120 años de la Biblioteca del Congreso Nacional de Chile: 2


La Biblioteca del Congreso Nacional: Los primeros cuarenta años. Orígenes y primeros directores. editar

<< Autor: Pablo Valderrama Hoyl


La Biblioteca del Congreso Nacional se inició como “biblioteca de la Cámara” de Diputados, en 1882, gracias a la iniciativa, labor y aportes del entonces diputado por Petorca, don Pedro Montt Montt, posteriormente Presidente de la República entre los años 1906 y 1910. Poco después, fue nombrada de aquel modo en la sesión de la Cámara de Diputados en 12 de junio del año siguiente. Señala el Acta, que, al igual que las siguientes citas, se transcribe con la puntuación y ortografía originales:

“El señor TORO (Secretario).- El Presupuesto vijente consulta la cantidad de 1,500 pesos para fomento de la biblioteca de la Cámara, i como el señor Diputado don Pedro Montt, que actualmente viaja por Europa, manifestó en el año anterior la mejor voluntad para coadyuvar a ese mismo objeto, hago indicación en nombre de la Comisión de Policía para que se acuerde pedir esa cantidad a S. E. el Presidente de la República i se ponga a disposición del señor Montt a fin de que haga las adquisiciones de libros que sean necesarios.

El señor HUNEEUS (Presidente).- La Cámara ha oído la indicación que hace el señor Secretario, a nombre de la Comisión de Policía.

Si no hai inconveniente, se pedirán al Gobierno los 1,500 pesos que se necesitan para cumplir con el acuerdo de la Cámara.

Así se acordó.”
2. Edificio del Congreso Nacional a fines del siglo XIX. A su izquierda se aprecia el frontis de la Biblioteca del Congreso.

Sin embargo, la Biblioteca del Congreso fue llamada de este modo por primera vez en la Sesión 1ª Extraordinaria del Senado, en 14 de noviembre de 1883. El Acta da cuenta del trabajo de una comisión bicameral que estudiaba el Proyecto de Presupuesto presentado por el Poder Ejecutivo para el año siguiente. Al respecto, señala:

“La comisión cree que sería conveniente que se refundan en una sola, las bibliotecas de ambas Cámaras, i en consecuencia propone que la glosa de este item ( 3°, de la Partida 34) se altere por la siguiente:

Para el fomento de la biblioteca del Congreso.”

Inicialmente se destinaron para ésta las salas del segundo piso del edificio del Congreso en Santiago. Esta construcción que fue sede del Poder Legislativo de la República hasta 1973, se levantó entre los años 1858 y 1876, en el centro político de la ciudad capital de Chile.

Con relación a la construcción del antiguo edificio del Congreso, que albergó al Senado de la República, a la Cámara de Diputados y, más adelante, a la Biblioteca del Congreso, una ficha del Registro de Monumentos Nacionales del Ministerio de Obras Públicas consigna:

“En 1848, el Gobierno encargó al arquitecto francés Claude François Brunet de Baines, el proyecto para el edificio del Congreso Nacional. Una ley dictada para el efecto el 8 de agosto de 1854, destina fondos para su construcción, la que se inicia en 1858 en terrenos que, antes de su expulsión, pertenecieron a los jesuitas. Fue trazada al poniente de la iglesia de la Compañía, aún en pie en esa fecha. El Gobierno encomienda la dirección de las obras al arquitecto, francés también, Lucien Hénault, en reemplazo de Brunet de Baines, fallecido en 1855. Hénault cumple este encargo hasta 1860, año en que se paraliza su construcción por carencia de fondos. A su reanudación, en 1870, la obra es dirigida por el arquitecto de gobierno, Manuel Aldunate; fue concluida en 1876..."(1)

Antes de continuar, resulta ilustrativo observar el estado de las bibliotecas públicas santiaguinas unos doce años antes de haberse creado la primera biblioteca parlamentaria de Chile. Así, Recaredo Tornero destacaba el valor y la riqueza del fondo bibliográfico de la Biblioteca Nacional, fundada en 1813, y que a 1871 ya contaba con unos cuarenta y dos mil textos. Luego puntualizaba sobre esta misma institución:


“He aquí el movimiento de este establecimiento durante el año corrido desde el 1° de abril de 1870 hasta el 1° de abril de 1871.

Han concurrido 4.418 personas; de ellas 686 han leido obras de humanidades, 686 obras de ciencias matemáticas i físicas, 190 de ciencias médicas, 785 de ciencias legales i 172 de ciencias sagradas.

Se han adquirido 3 libros por depósito, 213 por entrega de publicaciones segun la lei de imprenta, 1.240 por obsequio, i 89 por compra.” (2)


Más adelante, Tornero se refiere, en orden de importancia, a la biblioteca del Instituto Nacional con 9,000 volúmenes; la de la Uníversidad (de Chile) con 5.000 volúmenes; la de los Tribunales de justicia, la del Seminario y luego cuatro bibliotecas de iglesias: la de la Recoleta Domínica (unos 18 mil volúmenes escogidos), la de la Merced, la de Santo Domingo y la de la Recoleta Francíscana.

Este trabajo se inició haciendo referencia al fundador de a Biblioteca, el diputado don Pedro Montt M. (1849-1910). Cabe precisar que quien más tarde llegara a ser Presidente de la República, recibió una esmerada y exigente educación marcada por destacados maestros del Instituto Nacional, por las enseñanzas de su propio padre, el ex Presidente de la República don Manuel Montt Torres (1851-1861) y por los consejos del gran amigo del mandatario, don Antonio Varas de la Barra. Así también, tanto Manuel Montt como Antonio Varas fueron ministros del anterior Presidente de la República, don Manuel Bulnes Prieto (1841-1851). Varas, luego, lo sería también de Montt Torres y juntos conformarían una dupla famosa en la educación y la política chilena.

Con estos antecedentes, don Pedro no podía ser menos y así, en 1870, se recibió de abogado y seis años después fue electo diputado suplente por Petorca y más adelante propietario, en 1879. Su partido político era el Nacional, también llamado Montt-Varista.

Y don Pedro no estaba ajeno a la problemática de las bibliotecas. Por esos años, su hermano Luis era un reconocido bibliófilo, poseedor de una gran biblioteca y así el diputado supo, además, valorar su importancia como entidades formadoras con visión de futuro. Años después, don Luis Montt llegaría a ser Director de la Biblioteca Nacional.

Pero en 1879, los avatares de la política chilena los monopolizaría la Guerra del Pacífico librada entre Chile y los aliados Perú y Bolivia. Las urgencias del sangriento conflicto durarían hasta 1884, tras el triunfo final de las armas chilenas.

Durante toda a contienda, el Congreso Nacional de Chile no dejó de sesionar, manteniendo la continuidad de la legislatura y la estabilidad de su sistema presidencial democrático representativo.

Y así, mientras Gobierno y oposición defendían sus legítimas diferencias políticas en lo interior, aunaban esfuerzos consensuadamente para hacer frente a las necesidades de una contienda bélica para la cual el país no estaba preparado. Había que movilizar, reclutar, adiestrar, apertrechar, armar, transportar ejército y marina en un mínimo de tiempo y en todo el país, sin dejar de lado la marcha del régimen institucional.

De modo que cuando en 1883, el diputado Pedro Montt M., se encontraba de viaje por Europa “coadyuvando” en el esfuerzo por incrementar el fondo bibliográfico de la biblioteca de la Cámara de Diputados, aún no se apagaban los ecos de las batallas de la guerra del Pacífico, a la sazón desarrollándose en los Andes peruanos.

Pero Pedro Montt no estaba de visita protocolar en Francia y otros países europeos. En realidad, estaba constatando una carencia de nuestro Parlamento: las fuentes del pensamiento y la acción jurídicas del derecho positivo; las legislativas, las intelectuales, las académicas, las históricas y culturales estaban en las bibliotecas de los centros de poder. Allí se guardaban las identidades de esos países, su memoria; las raíces creativas del futuro; las que los nutrían y seguirían haciéndolo, tanto a sus personajes públicos, a sus legisladores, como a las instituciones a las que pertenecían para seguir perfeccionándolas. Y el diputado Montt provisto de un claro espíritu emprendedor e innovador había captado el verdadero sentido de la modernidad europea: en esas bibliotecas se encontraban el conocimiento y la información sobre los que se fundamentaba su rigor, crecimiento, solidez y seguridad como países de aquel primer mundo.

Así, Montt se entregó con conocimiento, ahínco y tesón a la tarea de dotar al Congreso chileno de aquellas fuentes de la modernidad; de libros, de textos, de anales, de publicaciones periódicas, de recopilaciones de leyes históricas, de experiencias de países; de clásicos y vanguardistas autores, siempre innovadores, en todos los campos del pensamiento, con aquellos 1.500 pesos que la Cámara había solicitado al Gobierno y luego puesto en sus manos. Sin una biblioteca poderosa, como varias de aquellas que revisó en Europa, representantes y legisladores quedaban casi al margen del mundo moderno, de las exigencias del progreso, de una continuidad a futuro. Esa fue la visión y la misión del diputado Pedro Montt en 1883, cuando Chile, aunque parezca increíble, aún se encontraba en guerra...

Alcanzada la paz en los campos de batalla, al año siguiente, parte de la adquisición de libros que el diputado Pedro Montt acuciosa y meticulosamente había hecho en Europa, y aunque también parezca increíble, casi desaparece en el fondo del mar.

Así, parte del informe de la Comisión de Policía de la Cámara de Diputados, referido a la 20a sesión Extraordinaria, en 20 de diciembre de 1884 señalaba: “Gastos extraordinarios: treinta por ciento pagado a la Compañía Inglesa de Vapores como Avería Gruesa sobre el valor de factura de cuatro cajones de libros para la biblioteca de esta Cámara, salvados del naufrajio del vapor Cordillera, quinientos sesenta í seis pesos treinta i ocho centavos; gastos de desembarque de los mismos, veintiocho pesos veinticinco centavos.”

Ahora, con relación al buque en cuestión, Francisco Vidal Gormaz puntualiza:

“Cordillera.

Vapor de la Compañía Inglesa de Navegación por Vapor en el Pacífico (R S. N. C.), procedente de Liverpool i destino a Valparaiso, con pasajeros i un cargamento surtido, su capitan Mr. F. L. Gruchy. Este buque hizo su viaje sin novedad hasta Punta Arenas de Magallanes, de donde salió a las 7. h. 30 m. p. m. del dia 20 de setiembre de 1884, para encallar cuatro horas mas tarde en la restinga que destaca el cabo San Isidro.

El Cordillera, varó de firme para no flotar más; pero salvaron los pasajeros i tripulantes asimismo la carga.”(3)

Está visto que ni la guerra ni el océano Pacífico, “ese mar que tranquilo te baña, como señala e! himno patrio de Chile, podrían contra a firme decisión del diputado Pedro Montt.

Cabe ahora precisar que el nombre completo de la institución apareció luego de a aceptación por parte del Gobierno del Presidente de la República don Domingo Santa María González (1881- 1886), para destinar recursos solicitados por la Cámara de Diputados. De este modo, en el Acta de la sesión de ésta, en 20 de junio de 1885, se consigna:

“...atender los gastos generales de la Cámara de Diputados, la publicación de las actas, sesiones i fomento de la biblioteca del Congreso Nacional.”

Aquel 1885 fue un año crucial para la Biblioteca del Congreso Nacional, porque además de contar con mayores recursos, con los que se compraron más libros, incluso al librero M. Pedone Lauriel, de París, también antes, el diputado Pedro Montt propuso que se agregara al presupuesto la remuneración para un bibliotecario...

“Item 4. Sueldo de un bibliotecario. Lei de presupuestos de 1885... $ 1,000.” (Acta de Sesión 14ª Extraordinaria, en 7 de enero de 1885, de la Cámara de Diputados).

Esta iniciativa del forjador de la Biblioteca fue aprobada en aquella ocasión por 33 votos contra 1... Hay que resaltar también que don Pedro donó parte de su propia biblioteca a la incipiente del Congreso Nacional. Tan sólo dos días después y, nuevamente gracias al empeño del diputado Montt, la Cámara de Diputados logró un acuerdo con el que se inició el intercambio de publicaciones parlamentarias (Boletines de Sesiones) con Parlamentos de otros países. Así se sumaron publicaciones de Argentina, Bolivia, Brasil, España e Inglaterra.

En agosto, un informe de la Comisión de Policía de la Cámara de Diputados, relativo a gastos generales de ésta, indicaba:

“suscripción a revistas i publicaciones estranjeras i adquisición de útiles para la misma biblioteca del Congreso...” 454,72 pesos. (Sesión en 22 de agosto de 1885).

Y un poco antes, el 24 de julio de 1885, asumió aquel bibliotecario cuyo sueldo se puntualizó arriba. Fue el abogado don Manuel Lecaros Reyes, quien se convertiría en el primer Director de la Biblioteca del Congreso Nacional (aunque a la época este cargo no existía, de aquí en adelante a los bibliotecarios jefes se les llamará así).

Del Director Lecaros, corresponde señalar que en 1943, cuando la Biblioteca cumplía sesenta años, salió publicada en la prensa de Santiago sólo una pequeña nota que recordaba su fallecimiento a la temprana edad de 39 años, el 1°de julio de 1901.

El segundo Director de la Biblioteca del Congreso fue el tesista de la carrera de Derecho, don Arturo Alessandri Palma.

Don Arturo, se desempeñó como bibliotecario, entre los años 1890 y 1893. Debe destacarse que a don Arturo le correspondió el período de la guerra civil de 1891, que enfrentó al Poder Ejecutivo y al Poder Legislativo, durante la Administración del Presidente de la República don José Manuel Balmaceda Fernández (1886-1891), quien resultó derrotado y del cual el Director Alessandri era opositor.

Cuatro años después, don Arturo comenzaba su carrera política siendo elegido diputado por Curicó, en el centro agrario del país, culminando como Presidente de la República (lo sería entre 1920-1925, y en la segunda oportunidad: entre 1932 y 1938).

En relación al paso de don Arturo Alessandri por la Dirección de la Biblioteca, (antes había trabajado como empleado en la Biblioteca Nacional) en una entrevista hecha por el escritor Armando Donoso, en 1921, (Alessandri ya ejercía a Presidencia de la República), don Arturo señaló lo siguiente:

“...después de dos años de desempeñar este puesto, se abrió un concurso para proveer el de bibliotecario en la librería del Congreso Nacional. Me presenté entre los 25 o 30 candidatos y nos disputamos el puesto en el certamen que se abrió al afecto con mi querido amigo Luis Orrego Luco (4). La Comisión de Policía de la Cámara de Diputados y del Senado debió resolver el asunto y yo triunfé por un voto, que fue el de don Vicente Reyes.(5)

“En verdad, trabajé en la Biblioteca del Congreso un poco más que en la Nacional, porque sentía el peso único de la responsabilidad sobre mi y, en la realidad, puede decirse que me correspondió a mí la formación de esa Biblioteca, que era muy incipiente cuando yo me hice cargo de ella. Se había nombrado para fiscalizar los actos del bibliotecario, por la Comisión de Policía de la Cámara, al entonces diputado por Petorca, don Pedro Montt, que me distinguió siempre con pruebas reiteradas y distinguidas de afecto que, desgraciadamente, no guardaron armonía con nuestras relaciones cuando fue Presidente de la República...”

Así, como se ha visto, en los diez primeros años de la Biblioteca del Congreso Nacional, un ex Presidente de la República dio el primer impulso para la creación de ésta, logró que se contratara al primer Director, se hizo cargo de la compra de los primeros libros y publicaciones extranjeras y otro ex Presidente de Chile, la dirigió.

Continuó, entonces, a don Arturo Alessandri, don Adolfo Labatut Bordes, desde 1893 hasta 1931. El nuevo encargado de la Biblioteca había nacido en 1869 y, luego de realizar sus estudios en el colegio de los Padres Franceses de Valparaíso, cursó estudios de Leyes en la Universidad de Chile, aunque no se recibió.

Alessandri, refiriéndose a su reemplazante, señalaba:

“Era mi ayudante mi querido y buen amigo Adolfo Labatut. Yo trabajé mucho para que él se quedara con el puesto: lo conseguí y, si la vida ha tenido tantos vaivenes, agitaciones y cambios de rumbos para mi, él en cambio continúa pacíficamente en su puesto, ilustrándose siempre y prestando el concurso de su inagotable buena voluntad cuando algún amigo o algún congresal llega por casualidad al retiro de esa biblioteca, que es una de las mejores y más completas de Sud América”.(6)

Al finalizar don Arturo su gestión como Director, en 1893, la Biblioteca pudo disponer de un primer catálogo de su fondo bibliográfico, realizado por el joven Labatut y con la valiosa colaboración de los diputados Pedro Montt —por cierto— y Abraham Gacitúa, parlamentario por Ancud, Chiloé. Pero, en 1895, don Adolfo, ya en el cargo de Director, vio a la Biblioteca ser consumida por un gran incendio. Al respecto se refiere el historiador Gonzalo Vial:

“Físicamente Senado y Cámara continuaron en el mismo lugar: la manzana enmarcada por las calles Catedral, Compañía, Bandera y Morandé... pero no en el mismo edificio.

Pues el de Brunet de Baines fue víctima, el 18 de mayo de 1895, de un voraz incendio —iniciado en el sector de Morandé— y quedó casi totalmente destruido, con todo su alhajamiento, la Biblioteca íntegra y gran parte del archivo (el del Senado completo). Los cuerpos legales debieron separarse y sesionar en sedes improvisadas...

...La reedificación demoraría quince años, suplementándose el ítem primitivo por sucesivas leyes (1897, 1899, 1900 —dos veces—, 1901, 1907, 1908...) en una suma total superior a 1.250.000 pesos.

Fue ocupándose por partes según el edificio se reconstruía. El terremoto de 1906, sin embargo, produjo nuevos desperfectos...(7)

A continuación, se transcribe lo que en esa oportunidad publicó la prensa. El diario El Ferrocarril de Santiago, del domingo 19 de mayo de 1895, en su primera página titulaba:

“El INCENDIO del Edificio del Congreso Algunos Datos Históricos.- El Mobiliario.- La Biblioteca.- Otros Detalles.”

Luego de informar sobre la historia del edificio, construido inicialmente, como se señaló, por el arquitecto francés Claude E de Brunet de Baines y a las múltiples y valiosas pérdidas materiales provocadas por el incendio del día anterior, se refiere a la Biblioteca del Congreso en los siguientes términos:

“La Biblioteca del Congreso venia formándose desde hace ocho o diez años y era, a la fecha, una de las mas valiosas e interesantes que poseía la República.

Anualmente el presupuesto consultaba fondos para su incremento y había logrado establecer un servicio de canjes con los parlamentos de los principales paises del mundo, lo que permitia adquirir una cantidad de publicaciones del mayor interes y que habria sido bien difícil proporcionarse por otro camino.

La biblioteca tenia libreros, en correspondencia con ella, en Paris, Lóndres, Berlin, Leipzig, Madrid y Nueva York, que se apresuraban a enviarle los catálogos de las publicaciones mas recientes y mas interesantes y, en vista de ellas, se hacian periódicamente los encargos de libros. En derecho civil, público e internacional, economia política, historia política y parlamentaria y en muchos otros ramos, difícilmente podria en Santiago hallarse otra biblioteca más rica y que estuviese en posesion de lo más moderno publicado en Europa y Estados Unidos.

Además, la biblioteca, desde hace algunos años, estaba suscrita a los mas acreditados diarios y revistas del mundo. Semestralmente se encuadernaban estas publicaciones y formaban una riquísima coleccion que será bien difícil adquirir de nuevo.

Lo mismo acontece con publicaciones oficiales del país y del extranjero, que la biblioteca poseia en abundancia. En sus estantes se hallaban las colecciones completas de los debates de las Cámaras inglesa, francesa, española, italiana, norteamericana y las de casi todos los paises sud-americanos. Todo esto costará bastante reponerlo, si es que logra conseguirse.

El número de volúmenes encuadernados que tenia la biblioteca pasaba de doce mil. A la rústica habia tambien una cantidad mui crecida, formada principalmente con los canjes recibidos de otros parlamentos.

De todo este valioso tesoro es mui poco lo salvado: nada mas que algunos centenares de libros, truncos, medio quemados y mojados.

Entre las reparaciones que se hacian en el Congreso figuraban precisamente el ensanche de la Biblioteca, pues era ya estrecho el local que ocupaba. En el piso alto iban a habilitarse dos grandes salones mas, que habia desocupado la Direccion de Obras Públicas con el objeto de dejarla en tales condiciones de comodidad y holgura que sirviera no solamente a los miembros del Congreso sino al público.”(8)

Superadas las urgencias provocadas por el incendio del 18 de mayo, resulta encomiable la constancia y el trabajo que debió desplegar el Director Labatut, quien se dio a la prolongada y paciente tarea de volver a reunir el fondo bibliográfico de la misma.

Al respecto, Gonzalo Vial resume los aportes económicos fiscales que recibiera la Biblioteca después del incendio:

“Tampoco fue olvidada la Biblioteca del Congreso Nacional (...). Se le asignaron repetidamente fondos suplementarios, v. gr. en 1895(6.000 pesos), en 1898(4.000 pesos), 1899 (8.000 pesos), etc. El año 1900, su planta era de un bibliotecario, dos oficiales auxiliares y un portero, con sueldos anuales de, respectivamente, tres mil, mil doscientos, y seiscientos cuarenta y ocho pesos.“(9)

No deja de ser interesante tener presente que la existencia de esta institución es un verdadero prodigio, ya que tal vez sea la única biblioteca parlamentaria del mundo en la que parte de su material bibliográfico haya sobrevivido a guerras, naufragios, incendios y terremotos, en sus ya 120 años de historia.

Antes de continuar, hay que detenerse en 1910, año en que el ya muy enfermo Presidente de la República, don Pedro Montt M., (fallecería el 16 de agosto de aquel año, antes de finalizar su mandato constitucional) apenas alcanzó a pronunciar el que sería su último Mensaje Presidencial a a Nación, el 1° de junio de ese año, desde la testera del Salón de Honor del edificio del Congreso Nacional, recién concluido en sus reparaciones, y donde ya funcionaban el Senado, la Cámara y la Biblioteca, que él mismo impulsó a formar en 1883. La entrega final del edificio se concretaría a mediados de 1910.

Además de distraer importantes fondos, tiempo y personal en reparar las instalaciones de la Biblioteca, don Adolfo Labatut se abocaría metódicamente a la confección de catálogos con el registro del material bibliográfico. Ya se mencionó el primero de 1893 realizado en su época de ayudante de don Arturo Alessandri, y hay que agregar el catálogo de 1902, sólo siete años después del incendio, lo cual demuestra su eficiencia en la reconstrucción patrimonial. Asimismo, fue el primer Director en introducir un sistema de clasificación bibliográfica, y así lo da a entender en el Prefacio de su tercer catálogo de 1920-1921:

“Por ello, no hemos pretendido efectuar clasificación científica alguna; no encontramos, tampoco, modelo que imitar; sólo hemos adoptado las divisiones que nos han parecido más usuales en los diversos órdenes de conocimientos. Únicamente nos han guiado consideraciones de utilidad práctica, el propósito de entender lo mejor posible la necesidad de conocer las obras que sobre las diversas materias que aquí existen”.

10. El ex Director de la Biblioteca, Arturo Alessandri, Presidente de la República (1920-1925)

Inmediatamente a continuación, don Adolfo se acerca a definir por primera vez la labor de una biblioteca parlamentaria como la que dirige:

“Es preciso tener presente que esta es una Biblioteca destinada, principalmente, a facilitar los estudios legislativos y, en general, los estudios de las ciencias sociales”.

Por último Labatut, quien con la honestidad intelectual que lo caracterizó, al reconocer que el trabajo de clasificación de obras exigía conocimientos muy superiores a los que él poseía, en su mismo trabajo citado, se aproxima al número de ejemplares que ya tenía la Biblioteca del Congreso Nacional:

“Debido al afán de hacer una obra útil para los aficionados al estudio, no nos ahorramos esfuerzos; por eso tratamos de conocer las obras que forman el acerbo de esta Biblioteca —cuyo número de volúmenes se acerca a cincuenta mil— a fin de clasificarlas en la división que les correspondía”.(10)

Pero en los años en que don Adolfo dirigía la Biblioteca y ordenaba la publicación del tercer catálogo en que —como se destacó— ya la enmarcaba como una Biblioteca al servicio del Poder Legislativo, las aguas habían vuelto a agitarse en éste. vAsí, en 1920 asumió la Presidencia de la República su ex Director, don Arturo Alessandri P. cuya candidatura fue levantada como una solución frente a la grave crisis social, económica y política que vivía Chile, como consecuencia, en gran medida, del derrumbe de la minería del salitre en el norte de país.

Así, don Arturo que impulsaba desde el Gobierno un vasto programa de reformas laborales, observó como sus proyectos legislativos eran rechazados por un Senado mayoritariamente opositor que continuaba con estériles prácticas parlamentaristas. En medio de a efervescencia política, en septiembre de 1924, don Arturo renunció al mando, retornándolo seis meses más tarde. Muchas de las reformas laborales fueron aprobadas finalmente y Alessandri, despidiéndose del cargo promulgó, en septiembre de 1925, una nueva Constitución política para el país.

En medio de una permanente tensión social, en diciembre de aquel año asumió la Presidencia de la República don Emiliano Figueroa L., aunque quien verdaderamente ejercía el poder era su ministro de guerra y luego Vicepresidente, coronel Carlos Ibáñez del Campo que, finalmente, asumiría en 1927 el sillón presidencial, tras la renuncia del Mandatario.

Ibáñez, sin disolver el Congreso, logró que este resultara compuesto por parlamentarios afines y gobernó así férreamente hasta 1931, en una gestión que concretó importantes reformas en el plano laboral y administrativo del país, pero que no pudo evitar el descontento popular por la represión política y por la “Gran Depresión” mundial de fines de la década de los 20 que afectó fuertemente la economía de Chile.

Notas

(1) Montandón, R. y Pirotte, S. Registro de Monumentos Nacionales, Dirección de Arquitectura, Ministerio de Obras Públicas, Ficha N°53, diciembre de 1981.

(2) Tornero, Recaredo S. CHILE ILUSTRADO Gula Descriptivo del Territorio de Chile, de las capitales de provincia, de los puertos principales. Valparaíso, Librería i Ajencias del Mercurio, 1872, p. 97.

(3) Vidal Gormaz, Francisco. Algunos Naufrajios ocurridos en las Costas Chilenas desde su descubrimiento hasta nuestros días, Santiago de Chile, Imprenta Elzeviriana, 1901, pp. 575- 576.

(4) N. del A.- Don Luis Orrego fue un destacado escritor chileno (1866-1948). Llegó a ser ministro de Educación Pública en 1918. Como novelista alcanzó notoriedad con varias obras de carácter histórico.

(5) N. del A.- Don Vicente Reyes Palazuelos (1835-1918), brilló como político liberal chileno. Abogado, llegó a ser Presidente del Senado en dos ocasiones y fue candidato a la Presidencia de la República.

(6) Donoso, Armando. Conversaciones con Don Arturo Alessandri. Anotaciones para una biografía. Biblioteca Ercilla XXXIV, Santiago de Chile, 1934, pp. 21- 23

(7) Vial C., Gonzalo, et al. Historia del Senado de Chile. Santiago, Editorial Andrés Bello. 1995, p. 138.

(8) El Ferrocarril, Santiago, Domingo 19 de mayo de 1895, año XL (40°), N° 12.341, Imprenta y Oficina Santiago, Calle de la Bandera N°39.

(9) Vial, op cit, pp. 140-141

(10) Labatut, Adolfo. Catálogo de la Biblioteca del Congreso Nacional 1921-2, Imprenta Cervantes, Santiago.

Fuentes consultadas

-Donoso, Armando. Conversaciones con Don Arturo Alessandri. Anotaciones para una biografía, Biblioteca Ercilla XXXIV, Santiago de Chile, 1934.

-Labatut, Adolfo. Catálogo de la Biblioteca del Congreso Nacional 1921-2. Imprenta Cervantes, Santiago. -Montandón Roberto y Pirotte, 5. Registro de Monumentos Nacionales, Dirección de Arquitectura, Ministerio de Obras Públicas, 1981.

- Ovalle Castillo, Francisco Javier. Don Pedro Montt ex Presidente de la República de Chile. Imprenta Universitaria, 1918.

-Tornero, Recaredo S. CHILE ILUSTRADO Gula Descriptivo del Territorio de Chile, de las capitales de provincia, de los puertos principales. Valparaíso, Libreria i Ajencias del Mercurio, 1872.

-Vial C., Gonzalo, et al. Historia del Senado de Chile, Santiago, Editorial Andrés Bello, 1995.

-Vidal Gormaz, Francisco. Algunos Naufrajios ocurridos en las Costas Chilenas desde su descubrimiento hasta nuestros días, Santiago de Chile, Imprenta Elzeviriana, 1901.

-Boletines de Sesiones de la Cámara de Diputados y Senado. -Periódico El Ferrocarril.


Fuentes de las fotografías

1, 9 y 10 Biografías Chile Color. Editorial Antártica.

2, 3 y 13 Archivo fotográfico Museo Histórico Nacional.

4. The Republic of Chile, 1904. Mary Robinson Wright.

5, 6, 7 y 8 Archivo BCN

11 y 12 Álbum de Santiago y vistas de Chile 1915. Jorge Walton.