A España (3 Althaus)
No a tu soberbia y tu codicia sumas
propicio aguardes el favor celeste,
ni breve triunfo conseguir presuntas
que poco esfuerzo a tu valor le cueste;
como; vestida de ligeras plumas,
te le dio un día la cobriza hueste,
de estos mundos antigua moradora,
cuyo infortunio el universo llora:
La que opuso en la lid pecho desnudo
y cuerpo que cubrió leve vestido
a pecho que guardaba doble escudo
y a cuerpo de armadura revestido,
frente y faz descubierta al hierro agudo
a rostro por el yelmo defendido;
lidiando así entre el Indio y el Ibero
con un hombre de carne otro de acero:
la que oponía flechas a arcabuces
y a los cóncavos bronces que en su seno
guardan del rayo las siniestras luces
y el estampido horrísono del trueno;
con que tan simples ánimos reduces
a pensar que un poder al hombre ajeno
e igual al de los Dioses soberanos
tremendo armaba tus feroces manos.
No tales hechos a los siglos cuente
ni más que humanos tu altivez los nombre,
que a vista de ventaja tan patente
no hay quien de oírlos, sino tu, se asombre;
y la que a pie peleaba juntamente,
de ti invadida, con caballo y hombre,
cual con monstruoso aterrador centauro,
ceder debió de la victoria el lauro.
Mas nosotros la flecha voladora
no te opondremos a la ardiente bala:
las armas mismas manejamos hora
el mismo bélico arte nos iguala:
a resonante mole destructora
sabremos dar del huracán el ala,
y en contra de tu escuadra fulminante
Armstrong nos presta su cañón gigante.
Mas por ventura en esperar te ufanas
que nos cabrá de Méjico el destino,
y que Almontes tenemos y Santanás
que a la conquista te abran el camino:
mas, ¡cuánto son tus esperanzas vanas
y cuán ciego tu error y desatino,
si piensas que hallarás un sólo Almonte
que su amistad a tu venida apronte!
Aquí nadie desea tu venida,
ni hay diestra alguna a recibirte presta:
si el noble corazón que pronto olvida
y a quien el odio y la venganza cuesta,
cerrar dejaba la profunda herida
de tu conquista y opresión funesta,
con el ultraje nuevo, nuevamente
abrirse ahora y enconar la siente.
Y otra vez nuestros míseros anales,
con tanta sangre y lágrimas escritos,
recorren nuestros ojos; y los males
de tu cruda conquista y tus delitos,
a los horrores del Infierno iguales
y en fiereza y en número infinitos,
se ofrecen, como nuevos y presentes
a nuestros pechos e indignadas mentes:
la inaudita traición de Cajamarca
y vasta mortandad del vulgo indiano,
y el suplicio del mísero monarca
tras el rescate que pagara, en vano;
y convertido en sanguinosa charca
por la codicia y el furor hispano
el ya dichoso dilatado imperio
que leyes dio al antártico hemisferio:
casi extinguida innumerable raza,
más que con armas nobles y guerreras,
con el puñal y ponzoñosa taza
y el fuego abrasador de las hogueras;
de los hambrientos perros con la caza
que hombres descuartizaban como fieras,
con el látigo atroz de alambres hecho,
con el garrote y el candente lecho.
Y al fogoso mancebo el viejo cano
tu yugo atroz que aún alcanzó le cuenta:
mayor siempre el orgullo castellano,
y más intolerable nuestra afrenta;
dueño de todo el ávido tirano,
la Inquisición de víctimas hambrienta,
muerto al nacer cuanto fulgor brillaba,
rey el Error y la Razón esclava.
Y así la anciana voz añade cebo
al juvenil coraje y la bravura,
y al oírla el colérico mancebo
con labio ardiente la venganza jura;
y anhela que el Perú huelles de nuevo
y hacerlo de tus huestes sepultura,
vengando tu conquista y tiranía
no vengadas bastante todavía.
(1864)