«La guerra: providencia y satanismo», artículo del cardenal Gomá (1938)
“La guerra: providencia y satanismo”, artículo del cardenal Gomá (Marzo de 1938)
editar
A petición del Excmo. Sr. Duque de Alba, representante de la España Nacional en Inglaterra, y para la revista “Cork Examiner” escribió el Emmo. Sr. Cardenal Arzobispo de Toledo el artículo que a continuación transcribimos.
La revista “Cork Examiner” es una de las mejores de Irlanda y la más difundida entre el pueblo irlandés: por ello, y por el interés con que este catolicísimo pueblo ha seguido desde un principio nuestra guerra, no dudamos que el artículo a que nos referimos habrá producido ópimos frutos en favor de nuestra causa, que es la de la Religión y de la Patria.
Decía yo a un amigo, tratando de nuestra guerra, que las abominaciones que en personas y cosas sagradas habían cometido los llamados “rojos”, casi no se explican sin admitir una sugestión diabólica. -Quite usted el “casi”, me respondió, y tenga por cierto que ni la forma ni el volumen de los sacrilegios cometidos por la horda en España tienen explicación en la pura psicología humana”. -¿Es que en estos profundos movimientos de orden social y especialmente en la terrible explosión de pasiones humanas que representa toda guerra, habrá una intervención del espíritu maligno, como indudablemente hay una intervención de la providencia de Dios?
El General Foch, el héroe francés de la guerra europea, hablaba de “este momento solemne en que, sin saber por qué, un ejército se siente empujado adelante como si resbalase sobre un plano inclinado”. Y añadía en metáfora gráfica que encierra un pensamiento profundo: “La guerra es “departamento” del que la Providencia se ha reservado la dirección; en ella los éxitos dependen casi enteramente de aquello que depende menos del hombre”.
En esta misma guerra que ensangrienta el suelo de España, a lo menos por la parte del ejército nacional, se ha formado una conciencia universal, íntima, de que “Dios está con nosotros”. Se lo hemos oído a muchos y muy prestigiosos militares. ¿Qué convicción tendrá el ejército contrario? Si no creen en Dios sus dirigentes, y si han obrado terriblemente contra Dios, ¿contarán con el socorro de los espíritus contrarios a Dios?
Y ello pone a la curiosidad insaciable del pensamiento humano el interrogante que ya torturaba al viejo Senador ruso, interlocutor del Conde De Maistre, en la séptima de las “Veladas de San Petersburgo”: ¿La guerra es divina o diabólica?
Hay razones para afirmar lo uno y lo otro. Son “tan grandes, tan crueles, tan horrendos” los males de la guerra, dice San Agustín –“tam magna, tam saeva, tam horrenda”- que sólo el espíritu del mal parece tener inventiva y malicia para producirlos. “Horrible carnicería”, “azote espantoso”, “furioso huracán”, “matanza inútil”, “suicidio de la Europa civilizada”, llamó Benedicto XV en distintas ocasiones a la guerra europea. Y Pío XI, cuando manejos ocultos estaban a punto de provocar un conflicto europeo, decía en imprecación nobilísima: “Aniquila a las naciones que quieren la guerra: “Dissipa gentes quae bella volunt”.
Por otra parte, el hecho de la guerra es un fenómeno tan persistente en la historia humana que, si el espíritu del mal fuese su autor, deberíamos admitir su triunfo sobre el Dios de la paz, que vino a traerla a los hombres de buena voluntad. Ni serían de estimar las virtudes guerreras de hombres y pueblos, cuando ellas constituyen una gloria inmarcesible de su historia. Ni hubiese llegado a ser un principio de la filosofía de la historia la necesidad de la guerra para la restauración de los pueblos caídos. Ni los tratadistas de Teología y Derecho hubiesen llenado volúmenes investigando las condiciones de la guerra justa que, por el hecho de serlo, encaja dentro del orden moral en que Dios quiere que se muevan los pueblos, y no tiene nada que ver con la acción del “Maligno”, injusto por exigencia de la corrupción de su naturaleza por el pecado.
La guerra, como este dualismo irreductible de la libertad humana, que “no queriendo hace lo que no debe”, “volens nolens”, según San Agustín; como el misterio de esta corriente secular del género humano que clama sin cesar el “Vae nobis quia peccavimus”, del poeta, “ay de nosotros que hemos delinquido”, y sigue delinquiendo, sin enmienda, a través de todos los siglos; como el mismo origen del bien y del mal que torturó al maniqueísmo, es un misterio inexplicable para quienes no admiten una intervención ancestral del espíritu del mal en la vida moral del primer hombre y en la desgraciada historia de sus hijos. La guerra, aunque parezca trasnochado el pensamiento, es hija directa del pecado y condición de su expiación, impuesta por Dios en el orden social a todas las humanas generaciones.
Ignoramos si llegaran a abolirse las guerras. Por los medios meramente humanos, jamás. Es convicción que confirma la historia: la de hoy más que la de siglos pasados, porque jamás había sido tan ruidoso el fracaso de un esfuerzo internacional para el mantenimiento de la paz. Cuando la Iglesia llegó a inocular su virtud divina en la entraña de las sociedades humanas, pudo abrigarse la esperanza de que, como cuando nació el Príncipe de la Paz, se compondrían en la paz y en la justicia, que es su causa, todas las querellas; hoy, como ha decrecido en forma alarmante el sentido cristiano, y se ha prescindido del Papa en la Sociedad de las Naciones -El que según Bismarck es “la primera potencia del mundo”, y según Blum “el poder más grande del universo”- no podemos abrigar ninguna esperanza de que cese de afligir a la humanidad y terrible azote. Sólo “el estado de gracia de la civilización”, como ha dicho alguien, podrá acabar con estas conflagraciones inexplicables.
Nos sirve esta introducción semi-filosófica para entrar en el asunto que queremos tratar. Se nos ha pedido un artículo con fotografías sobre la guerra de España, y no podríamos utilizar la información gráfica discurriendo sólo en filósofo. Ni queremos ilustrar este artículo con pruebas fotográficas -nunca mejor así llamadas que cuando son fieles como las adjuntas- sólo como testimonio de cargo contra los infelices milicianos que causaron el sacrílego estrago, sino como prueba gráfica de una tesis. Ellos no supieron lo que hacían. Si lo hubiesen sabido, podemos decir con el Apóstol, no hubiesen codificado otra vez al Señor de la gloria, al maltratarlo en las obras que lo representan.
Hace casi un siglo que se ha escrito que “si fuese posible encerrar en el seno de la tierra un deseo de Rusia, la tierra saltaría hecha pedazos”. No un deseo, sino todo un sistema verdaderamente infernal, procedente de Rusia, se ha metido en el seno de la sociedad moderna, y ha estallado en la forma que todos conocemos, ayer en Méjico, en España, mañana de otros sitios, si Dios no devuelve a la humanidad el sentido común. Nunca mejor llamada con el mote gráfico del Apóstol “doctrina de demonios” la que nos ha venido de oriente. Doctrina de los sin-Dios y contra-Dios, de que Satanás es enemigo irreconciliable.
Y esta doctrina, en esta guerra de España, que por una parte es providencial, ha producido su aspecto que podemos llamar satánico. Quizás nunca se habían enfrentado en los campos de batalla dos ideologías tan profundamente antitéticas. Desbrozando los campos de todo aditamento particularista y humano, podemos decir que en el fondo espiritual de la contienda se ha visto luchar a Belial contra Cristo. Repito lo dicho ya otras veces: cuando el mundo conozca lo profundo y vasto del sistema de sacrilegios cometidos en España en los primeros meses de esta guerra, quedará atónito.
Testigos de mayor excepción, porque los hechos han ocurrido en nuestra misma ciudad de Toledo, y porque aseguramos con palabra de Obispo la autenticidad de las adjuntas fotografías que los reproducen, las aducimos como prueba del satanismo que condujo a los malhechores a perpetrar los horrendos delitos. Y perdone el lector que, aun a trueque de romper la unidad literaria de este artículo, aduzcamos una prueba empírica de nuestra tesis.
Véase esta serie: Foto núm. I.-Imagen de un santo, en el Convento de la Concepción; mutilados el rostro y las manos; unos bayonetazos en el pecho, con una cuchillada profunda y la inscripción: F A I (Federación Anarquista Ibérica). Todo un poema de satanismo.
Foto 2.-La magnífica tela con la Adoración de los Reyes, que se conservaba en en el Hospital de Santa Cruz, convertido en Museo de Arte, ha sido acribillada a balazos. Hay indicios de que ha servido para ejercitarse en el tiro al blanco con la ametralladora. Campean sobre la casi totalidad de la tela, trazada a punta de cuchillo, las inscripciones: F A I y C N T (Confederación Nacional del Trabajo).
Fotos 3, 4, 5 y 6.-Las imágenes de Jesucristo han sido el objeto principal del odio de la turba desalmada. En nuestro Palacio Arzobispal todos los Crucifijos fueron destrozados en forma horrible. Igual hicieron en casi todas las iglesias. La foto núm. 3 es un fragmento de un Santo Cristo del siglo XV en madera tallada, de la iglesia de San Pedro Mártir, totalmente saqueada y mutiladas sus imágenes. La número 4 representa los restos informes de una magnífica imagen de Cristo, obra en pasta de cartón, del siglo XIV, en el Convento de Santa Isabel de los Reyes, en el que también fueron horriblemente mutiladas todas las imágenes. La núm. 5 es la figura adorable de Cristo resucitado, espantosamente mutilada a hachazos. La número 6, Crucifijo del Colegio de Doncellas Nobles, roto y acuchillado en la cara y pecho. Mientras así eran tratadas las imágenes de Jesucristo, Redentor del mundo, en Madrid y Barcelona se exponían a la admiración del público grandes retratos de los corifantes del comunismo. La “mística” nueva contra la mística eterna del Dios “cuya filantropía y benignidad quiso aparecer entre los hombres” para redimirlos de todo mal temporal y eterno.
Otra serie. Los Santos son como la prolongación de Jesucristo en la tierra. Son su retrato. Con los matices espirituales de todos ellos se daría una proyección evocadora de la santísima humanidad de Cristo y de su historia. Como Jesucristo, fueron horriblemente maltratados. Aquí están las fotos núms. 7, 8, 9, 10, 11 y 12. Núm. 7: Imagen en madera policromada de la españolísima Santa Teresa de Jesús, cumbre de la santidad y de la hidalguía de nuestra tierra; cortados rostro y brazos con sendos hachazos, aún tuvieron los sacrílegos iconoclastas malicia bastante para borrar el medallón de la Inmaculada que la Virgen abulense llevaba al pecho. Hay refinamientos… Véase en la número 8 otra imagen del Convento de la Concepción, como la anterior. Representa a San Juan Bautista en madera policromada, mutilada con furor más que herodiano. La foto núm. 9 es una bellísima tela que figuraba en el Museo del Hospital de Santa Cruz, frente al Alcázar. Allí estaban los milicianos apostados para atacar la célebre fortaleza con la ametralladora y morteros. Mataron sus ocios acuchillando telas y destrozando objetos de arte. Las fotos núms, 10 (Convento de la Concepción), 11 (Iglesia de San Miguel) y 12 (Convento de Santa Isabel de los Reyes) representan agrupadas varias imágenes, algunas de ellas de gran valor artístico e histórico, tratadas todas ellas como aparece en las pruebas fotográficas. Algunas de ellas aquí, muchísimas en otras partes, se ofrecen con los ojos vaciados, especie de martirio a que los milicianos sometieron a las venerandas imágenes.
Fotos 13, 14 y 15.-Las casas de Dios debían excitar la furia infernal de sus enemigos. Más de 20.000 iglesias destruidas o profanadas hay en España. Damos en la foto número 13 los restos de la iglesia de San Lorenzo, monumento nacional, construida en el siglo XIII, con pinturas murales del XIV. En el núm. 14 aparecen los restos del célebre Convento de San Juan de la Penitencia, monumento nacional. En el 15, los restos calcinados de la iglesia parroquial de la Magdalena. Serie núms. 16, 17, 18, 19 y 20.-Toledo ha sido considerado siempre como la ciudad-arca que contenía lo más rico, completo y variado de las manifestaciones artísticas de varias civilizaciones. El famoso “Tesoro” de su Catedral ha desaparecido. Sesenta y dos piezas, únicas en el mundo, fueron de una sola vez y por orden del Gobierno, arrancadas del sitio donde los siglos las habían depositado y custodiado, para gloria de la ciudad y su Iglesia. Entre ellas figuraban la famosa bandeja del “Rapto de las Sabinas”, obra de Cellini; el “San Francisco”, obra cumbre de Mena; la “Biblia de San Luis”, con 4.800 miniaturas. La incomparable “Custodia” de los Arfe, tenida por la pieza de orfebrería más rica del mundo, allí quedó deshecha, abandonada por los sacrílegos ladrones en su precipitada huida al llegar las tropas nacionales, después de haber quitado ella lo más precioso.
Es inenarrable el destrozo causado por la furia infernal en las obras de arte religioso de la ciudad. He aquí unas piezas de convicción. Foto 16: Una de las famosas telas acuchilladas, en el Hospital de Santa Cruz. 17: Cabezas de los fundadores del Convento de la Concepción, del siglo XIV, en madera tallada y policromada. 18: Algunos de los ventanales de la Catedral con las vidrieras rotas, del siglo XIV, debido al intento de la voladura del Alcázar. 19: Sepulcro profanado de los fundadores del Convento de la Penitencia, labrado en mármol blanco. 20: Monumento, en estilo mudéjar, al Sagrado Corazón de Jesús, destrozado a los tres años de su inauguración: la veneranda imagen yace en el suelo.
Tal es la obra de la revolución en Toledo, vista en una parte alícuota. Igual o mayor es en toda la España hollada por las turbas comunistas. Que lo sepan los extranjeros, que se empeñan en no ver la tremenda realidad de nuestras cosas. No dudamos en afirmar que lo ocurrido en España en la segunda mitad del año 1936 constituye una página única en la historia de todos los pueblos civilizados. No se olvide que en sola la ciudad de Toledo fueron asesinados más de cien sacerdotes y religiosos, casi todos, y que suman centenares de miles los sacerdotes y fieles de Cristo que fueron sacrificados al odio de Cristo y de su santa Religión.
Y ahora, ante la visión horrenda de tanto destrozo, reiteramos la pregunta: ¿La guerra es divina o diabólica? San Pablo habla de los “príncipes que tienen el régimen del mundo de las tinieblas”. Todos los días pedimos a Dios los sacerdotes, terminada la Santa Misa, que “hunda en el infierno a Satanás y a los demás espíritus malignos que vagan por el mundo para perder las almas”. En buena doctrina católica podemos admitir, como admitimos, la posesión diabólica, que el enemigo de Dios, “homicida desde el principio”, puede, por sugestión, levantar de los pechos humanos tempestades de pasión homogéneas con sus planes perversos, y puede suscitar hombres y mover los resortes de su actividad en un sentido antidivino. Cristo y Belial, como fueron enemigos irreconciliables en el Evangelio, así lo serán perpetuamente mientras perdure la obra de Cristo por su Evangelio.
Nuestra guerra es, pues, infernal y divina, providencial y diabólica. Es divina, porque es la mano de Dios la que ha levantado en el fondo del espíritu nacional y cristiano la protesta contra la obra destructora de su adversario, que se ha convertido en esta epopeya en que el sentido de Dios, junto con el de patria, se llevan la mejor parte; porque en la trayectoria general del terrible conflicto aparece la divina providencia guiando, clara y seguramente, el curso de los acontecimientos; porque sólo Dios podía percutir el espíritu español en forma que se revelase ante el mundo nimbado con la gloria de las virtudes excelsas que han florecido en los campos de batalla; porque hasta en el orden común de la Providencia, Dios, que ha hecho sanables a las naciones y que ha consentido la terrible sangría, sabrá sacar de tanta ruina, con nuestra cooperación, una España nueva que sea otra vez en el mundo el heraldo de Jesucristo y de su Evangelio. Y nuestra guerra es satánica, porque, por la otra parte, lo ha sido de tinieblas, de ofuscación y de crímenes inauditos; porque se ha intentado en ella destruir todo lo que se dice Dios y ha pretendido en la historia levantarse sobre el mezquino nivel del hombre; porque sólo un estímulo infernal es capaz de convertir a los hombres en fieras y lanzarlos contra el cielo; porque ha tenido la fuerza de llamar, para la solución del magno problema, a todos los poderes del mundo, públicos y ocultos, unirlos en conjura terrible contra la verdad, la justicia y la religión, que es parte de ella, y lanzarlos contra un pueblo que, si ha cometido sus faltas de orden interno, no ha hecho en toda su historia más que prodigarse, con todo su poder y sus actividades, en favor de todo el mundo, desde el norte de Europa a la Tierra de Fuego, desde Oriente a Poniente.
Se nos ha pedido este artículo por el periódico irlandés “Cork Examiner”, en que reflejáramos el sentido eclesiástico de la gran contienda. Por lo que toca a nuestro adversario, la guerra actual ha sido un rudísimo ataque contra todo lo de la Iglesia, hombres, cosas, derechos. Dejemos la cuestión de nuestras responsabilidades en el declive de la fe, hoy universal, que hubiese facilitado la corrupción del alma nacional por el virus comunista. Aun reconociendo nuestras negligencias, nunca debió la Iglesia ser tratada fuera del derecho de gentes en una nación civilizada. Se nos ha barrido de gran parte del suelo patrio como ponzoña. Pacífica y pacificadora, por ley de su naturaleza y de su historia, la Iglesia en España ha sentido, en un momento y de improviso, desplomarse sobre ella, como un rayo o una bomba, la fuerza del averno que ha querido triturarla para siempre. Este es el sentido eclesiástico de nuestra guerra por lo que toca a nuestro enemigo: el aplastamiento de la Iglesia; negarnos el suelo, el aire y el sol para que no podamos vivir; matarnos, como se hace con las alimañas. Para nosotros, los que hemos quedado de la hecatombe, el sentido eclesiástico deberá ser el de una reacción vigorosa del espíritu, de una restauración totalitaria de la vida cristiana. Cuando Jesucristo conminaba al espíritu infernal a que saliera del cuerpo de un poseso, decía furioso el demonio: “¿Qué tenemos que ver contigo, Jesús de Nazaret? ¿Acaso viniste a perdernos?” Sí: esta fue la misión de Cristo: destruir a Satán y sus obras. Y esta deberá ser la obra de la Iglesia. Destruir el mal y amontonar el bien a manos llenas. Rehacer el edificio de la verdad y formar a nuestros hermanos en la virtud. Lo son todos, hasta nuestros enemigos. A diferencia de ellos, porque somos hijos de Jesús, nosotros no podemos odiar, ni matar, ni destruir en la forma que con nosotros se ha hecho. Nuestra actividad deberá ejercitarse en la caridad y en la verdad. En la verdad que libere los espíritus y los ilumine, y en caridad que los amase para que sean todos una cosa y les haga girar alrededor de Dios, único centro del mundo espiritual.
Tenemos todavía una fuerza inmensa. A más de la fuerza del Evangelio y de Jesucristo, “fuerza de Dios”, contamos con una tradición atávica y con esta alma nacional que podríamos llamar “naturalmente cristiana”, que nos han hecho la mitad del esfuerzo. Por esto nuestra guerra, que nos ha ofrecido un caso típico de satanismo de forma social, podrá ser definitivamente divina si a la derrota del adversario en los campos de batalla siguen la ruina del viejo espíritu, que nos arrastró a este trance cruel y la restauración de otro espíritu, el cristiano, que ha sido la razón de nuestra grandeza pasada y que deberá serlo de la futura. No hay otro camino.
Providencia y satanismo. Cuando la riada de los bárbaros del Norte hundió el viejo Imperio de Roma, el mundo se escandalizó de que la providencia de Dios hubiese consentido la ruina de aquella civilización imponente. San Agustín escribió “La Ciudad de Dios” para justificar la obra y los fines de la Providencia y para consolar a aquella generación.
Nosotros, con la ayuda del Dios de los ejércitos, no deberemos pasar el trance de la humillación ante el triunfo del enemigo. Con la victoria, aunque lograba el precio de inmensas ruinas y del estrépito de una cruentísima guerra, auguramos, con un triunfo próximo, el hundimiento de la máquina que el infierno había levantado entre nosotros por arruinar la obra de Dios, y la reconstrucción de la Ciudad de Dios en la patria querida.
+ ISIDRO, CARD. GOMÁ Y TOMÁS,
ARZOBISPO DE TOLEDO
Fuente: "Por Dios y por España". Pastorales,instrucciones, discursos, etc. 1936-1939, del Excmo sr. D. Isidro Gomá y Tomás, cardenal-arzobispo de Toledo. Barcelona, 1940