A Jesucristo (Querol)
¡Paz en la tierra! El águila romana tras largos vuelos retornó a su nido la rica presa a devorar ufana de todo un mundo a su poder vencido. ¡Paz en los anchos mares! Ya el marinero, cual debida ofrenda, cuelga la húmeda vela al negro muro del templo de sus dioses tutelares. Ciñe la frente Octavio de verde oliva, símbolo de paces, y a una señal de su potente mano dóblanse al suelo las sangrientas haces, las puertas cierra de su templo Jano. Del César con la púrpura ceñida, diadema de cien reyes por corona, al arrullo del Tíber adormida Roma descansa, la imperial matrona. Grecia sus dioses le donó, el Oriente la púrpura y el oro, Cartago el mar, la Iberia su valiente pueblo sin paz, temor de las naciones, Italia noches de placer serenas, y sus manchados tigres y leones Libia mandó del circo a las arenas. ¿Qué tiene en tanto la ciudad señora que en el lecho de flores duerme inquieta? ¿Por qué, su origen recordando, llora en dulces versos su inmortal poeta? ¿Por qué siente ese frío dentro del corazón, y el pueblo todo se estremece en el circo en miedos vagos? ¿Le trajo el viento del clarín del Godo el son que anuncia mortandad y estragos? Es que trocó su fe por loco orgullo; es que manchó su túnica de lodo, y el ¡ay! del moribundo fue su arrullo: por eso siente el corazón beodo débil latir y su energía brava, que en el vacío del placer se abisma: reina del mundo y de su orgullo esclava negó el Olimpo y se adoró a si misma. ¿Dónde la Fe? Perdida la esperanza que con místico lazo al cielo unía, huérfano el hombre queda; y el mundo a la ventura, ya de la duda entre la niebla fría, ya de la nada entre la noche oscura, lejos del sol de las verdades rueda. La Fe está allá: colinas aromosas cubiertas de racimos, rientes valles, noches misteriosas, dulces frutos opimos; sombra de las palmeras, céfiros de las tardes calurosas que dais suspiros vagos, torrente aprisionado en las laderas que te derramas en tranquilos lagos, monte que guardas a tu pie la aldea, ahí en vosotros, misterioso, es donde el germen sacro de la Fe se esconde que al mundo absorto mostrará Judea. Vírgenes de Sión, que en la llanura ceñidas de guirnaldas, dais a los soplos de la tarde pura el canto alegre y las flotantes faldas, ¿Por qué la voz que suena en la floresta se cambia en un suspiro? ¿Por qué bajo las galas de la fiesta la palidez de los insomnios miro? ¿Por qué en el templo por la noche vela el sacerdote sobre el libro santo y descifrarle anhela, y estremecido, a par de su salterio, modula en dulce, incomprensible canto, palabras de esperanza y de misterio? Es que se cumplen los sagrados días: alzad, hombres, las frentes; digan sus alegrías los montes, las llanuras, las ciudades, que llega el esperado de las gentes, que llega el prometido en las edades. En su inclinada frente pensadora la luz de Moisés brilla: es Jeremías cuando triste llora, es Isaac en la piedad sencilla. De Job la mansedumbre y de Josué el valor en sí atesora; le sigue en pos la inmensa muchedumbre de un pueblo que le adora. De las montañas sobre el ardua cumbre brota esa voz de su inspirado labio, que es en la noche de los tiempos lumbre, miedo del fuerte y confusión del sabio. Decid, ¿cuál es su misterioso nombre? Nadie lo sabe, y claro se adivina al ángel tras el hombre, y en la cárcel de barro alma divina. ¡Mejor que el hombre le conoce el mundo! ved cuál se extiende alfombra de sus plantas el ancho mar profundo. Mensajeros de Dios, los mansos vientos van a decirle sus palabras santas con flébiles acentos. De invisibles cantores la armonía le saluda a su paso, y es la aureola de su frente el día muriendo en el ocaso. La creación ante sus pies rendida no opone a su poder, poder más fuerte: Él solo ha sido origen de su vida, sólo Él será la causa de su muerte. ¿Queréis saber quién es? En lo futuro clavad vuestra mirada. ¿Qué apercibís en ese fondo oscuro do va a brotar un mundo de la nada? Errantes por los ásperos senderos hombres extraños miro, y en la ciudad, del campo en los linderos dan al viento un suspiro. Muchedumbres inquietas en torno suyo su palabra escuchan. Oigo su voz, que es voz de los profetas, y combaten y luchan. Y el siervo ha rechazado el torpe yugo, y el hombre igual al hombre se levanta, y se convierte en víctima el verdugo que más la vida que la muerte espanta. Nada vale el furor de las legiones, nada la hoguera que encendida humea, nada el poder del solio, nada del circo hambrientos los leones, a detener la marcha de la idea que sube al Capitolio. [...] Y hubo noche de sombra y de misterio; se oyó estertor de un mundo que moría, desolación y asombros; y del romano imperio viéronse sólo en el siguiente día los sangrientos escombros. [...] Y luego voces de contento suenan, y ante la cruz rendidos, los siglos con los siglos se encadenan lejos, allá en la eternidad perdidos. ¿Le conocisteis ya? Sobre la tierra fija la firme planta; con abrazo de amor al orbe cierra; su frente hasta los astros se levanta. Viene a llenar el insondable abismo del corazón del hombre. Sólo igual a sí mismo no tiene patria ni conoce nombre. Es la santa creencia, es la oración del religioso labio; en Él concluye el libro de la ciencia. Él es el solo sabio. La creación sus galas le prepara. Nadie a su ley contrario con torpe duda su piedad ofenda: en su Templo de Paz la tierra es ara, el corazón del hombre rica ofrenda, el cielo el santuario. [...] ¿Qué hizo el mortal? El día se oscurece, del Gólgota en la cumbre solitaria so de Dios el hijo con baldón perece: no alcéis por Él la mística plegaría; tras breve muerte romperá el sudario. [...] ¡Ay del que brinda amor a los humanos! El hombre, en cambio de su bien, ofrece una Cruz y un Calvario.