Año nuevo (Barrett)

Año nuevo
de Rafael Barrett


No es el año quien se renueva. El mismo rosario, con tantas cuentas como días, se deslizará otra vez entre nuestros dedos. Por un solo reloj resbalan todas las horas y todos los minutos. Omega es también alfa; el tiempo no avanza, gira; no tiene edad. ¿No comenzó un año ayer, y no comenzará mañana? ¿Qué importa hacer aquí o allá la raya en el río? Cada instante es principio y fin.

Año nuevo: y el verano continúa. El viento no tropezará el 1 de enero, ni el canto del pájaro quedará cortado en dos, ni tampoco el gemido del moribundo. Soldadura invisible a cuyo través pasan las cosas sin estremecerse. Ninguna quilla de buque ha chocado con el Ecuador. Traspasamos al año nuevo nuestro activo y pasivo intactos, nuestras energías y las lacras de nuestra carne; se nos arrastra con idéntica rapidez, englobados en la enorme continuidad de la naturaleza. El año ha empezado; somos un poquito más viejos y nada más.

No es el tiempo el que envejece, somos nosotros. Cuando jóvenes parece llevarnos sobre su ala; más tarde nos deja atrás, y nos fatigamos corriendo en pos de él, hasta que nos abandona, y su terrible corriente nos echa a un lado. Un cadáver es un despojo escupido a la orilla. Pero, ¿por qué entristecemos? Lo que no tiene remedio se examina y se acepta. Envejecer es una prueba de haber vivido, de que se está viviendo aún, y vivir es renovarse para los que son dignos de vivir. Lo dijo el poeta: «Puesto que hay que usamos, usémonos noblemente».

Ya que no el año, su contenido será nuevo y bello si nos usamos noblemente. Compadezcamos a los seres pasivos que consideran 1909 como un número de lotería, y el horario como una ruleta. Preferible es entregarse al más bárbaro de los dioses y no al azar. En Moloch queda todavía el tosco designio de lo bestial, mientras que la casualidad es totalmente estúpida; prostituirse a ella es prostituirse a las tinieblas, suicidarse con un arma sin nombre. No; que nuestras divinidades sean humanas; que trabajen con nosotros, que nos comprendan y, si lo merecemos, que nos admiren. En cualquier circunstancia hay lugar para el heroísmo, ¿y a qué hemos venido al mundo si no a ser héroes? No necesitamos esperar a que concluya el 31 de diciembre; cosecharemos el año próximo lo que hayamos sembrado antes, y seguiremos sembrando para después. La realidad no se acota; olvidemos el calendario, y atendamos al manantial constante y silencioso que nos brota del alma.


Publicado en "La Razón", 2 de enero de 1908.