A don Alonso Pérez de Guzmán

​Carta de don Pedro Calderón a don Alonso Pérez de Guzmán (Capellán Mayor de los Reyes de Toledo)​
Correspondencia de Pedro Calderón de la Barca

Carta de don Pedro Calderón a don Alonso Pérez de Guzmán (Capellán Mayor de los Reyes de Toledo)


Ilustrísimo señor: Mandome Vueseñoría Ilustrísima que, por que no pierda tiempo me dé por advertido de que este año, en consecuencia de los pasados, haya de escribir las fiestas de Santísimo Sacramento; y aunque para mí, dejando siempre en su primera estimación lo piadoso del asunto, no puede haber felicidad mayor que obedecer a Vueseñoría Ilustrísima, con todo eso me asisten hoy razones que no sin dolor me obligan a suplicarle, con cuanto debido rendimiento puedo, sea servido de hacerme merced de añadir a las honras que de su liberalidad confieso recibidas, la de tenerme esta vez por excusado. Y porque no parezca que sin grande disculpa pueden hallarse en mí aún menores señas de repugnancia a sus preceptos, suplico también a sus ocupaciones me permitan el breve espacio que tarde en motivar las causas que me mueven, con el seguro de que el ser de reputación afiancen la excusa de lo uno y el embarazo de lo otro.

Yo, señor, juzgué siempre, dejándome llevar de humanas y divinas letras, que el hacer versos era una gala del alma o agilidad del entendimiento, que ni alzaba ni bajaba los sujetos, dejándole a cada uno en el predicamento que le hallaba, sin presumir que pudiera nunca obstar ni deslucir la mediana sangre en que Dios fue servido que naciese, ni los atentos procederes en que siempre he procurado conservarla; y aunque es verdad que, ocioso cortesano, la traté con el cariño de habilidad hallada acaso, no dejé de desdeñarla el día que tomé el no merecido estado en que hoy me veo; pues para volver a ella fue necesario que el señor don Luis de Haro me lo mandase de parte de Su Majestad en el festivo parabién de la cobrada salud de la Reina nuestra señora (que Dios guarde), y no con menor fuerza de razones convenció mis excusas que con decirme en formales palabras: «¿Quién le ha dicho a vuesa merced que el mayor prelado no se holgara de tener una habilidad, y, más de ingenio, que tal vez fuese pequeño alivio a los cuidados de Su Majestad?»

Con esta autoridad, honestados a luz de servicio los decoros de mi nuevo estado, sin haber tomado la pluma para otra cosa que no sea fiesta de Su Majestad o fiesta del Santísimo, obedecí entonces y desde entonces a cuanto en esta buena fe se me ha mandado; hasta que, habiendo puesto los ojos en una pretensión que cabe en los límites de mi esfera, no desguarnecida de servicios propios y heredados; después de publicada la merced, me la ha retirado la objeción de no sé quién, que juzga incompatibles el sacerdocio y la poesía; y aunque a mí me basta a saber que no lo sean el que Su Majestad lo admita, y sus mayores ministros me lo manden, pues incompatibilidad fuera no constarles a ellos y no ser decente, siendo así que la censura ha de encontrar primero con su mandado que con mi obediencia; con todo eso, mientras la duda se mantenga tolerada y no vencida, no deja de padecer mi reputación considerable nota, de que sólo puede, hasta la resolución, ponerme en salvo el que, si erré engañado, con dejarlo, no erraré advertido; que nadie está obligado a enmendar defecto que no conoce hasta que haya piedad que se lo advierta.

Dirame Vueseñoría que las fiestas del Corpus no hacen consecuencias para otras; y responderé yo que si a mí me pusieran la objeción de los asuntos de cuanto hasta hoy he escrito, con mejorar los asuntos desvaneciera la objeción; pero quien me capitula, no me capitula, ni puede, lo que escribo, sino el que lo escribo; y lo digno de un objeto no enmienda lo indigno de un ejercicio; y mientras no me dieren por digno el ejercicio, no me pueden dar por digno ningún objeto suyo; fuera, señor, de que darme al partido de que en particular es bueno, es darme al partido de que en común es malo. Declárese si lo es o no; que siendo bueno, aquí estoy para servir y obedecer toda mi vida; y no lo siendo, ni a Su Majestad ni a Vueseñoría Ilustrísima le puede parecer mal que, conocido el yerro, trate de enmendarle; y aun el mismo misterio se dará por más bien servido; pues lo que se califica indecoro de un altar, mal puede quedar festividad de otro. Y, en fin, señor, dejándome a ser primero ejemplar del mundo en que se pudo desmerecer obedeciendo, reduzgamos a dos palabras el discurso: que no es justo que por mí se haga estorbo a mayores importancias. O es malo, o es bueno: si es bueno, no me obste; y si es malo, no se me mande. Dios guarde a Vueseñoría Ilustrísima...