A Granada
¡Bien haya el sacro libro del místico poeta
que tus recuerdos canta sobre el hundido ayer!
Él cuente tus historias, esposa del Profeta,
llorando en tus ruinas tu efímero poder.
¡Bien hayan los suspiros que el moro desterrado
desde la ardiente Libia te manda sin cesar!...
Él cuente lo que has sido y evoque tu pasado,
creyendo ver tu sombra surgir del ancho mar.
Yo, al son de un arpa, triste y oculto entre las flores,
cual pájaro perdido, mi voz ensayaré,
cantando los que aún brindas halagos seductores
al pobre peregrino que al fin tu suelo ve.
Las gracias que hoy te adornan, los dones inmortales
que la naturaleza gentil te prodigó,
tu eterna vestidura de encantos virginales,
tu nombre bendecido cantar pretendo yo.
¡Granada! En tu recinto tal vez la poesía
del mundo primitivo soñaba ya un edén,
y allá desde la Grecia tu nombre bendecía,
creyendo tus jardines mansión de eterno bien.
Después ¡ay! ¿quién te ha visto que el alma enamorada,
no deje, al alejarse, suspensa sobre ti,
y en otros horizontes, al nombre de «Granada»
no surja ante sus ojos la sombra de una hurí?
¡Granada! ¡Qué radiante te adora en sus ensueños,
el que las zonas cruza del gélido aquilón!...
Los ecos de tu fama ¡qué gratos y risueños
del aterido polo visitan la región!...
¡Granada! En los desiertos del trópico abrasado,
¡qué ansiadas son y puras tus auras de jazmín!
Tus aguas bullidoras ¡qué ansioso y angustiado
recuerda el sarraceno de Zahara en el confín!
¡Oh! Dios vertió en tu seno, deidad de Andalucía,
la luz de sus miradas, la chispa divinal,
y en gérmenes fragantes de eterna lozanía
se abrió tu seno al mundo cual pródigo rosal.
Tendida en los confines de un valle delicioso,
reclinas en un monte la nacarada sien,
y cual esbelta virgen en plácido reposo
tomaste la postura de un lánguido desdén.
¡Con qué dulces abrazos te estrechan esos ríos!
¡qué amantes esas sierras protegen tu solaz!
¡qué gratos son tus bosques, pacíficos y umbríos!,
¡qué inmensa tu campiña, qué espléndida y feraz!
¡Qué augusto el obelisco de zafiro y de plata
que inmóvil te defiende del austro abrasador!...
¡benditas las auroras de oro y escarlata
que enciende allá en sus cumbres la regia luz del sol!
¡Qué bellas son las tardes del apacible octubre
pasadas en tu vega, y en honda soledad,
cuando en la noche negra su faz el tiempo encubre,
después que un nuevo día le da a la eternidad!
Y ver a las estrellas, cual faros de bonanza
lucir de las tinieblas en el opaco tul,
y aquellas almas puras, que llora la esperanza,
soñar que aún nos sonríen detrás del cielo azul...
¡Qué puras son tus noches de luna y primavera,
tus noches perfumadas, tus noches ¡ay de mí!
que ya desvanecidas, cual nube pasajera,
lleváronse de amores las horas que perdí!
¡Qué inmensos los instantes, qué vago el pensamiento
se explayan en tu seno, Granada celestial!
¡Qué locos los amores, qué rico el sentimiento
desbórdase a tu lado, sirena divinal!
¡Qué hermosas son tus hijas, estrellas de tu cielo,
palmeras de tus valles, claveles de tu abril,
ensueños de la Arabia perdidos por tu suelo,
tal vez náyadas blancas salidas del Jenil!
¡Qué rauda y soñadora se eleva la poesía
que beben de tus labios los hijos de tu amor!
Fecunda en tradiciones, vergel de fantasía...
¿de quién que tenga un alma no harás un trovador?
Tú, patria del artista; tú, madre del poeta;
tú, nido de perfumes; tú, cuna de cristal;
tú, perla desprendida del cándido Veleta;
tú, lágrima del cielo; tú, sílfide oriental.
Bendita seas ¡oh virgen! bendita seas ¡oh diosa!
las horas sean benditas pasadas junto a ti;
¡benditos los ensueños de nácar y de rosa
que un tiempo en tu regazo también yo concebí!
Tus árabes jardines, tus mansos arroyuelos
¡benditos sean, oh reina del ámbito andaluz!
¡que siempre te prodiguen su amor los altos cielos!
¡que siempre te fecunde del sol la ardiente luz!
¡Que siempre de placeres, de sueños seas morada!
¡que nunca el crudo noto te pueda marchitar,
y siempre seas de flores suavísima almohada,
donde mi loca frente consiga reposar!