A fuerza de arrastrarse: 40
Escena VI
editarPLÁCIDO y CLAUDIO. Viste con elegancia severa, aire de duelista, pero sin exageración; mirada altiva; de cuando en cuando, con el brazo derecho amaga una estocada, pero sin abusar del movimiento y sin marcarlo mucho.
PLÁCIDO.-Gracias a Dios que vienes.
CLAUDIO.-Es que yo también tengo mis asuntos.
PLÁCIDO.-Tú no tienes nada que hacer.
CLAUDIO.-¿Que no? Estos días soy padrino de dos duelos, y formo parte de un tribunal de honor. Nadie quiere batirse seriamente sin acudir a mí, porque saben que yo no admito farsas.
PLÁCIDO.-Y dime..., porque en estos últimos tiempos te he perdido de vista..., ¿te has batido alguna vez más?
CLAUDIO.-En España, no. Me sería muy doloroso herir o matar a un compatriota. Derramar sangre española..., ¡nunca! En cambio, todos los años hago un viaje al extranjero..., y allí, si se presenta ocasión, doy muestras de lo que es Claudio. Luego «la fama» trae a Madrid la relación de mis proezas.
PLÁCIDO.-Sí, esa costumbre tuya... ya la conozco. Y este último año, ¿cuántos lances tuviste? Es decir, ¿cuántos lances inventaste?
CLAUDIO.-Tres. En Hungría herí...
PLÁCIDO.-A un húngaro.
CLAUDIO.-No; creo que lo hice polaco. En Berlín, a un capitán de ulanos: también lo herí. Y al regresar, a un italiano.
PLÁCIDO.-Bueno; pues llegó el caso de que mates o hieras, o por lo menos «asustes», a un individuo molesto.
CLAUDIO.-¿A Basilio?
PLÁCIDO.-Así creo que se llama ese miserable, que me viene amenazando con publicar un folleto..., ¡un libelo! ¿Le viste? ¿Le amenazaste como tú has aprendido a amenazar, que parece que eres un tigre?
CLAUDIO.-Le vi, pero no le amenacé; con él no valen amenazas. Es enemigo peligroso: valor salvaje..., pero «salvaje» auténtico, no como los que nosotros usábamos; talento, travesura y carencia de todo sentido moral. Nos lleva ventaja.
PLÁCIDO.-(Con repugnancia.) ¡Por Dios!
CLAUDIO.-Con Basilio hay que emplear otro medio: «el único».
PLÁCIDO.-Tú exageras.
CLAUDIO.-No exagero, le conozco bien. Él y yo vivíamos en la misma casa de huéspedes..., allá, cuando nuestra primera farsa.
PLÁCIDO.- ¡Claudio!... ¡Qué palabras empleas!... Aquello fue una broma propia de jóvenes.
CLAUDIO.-Que te hizo hombre.
PLÁCIDO.-Y a ti. Pero volvamos a Basilio. ¿Conoces el folleto?
CLAUDIO.-Cuando fui a ver a Basilio de tu parte y de la mía, porque a mí también me interesa, me leyó un capítulo.
PLÁCIDO.-¿Y qué?... Palabras, insultos...
CLAUDIO.-No; pruebas. La carta que Javier me escribió cuando nuestro duelo, rompiendo toda clase de relaciones conmigo por indigno y farsante; así decía.
PLÁCIDO.-A mí me escribió otra parecida. (En tono triste.) Esa carta es muy peligrosa. Porque Javier en materias de honor tiene autoridad decisiva. ¡Grave!... ¡Muy grave! ¿Me nombraba en esa carta?
CLAUDIO.-¡Naturalmente!
PLÁCIDO.-(Preocupado hondamente.) ¡Grave, muy grave!
CLAUDIO.-Mira tú, Javier ha seguido otro camino distinto del nuestro.
PLÁCIDO.-Inspiraciones de Blanca.
CLAUDIO.-Javier ha estudiado..., ha estudiado..., ¡lo que ha estudiado! ¡Es hoy toda una reputación! ¡Una fama de talento que ni la tuya!
PLÁCIDO.-¡Y en el foro, qué palabra y qué rectitud! Es una reputación de honradez..., que ni (Mirando alrededor.), vamos, no veo en todo lo que alcanza la vista con quien compararlo. (Sonriendo con alguna tristeza.)
CLAUDIO.-Ha tardado más que nosotros, pero ha llegado.
PLÁCIDO.-Y está más tranquilo. Pero, en fin, ¿le viste?
CLAUDIO.-Vi a Blanca y a Javier y les dije que viniesen a tu casa.
PLÁCIDO.-Para prestarme autoridad, para que todo el mundo viese que no me creen indigno de ser su amigo; en suma, para quitar fuerza a esa carta traidora si es que llega a publicarse.
CLAUDIO.-Todo eso y mucho más...
PLÁCIDO.-¿Y qué?
CLAUDIO.-Javier se negó; pero Blanca se echó a llorar, y le dijo: por tu «carta» está Plácido comprometido..., debemos ir.
PLÁCIDO.-¡Pobre Blanca!
CLAUDIO.-Y vendrán esta noche.
PLÁCIDO.-¿Y Basilio?
CLAUDIO.-Vendrá a verte dentro de poco. Y créeme..., hay que capitular.
PLÁCIDO.-Me repugna, sin conocerle.
CLAUDIO.-Ya le conocerás y te repugnará más todavía.