A***
No de tu eterna soledad te espantes
ni del dolor que te devora insano,
que esta suerte les cabe a los gigantes
que atrás dejaron el nivel humano.
Mira crecer, y con desdén la tierra
dejando profundísima a su planta,
aislarse más la solitaria sierra
cuanto se encumbra más y se agiganta:
ronco grito de cóndor altanero
es sola voz que de la tierra siente,
y sin fin lanza el huracán guerrero
dardos de fuego en su desnuda frente.
Mas nunca do su noble desventura,
nunca de su destino se lamenta,
pues sabe que pagar debe su altura
con soledad, con rayo, con tormenta.
Sufre pues mudo tu dolor profundo,
y halla, como las cimas, el consuelo
de estar tan lejos del ruidoso mundo,
en tu gloriosa vecindad al cielo.
Esta poesía forma parte del libro Obras poéticas (1872)