A Nuestra Señora de la Aurora
Ya del eterno Sol, divina Aurora, a tu Albor matutino, un nuevo día, renace el pueblo y de la noche fría huye el horror y el cielo se colora. Ya te saluda en tu primera hora tanta ave dulce, dulce Ave María, compitiendo en tu agrado la armonía del que himnos canta y del que culpas llora. Salude alba tan pura húmedo cielo con fecundo rocío y tu semblante vivifique uno y otro campo adusto. Vuelve, Señora, a ser nuestro consuelo; danos nube de lluvias abundante, como antes diste de tu seno al «Justo».