A Amarilis
de José Marchena

 Soledad deliciosa, bosque umbrío
 ¡ay, cómo en tu retiro busco en vano
 alivio al inmortal quebranto mío!

 Me hirió de Amor la poderosa mano,
 de Amor la flecha aguda envenenada
 que contra mí lanzara el inhumano.

 ¡Oh mil veces feliz edad dorada
 en que fue la ternura y la firmeza
 del constante amador siempre premiada!

 Agora al rendimiento, a la fineza
 se retribuye indiferencia fría,
 al obsequio humillado cruel dureza.

 ¿Qué mal dios en su cólera daría
 el siempre infame honor a los mortales,
 que tanto de natura los desvía?

 Él el pudor nos trajo, él sus fatales
 leyes a Amor impuso, y él los bienes
 más dulces transformó en acerbos males.

 De mi dulce enemiga los desdenes
 el acaso los causa, y hace en llanto
 mis ojos dos raudales ¡ay! perenes.

 Sigue, Amarilis, de Cupido santo
 las leyes, del amor sigue el sendero
 exento de pesar y de quebranto.

 Honor, de la natura comunero,
 ejercite en el vulgo su tirana
 dominación y su poder severo.

 Tú escucha del Amor la soberana
 voz, que al deleite agora te convida;
 que esta la edad en su verdor lozana.
 
 Huye la primavera de la vida
 cual un ligero soplo, un breve instante,
 y nunca torna si una vez es ida.

 Vendrá ¡ay! la vejez corva, y el amante
 que agora sólo espira tus amores,
 y que esquivas más dura que diamante,

 Lejos huirá de ti; de adoradores
 la turba que te cerca de contino,
 cual brillo suele de caducas flores

 tal desparecerá; que del destino
 esta es la ley severa, inexorable;
 éste de la hermosura el hado indino.

 Tal la purpúrea rosa, que al amable
 Céfiro abrió su seno, el soplo airado
 del vendaval deshoja, y despreciable
 yace y marchita en el florido prado.