A fuerza de arrastrarse: 21


Escena II

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El MARQUÉS, DON ROMUALDO y DON ANSELMO, que se encuentra con DEMETRIO.



DEMETRIO.-Pasen, pasen..., que ahí dentro está el señor marqués esperando al señorito Plácido, su secretario particular. (Saluda y vase.)

MARQUÉS.-¡Ah..., son ustedes!... Los esperaba con verdadera impaciencia.

DON ROMUALDO.-Estamos pasando unos días muy desagradables. En fin, tú te empeñaste en que fuésemos padrinos de Plácido..., y realmente es un joven muy simpático.

DON ANSELMO.-Muy simpático.

MARQUÉS.-Su conducta ha sido nobilísima.

DON ROMUALDO.-No cabe duda; nobilísima.

MARQUÉS.-Pero ¿cuándo ha de acabar este asunto?

DON ANSELMO.-¡Ah! De nosotros no depende..., ni de ellos tampoco. Dos veces hemos querido ir al terreno, y dos veces la Policía se nos ha echado encima. ¿Quién ha podido dar el aviso? ¿Lo sospecha usted?

MARQUÉS.-Vaya usted a saberlo.

DON ANSELMO.-De los interesados no hay que sospechar. A don Claudio le dió un síncope, o algo así, de ira.

MARQUÉS.-No, a corazón no le gana a Plácido. No he visto tranquilidad igual. Ustedes saben lo que yo soy en esos lances, pues aún más sereno que yo: como si tal cosa.

DON ROMUALDO.-¡Si es tranquilo el hombre, dígamelo usted a mí! En estos días, que debían ser angustiosos, muy angustiosos para él, porque al fin se juega la vida, ha tenido la ocurrencia de escribir un artículo sobre mi libro.

DON ANSELMO.-Un gran artículo, y que ha tenido una gran resonancia.

DON ROMUALDO.-¡Es un joven de mucho talento... y de mucho valor!

DON ANSELMO.-Y, sin embargo, vean ustedes, lo que es el teatro: la noche en que se estrenó su comedia tenía miedo; un hombre tan sereno ante la muerte..., tenía miedo.

MARQUÉS.-Pero fue un gran éxito.

DON ANSELMO.-(Al MARQUÉS.) Claro, usted compró casi todo el teatro, y luego nuestros dos periódicos echaron las campanas a vuelo.

DON ROMUALDO.-¡Yo no estoy arrepentido!

DON ANSELMO.-Tratándose de un principiante tan simpático, la benevolencia es permitida, es casi un deber.

MARQUÉS.-Hay que ayudarle entre todos, porque él es tan tímido, tan modesto, que no hará nada por sí. Yo tengo mi proyecto. Si escapa con vida, que Dios lo quiera, yo le haré subir. ¡Quizá le deba la vida! ¡No hago más que pagar una deuda sagrada!

DON ANSELMO.-Si ustedes le hubieran visto con qué modestia y con qué ingenuidad me rogaba que dulcificase mi artículo de crítica. Al soberbio, castigo; al humilde, protección.

MARQUÉS.-Yo estoy angustiadísimo. Pero ¿no habría modo de evitar el lance?

DON ROMUALDO.-Imposible. Hemos querido aprovechar las dificultades que durante una semana entera nos ha estado poniendo la Policía, para buscar un arreglo, extender un acta en que todos quedasen bien y dar por terminado el lance; pues no lo hemos conseguido.

DON ANSELMO.-Y en honor a la verdad, el más terco ha sido Plácido: «que Claudio le ha insultado a usted y que han de matarse y han de matarse». Esto es lo que se opone a todas nuestras reflexiones.

MARQUÉS.-Ese joven vale mucho. Yo soy duro para estas cosas, ya lo saben ustedes..., pues me enternezco. ¡Si ocurriese una desgracia!

DON ANSELMO.-Tengamos esperanza. Y si Plácido sale bien, ha hecho su suerte. En ocho días, el hombre a la moda, el favorito del público, el héroe y el caballero.

MARQUÉS.-¡Qué pena si le rompen las alas a ese pobre chico!

DON ROMUALDO.-Él se empeña.

DON ANSELMO.-Él fue el que sugirió la idea de que aprovechásemos su parque de usted.

MARQUÉS.-Y yo tuve la debilidad de acceder.

DON ROMUALDO.-No; el sitio está bien escogido, y esta vez desafiamos a la Policía.

MARQUÉS.-Ya he dado mis órdenes.

DON ROMUALDO.-Plácido está aquí; no le ve entrar ningún polizonte. Don Claudio vendrá solo y entrará por la puertecita del parque. Y los padrinos vendremos como de visita..., o para almorzar contigo..., a las once o a las doce. No hay modo de que nos sorprendan.

MARQUÉS.-Sí, las precauciones están bien tomadas; pero voy a pasar un mal día..., porque es hoy, ¿no es verdad?

DON ANSELMO.-Hoy misino; ya se lo hemos escrito.

MARQUÉS.-Sí, sí..., recibí anoche la carta.

DON ROMUALDO.-Pero veníamos precisamente por eso, para evitar cualquier equivocación.

DON ANSELMO.-Sí..., vamos, que nos estarán esperando los otros padrinos. Hasta luego, señor marqués, y buen ánimo. (Se dan la mano.)

DON ROMUALDO.-Hasta luego..., ¿quién sabe?..., puede ser que almorcemos todos juntos.

MARQUÉS.-¡Dios lo quiera! (Salen DON ANSELMO y DON ROMUALDO.)