. Los hombres son como los relojes á que no se ha dado cuerda y andan sin saber porqué; y cada vez que un hombre es engendrado y lanzado al mundo, el reloj de la vida humana es de nuevo acordado para repetir una va más su viejo refran cansado de eterna caja de música, con variaciones apenas sensibles. Cada individuo, cada rostro humano y cada vida humana, sólo es un sueño más, un sueño efimero del espíritu infinito de la naturaleza, de la voluntad de vivir persistente y obstinada, sólo es una imágen fujitiva más, que dibuja jugueteando sobre su página infinita del espacio y del tiempo, que deja subsistir algunos instantes; de vertiginosa brevedad, y que al momento borra para hacer lugar á otros. Sin embargo, y es ese el aspecto de la vida que dá mas que pensar y reflexionar: es necesario que la voluntad de vivir, violenta é impetuosa, pague cada una de esas imágenes fugitivas, cada una de esas vanas fantasías, al precio de dolores profundos y sin número, y con una muerte amarga, largo tiempo temida y que al fin llega. Hé ahí por qué el aspecto de un cadáver nos pone súbitamente sérios.»

«La vida del hombre oscila. como un péndulo, entre el dolor y el fastidio [9]; tales son en realidad sus dos últimos elementos. Los hombres han expresado esto de una manera curiosa; despues de haber hecho del infierno la morada de todos los tormentos y de todos los dolores, qué ha quedado para el cielo? — Justamente el fastidio.»

Bueno es defenderse contra la habilidad y la elocuencia; hay ciertos momentos en que Schopenhauer nos parece irrefutable y el exámen interno, el recuerdo de las amarguras pasadas, dá completa razon á su teoría. Pero á menudo el sacerdote mismo echa á perder el culto; hay en él una premeditacion de hacer esprit, de buscar antítesis. Si encuentra una buena, no la sacrificaria, como Swift, por ningun respeto humano. Así cuando en sus Caractéres de los diferentes pueblos, dice: «Las otras partes del mundo tienen monos; la Europa tiene franceses; hay compensacion»,— uno sonrie, como pudiera hacerlo de una leyenda de Cham, pero encuentra que es demasiada lijereza en un hombre que pretende implantar un sistema filosófico universal.— Del mismo modo choca y hiere, aun en el pesimista mas endurecido, esta frase brutal: «En prevision de mi muerte, hago esta confesion: desprecio la nacion alemana á causa de su estupidez infinita y me avergüenzo de pertenecerle.» — Eso puede consolar á los franceses, pero no levanta el carácter moral del maestro.

En cuanto á las tétricas pinturas que el filósofo aleman hace de las amarguras infinitas de esta vida miserable, ya ántes que él y que todos los de su escuela, el poeta soberano habia dicho por boca de Hamlet:

O tha this too, too solid flesh would melt,
Thraw, and resolve itself into a drew!
Or that the Everlasting had not fix'd
This canon 'gainst self slaughter! O God! O God!
How weary, stale, flat, and unprofitable
Seem to me all the uses of this wared
Tie on't! O fie! tis an unweeded garden,
Ehat glows to seed; things rank and gross in nature
Possess it merely.

En la complejidad del organismo moral de Hamlet, el fastidio entra por mucho. Tiene los cansancios, los desalientos, las incertidumbres que le son características.— Busca y no encuentra.— Tiene el alma feudal y su inteligencia está impregnada del Renacimiento [10].— La aspiracion vaga es una forma del tédio....

Pero todos han pasado por esa nube de sombras. No hay un hombre, sin embargo, que nos haya dejado el remedio. El fastidio es la base suprema de la vida. Toma tedas las formas posibles de concebir, se infiltra lentamente en el espíritu y los años lo van petrificando en el fondo del alma.— Se lucha al principio, se yergue la cabeza, se buscan las agitaciones, los viajes; pero, huésped eterno, va dentro de nosotros donde nuestros pasos nos guien. Al fin, el combate cansa y cedemos. Entónces se vive bajo un temor vago é incierto y, ay! de aquel que se connaturaliza con esa existencia amarga, sin reposo, inquieta, sin descanso! No hay cabida para las ilusiones, no hay luz para la esperanza, no hay fuerza para la ambicion. Como la ola mansa y constante de la orilla que cava lenta y silenciosa la roca, el tédio va minando el alma que pierde el vigor y la energía, las álas para levantarse, é inerte, muerta, indiferente, cae anestesiada en el polvo insípido de la vida, y, en la vegetacion elemental, espera sin esperanza la solucion del problema.

Nell'imo petto, grave, salda, inmota

Come colonna adamantina, siede

Noia inmortale! [11]

Octubre, 1881.


  1. Pascal Pensées — Primera parte — Art. VII – III.
  2. Esta máxima, la 141, á pesar de tener dos variantes de redaccion y de encerrar una observacion tan profunda como justa, peca por un poco de oscuridad, que resalta en la dificultad de la traduccion. Me he apartado un tanto de la letra, pero el pensamiento queda idéntico.
  3. Los caractéres de La Bruyére. — Cap. ix. de l'Homme.
  4. No. xx.
  5. La duquesa de Grammont, que lo introdujo en la Córte y al príncipe de Condé, de quien fué secretario.
  6. M. Chamfort, etc. etc. por F. J. Stahl
  7. Recomiendo á los aficionados la introduccion y traduccion del «Eclesiastes» por M. Renan. Cohélet es un Hamlet hebraico.
  8. En todo lo referente á Schopenhauer, me he servido de las traducciones de la «Bibliothéque de Philosophie contemporaine» y de un excelente resum de M Bordeau. (Paris, 1880.)
  9. Obsérvese la curiosa identidad de esa idea con la de Leopardi en el verso que he tomado como epígrafe. A pesar de que Schopenhauer es su contemporaneo y viajó por Italia, parece estar comprobado que no se conocieron, ni tuvieron noticia de sus trabajos recíprocos. Véase Caro, «Le Pessimisme du XIX Siicle.
  10. Montégul
  11. Leopardi