A Antonia editar

I. editar

Flor que del sol te meces
al primer rayo,
niña hermosa que creces
al sol de mayo:
decirte anhelo
lo que quiero y le pido
para ti al cielo.

Yo quiero que tu alma jamás a Dios olvide;
que Él siembre sólo en ella los gérmenes del bien:
que el ángel de tu guarda como un jardín la cuide,
donde las flores sólo de la virtud se den.

Yo quiero que el ambiente del vicio no te dañe;
que donde estés, los genios de la sociedad no estén;
que ni el amor te prenda ni la amistad te engañe
con redes cuyos lazos tus ojos hoy no ven.

Que tu alma no se nutra de pensamientos vagos;
que no recibas flores sin conocer de quién;
que el corazón te pueda librar de los estragos
de libros y de utopias en que los tontos creen.

Que se deslice quiero tu juventud tan pura
como los ríos puros que riegan el Edén,
y tus recuerdos broten tan limpios de amargura
como las aguas puras del pozo de Zemzén.

Que nunca pesen menos tu fe y tu honor que el oro:
que no orlen los diamantes, sino el pudor, tu sien:
que tengas en tu casa las llaves del decoro;
que seas en tu raza de la vejez sostén.

Quiero que tu existencia
tejas con flores;
que guardes tu inocencia,
que nunca llores;
que bogue en calma
por el mar de la vida
siempre tu alma.

II. editar

Y quiero que tu cuerpo, con la salud nutrido,
alcance la hermosura del árbol y la flor;
que, de frescura y fuerza modelo, esté vestido
con el cendal rosado del virginal rubor.

Yo quiero que las hebras de tus cabellos suaves
coronen tu cabeza con tal gentil pudor,
como el crestón de plumas que Dios da a algunas aves
y el que orla a los volcanes de luz y de vapor.

Que tu sonrisa sea como el albor del día,
tu voz como el murmullo de arroyo bullidor,
tu aliento como esencia de las que el Asia envía,
y tus palabras ricas de espiritual sabor.

Tus ojos más serenos que el agua de los lagos,
que nunca empañen ni orlen con cárdeno color
nublados de tristezas, de lágrimas estragos…
que al cielo puedan siempre mirar como el condor.

Si duermes, que tu sueño arrullen las palomas;
si velas, que a tu reja te cante el ruiseñor;
y que las brisas llenen tu camarín de aromas,
y tu alma mis cantares de fe, de paz y amor.

Quiero que mientras vivas
de mí te acuerdes
y que en tu alma lo escribas
por si me pierdes.
He aquí mi anhelo,
he aquí lo que para ambos
le pido al cielo.