A fuerza de arrastrarse: 06
Escena cuarta
editarPLÁCIDO; después, BLANCA.
PLÁCIDO.-Lo que importa es salir de aquí. Estos horizontes, con ser tan anchos, me ahogan. Y Blanca también viene con nosotros: me alegro. ¡Pobre Blanca! Blanca... <
BLANCA.-Buenas noches. ¿No está mi hermano?
PLÁCIDO.-Se fue ahora mismo. Ha dicho que le esperes.
BLANCA.-Se me hizo tarde. Me fui, como de costumbre, por el camino de la ermita. Y distraída y pensando..., me alejé... y la noche se vino encima. Hoy no traigo flores. ¿Para qué? No te gustan: siempre las encuentro por aquí... tiradas y marchitas... Además..., ya no podré traerte más flores... (Tristemente.) ¿Te lo ha dicho mi hermano?
PLÁCIDO.-Sí... ya sé que os vais a Madrid. ¡Poco contenta que irás a la corte!
BLANCA.-¡Contenta! Tú sabes que no. Lo dices porque te gusta atormentarme.
PLÁCIDO.-Pero no niegues que vas contenta. Irás con frecuencia al palacio del marqués: quizá te quedes a vivir con Josefina...
BLANCA.-¡Bonito porvenir! Yo no sé si Josefina habrá cambiado; pero cuando era niña..., ¡criatura más antipática no se puede encontrar! Se complacía en atormentarme. ¡Más lágrimas me ha hecho verter.
PLÁCIDO.-Eres ingrata, porque esta vez bien te ha servido.
BLANCA.-Es verdad. La pobre ha hecho lo que ha podido por nosotros y le debo gratitud: habrá cambiado. Pero está de Dios que lo mismo sus agravios que sus favores me cuesten lágrimas. (Llora bajito.)
PLÁCIDO.-(Aparte.) ¡Pobrecilla! (Alto.) Vamos, que ya te consolarás cuando en aquellos salones tan espléndidos luzcas hermosos trajes.
BLANCA.-¿Hermosos trajes? ¿Y con qué dinero los compro?
PLÁCIDO.-Josefina te regalará alguno de los suyos. ¡Es riquísima!
BLANCA.-¡Ah! (Con cierto orgullo.) «No tenemos la misma medida»: me vendrían estrechos. Además, mis trajes son los míos. Muy pobres, pero se moldearon en mi cuerpo. Quiero estameña que arrope mi propio calor, no blondas que se empeñó en amarillear el calor ajeno.
PLÁCIDO.-¡Eres altiva! Malos vicios llevas a la corte.
BLANCA.-Menos malos si no dejan hueco a los que allí pudiera recoger. ¡Pero te has empeñado en atormentarme esta noche! Yo venía angustiada: durante todo el paseo estuve llorando. Pensé encontrarte triste y te encuentro burlón. Yo creo que te regocija la idea que ya no vamos a vernos más.
PLÁCIDO.-Si tanto te apena el irte, ¿por qué le escribiste aquella carta a Josefina?
BLANCA.-Pensé que no haría caso, como no habían hecho caso de las cartas de mi hermano. Y Javier se empeñó... «que yo destruía con mi orgullo su porvenir...» ¡Qué sé yo..., debilidades..., tonterías..., que luego se pagan!
PLÁCIDO.-De todas maneras, resulta que entre tu hermano y yo, prefieres a tu hermano. Con él te vas..., y yo..., el pobre Plácido..., aquí se queda.
BLANCA.-¿De modo que tú no quieres que me marche a Madrid? (Con alegría.)
PLÁCIDO.-Yo no mando en ti, Blanca.
BLANCA.-(Con ansia amorosa.) Pero ¿te da mucha pena que me vaya?
PLÁCIDO.-Ya lo estás viendo.
BLANCA.-Pues. si lo sientes tanto, ¿por qué no me pides que me quede?
PLÁCIDO.-¡Ah! Tú obedecerás a tu hermano.
BLANCA.-Más te obedecería a ti si estuviese segura de que me quieres mucho.
PLÁCIDO.-Finges que lo dudas para tener un pretexto y marcharte: ¡ir a la corte, vivir entre el lujo y el placer, oír galanterías y, al fin y al cabo, casarte con un duque! Y el pobre Plácido, allá, que se muera en el pueblo.
BLANCA.-¡Me vas a volver loca! ¡Yo, riquezas; yo, lujos; yo, galanes! Mira, Plácido, dime de verdad, con todo tu corazón: «Quédate», y desobedezco a mi hermano y «me quedo».
PLÁCIDO.-¿Serías capaz?
BLANCA.-¡Prueba..., prueba!... ¿A que no pruebas?
PLÁCIDO.-Voy a probar: «Quiero que te quedes.»
BLANCA.-Pues suceda lo que quiera, no voy a Madrid.
PLÁCIDO.-Ahora veremos si cuando venga Javier te atreves a decírselo.
BLANCA.-Ahora lo veremos.