A Zaragoza
Viendo el tirano que el valor ferviente domar no puede del león de España, ni el lazo odioso de coyunda extraña dobla el fuerte Aragón la invicta frente, y juró cruel venganza, y de repente se hundió en el Orco, y con horrible saña del reino oscuro que Aqueronte baña alzó en su ayuda la implacable gente. De allí el desmayo y la miseria adusta, de allí la ardiente sed, la destructora fiebre salieron y el contagio inmundo. Ellos domaron la ciudad augusta; no el hierro, no el poder. ¡Decanta ahora tu triunfo, oh Corso, y tu valor al mundo!