A fuerza de arrastrarse: 50


Escena XVI

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BLANCA y PLÁCIDO.


BLANCA.-¿Vamos?

PLÁCIDO.-¿Para qué tan pronto?

BLANCA.-¿Para qué más tarde?

PLÁCIDO.-Para decirte no sé qué.

BLANCA.-(Nerviosa.) Entonces

PLÁCIDO.-Estuve una vez hace tiempo en tu casa.

BLANCA.-Lo sé.

PLÁCIDO.-No estabas.

BLANCA.-Sí estaba.

PLÁCIDO.-Pues no quisiste salir.

BLANCA.-Es verdad; ¿para qué?

PLÁCIDO.-Es verdad; para nada.

BLANCA.-¿Vamos allá?

PLÁCIDO.-Todavía no. El único instante de felicidad pura que tengo hace seis años, no me lo regatees.

BLANCA.-¿No eres feliz?

PLÁCIDO.-No; te prometí decirte la verdad. Pues bien: no soy feliz.

BLANCA.-Sin embargo, has subido mucho.

PLÁCIDO.-He subido y subiré más. Pero no basta. ¡Mortal hastío! ¡Repugnancia infinita! Eso siento.

BLANCA.-¡Qué pena!

PLÁCIDO.-¡Blanca!

BLANCA.-¿Qué?

PLÁCIDO.-Has dicho «¡qué pena!».

BLANCA.-¡«Qué pena» que no seas feliz, Plácido!

PLÁCIDO.-¿De modo que no me desprecias?

BLANCA.-Si fueras feliz, te despreciaría; siendo desdichado, no.

PLÁCIDO.-Y tú, ¿eres feliz?

BLANCA.-En lo posible lo soy. Mi hermano se ha ganado un buen nombre, una posición digna y el respeto de todos. ¿Qué más puedo pedir?

PLÁCIDO.-¿Pero tú?

BLANCA.-No me quejo de mi suerte.

PLÁCIDO.-¡Yo, sí!

BLANCA.-Porque eres insaciable.

PLÁCIDO.-¿Cómo ha de saciarse quien nunca bebió agua pura?

BLANCA.-Llévame a saludar a Josefina. (Suenan dos golpes en la puerta pequeña por donde salió BASILIO.)

PLÁCIDO.-¿Oyes?

BLANCA.-Han llamado.

PLÁCIDO.-¿Adivinas quién?

BLANCA.-(Nerviosa, queriendo irse.) ¡Cómo he de adivinarlo!

PLÁCIDO.-¡Un miserable! Ha escrito un folleto que me deshonra.

BLANCA.-Me lo ha dicho Javier. (Sigue caminando.) Vamos, por favor.

PLÁCIDO.-(Siguiéndola.) Y yo voy a comprarle el folleto para que no lo publique.

BLANCA.-¡Calla..., calla, por Dios!

PLÁCIDO.-Y viene por el precio. ¡Compadéceme, compadéceme!

BLANCA.-Quiero irme...

PLÁCIDO.-Te acompañaré.

BLANCA.-(Rechazándole.) ¡No te necesito! (Sale.)