A Meléndez Valdés
Desciende, del sagrado
monte, Calíope santa, y las loores
de Batilo me inspira; dí cuál fuera
de los brazos de Baco y los amores
por Temis arrancado;
cuál la Diosa severa
blandir le enseña la amenazadora
espada del delito vengadora.
La espada que tajante
en tu mano, Batilo, al poderoso
opresor amenaza herida y muerte.
Ya pálido el malvado poderoso
vacilar su constante
potencia de tu fuerte
brazo impelida mira, y ya caído
asombro es del tirano aborrecido.
Temis torna a la tierra
y en Celtiberia pone su morada;
por ti, justo Batilo, desde el cielo
a los mortales otra vez bajada;
la codicia, la guerra
sangrienta, ya del suelo
celtíbero huyen lejos, y vencidos
al cielo alzan los monstruos sus bramidos.
Otro tiempo el Tonante
sus rayos encendidos fulminaba
contra el tirano duro y ambicioso;
su fuego abrasador aniquilaba
las puertas de diamante,
y el déspota orgulloso
mientras fiado en la lealtad dormía
de sus guardas, con ellos junto ardía.
Tal el desapiadado
Lycaón, y tal el suegro de Linceo
sufren pena y tormentos inmortales;
que no borran del pálido Leteo
las aguas el pecado,
ni se acaban los males,
antes Alecto del azote armada
cruda castiga la nación malvada.
Mas ora el inocente
opaco bosque, y la floresta amena
de Júpiter airado los rigores
siente, y burla el perverso de la pena
debida a sus horrores,
y el cielo le consiente;
Huyamos ¡ay! las tierras habitadas
de iniquidad y vicios infectadas.
Véase también
- (1) Dedicada a Juan Meléndez Valdés.