¡Son ellos!!...: Desembarco de los almogavares en oriente (1859)
de Dámaso Calvet de Budallés
traducción de Florencio Janer y Graells
Nota: Se respeta la ortografía original de la época
¡SON ELLOS!!...

DESEMBARCO DE LOS ALMOGAVARES EN ORIENTE.
(Versión libre.)

I.

Allá en oriente, como del fondo del mar Rojo, levantábase un dia la luna por entre enrojecidas nubes: las olas embravecidas inundaban territorios, llenando de luto los templos del Señor. Hasta la Grecia, perdidas las esperanzas, temia al turco y olvidaba sus gloriosos recuerdos, viendo eclipsarse el sol del Gólgota mientras fatídico se remontaba el astro del Islam.

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El mar borra sus playas, los reinos sus confínes: el ardiente Simoun trasplanta la arena en montes. Las rojas cabelleras de los cometas no duran muchos dias. La verdad sola luce eternamente.

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Junto á la playa en donde Tiro repartía sus púrpuras á los reyes, y en un templo colocado en la cima de elevada montaña, los habitantes de la comarca alzaban al Señor sus plegarias. La oracion volaba á los pies de su trono, como el perfume de la flor primera: desde allí contemplaba Dios el Universo.

De pronto, el sonido de una campana turba el silencio. Y á esta señal, los corazones de aquellas gentes palpitaron de gozo, cual goza el marinero que en medio de tempestuosa noche vé á la luz de los relámpagos iluminadas las playas.

Como inspirados, todos salen fuera del templo esclamando: ¡Los Catalanes son, son ellos!! al ver jaspeadas las olas con el surco de las flotantes quillas aragonesas. — ¡Respira, oh patria, que si alguna vez cubren las nubes el horizonte, jamás se oscurece el cielo de los buenos!

II.

Cual bandada de golondrinas al contemplar sus montes en lontananza, así bajan corriendo á la ribera para abrazar á los Catalanes. Las madres quedan con sus hijos en la cima para enseñárselos desde allí; que la alegría es á los corazones lo que la lluvia á los campos: reanima las yerbas estenuadas á despecho del huracan. Hasta las aguas, humildes esclavas, corren á besar los bajeles, y las auras que mecieron los penachos de los vencedores, que empujaron las tajantes proas y que trajeron los dulces cánticos de Homero, se disputan juguetonas el momento de acariciar nuestra enseña. Entre tanto, el eco repite los alaridos de guerra que devuelven las rocas con ronco y oscuro sonido.

III.

Ya han desembarcado. Las huellas de sus pasos serán respetadas por las olas, por los huracanes, por el tiempo. ¡Plaza, plaza á los que con sus robustos brazos ganaron reinos para su patria y cetros para su monarca!

¡Cómo anhelan los peligros y echan á menos las batallas! Por ellos hablará su piel curtida, su cuerpo lleno de cicatrices. El mismo bronce muda de color, las murallas llegan á ennegrecerse, y se destruye el hierro espuesto á la intemperie.

Con flechas en la espalda, hachas en la cintura, la adarga en la mano izquierda, y la cortante espada, se abalanzan hácia el enemigo, sin otra armadura que un mal vestido de cuero y un abollado capacete.

Las mujeres, tan bravas como ellos, siguen sus pisadas, y dan de mamar á sus hijos en medio de las batallas. Entonces es cuando estos adquieren su ardor y valentía, y todavía niños van siguiendo el ejército de sus padres.

Restos de aquellas hordas que abandonaron los hielos, adoran como á un monarca al que les conduce á la pelea. Nacidos en medio de las selvas, jamás fueron subyugados, pues eran aún niños cuando ya los adormían con cánticos de libertad.

Roger despierta su coraje en las batallas. Conócenle más tierras que puntas tiene Monserrate. Su yelmo es su bandera, que les guia al sitio del peligro: delante de él camina la Victoria.

Vedlo desembarcar. Sus miradas son ardientes. ¿Qué busca? ¿Qué le enoja? — ¿Dónde están los enemigos? — ¡Malhayan estas ondas y estas dulces brisas que no rasgan ni una sola vela, ni nos muestran peligro alguno!

IV.

¿Buscas sarracenos? dicen á Roger los soldados todos; por allí vienen, y se estienden cobardemente por la montaña... ¡Qué importan las peñas para los corazones valientes! ¡Y quién regresaria á su casa sin embotar las armas en sus venas! ¡A ellos! ¡San Jorge! ¡Santa María! ¡A herir! ¡Aceros, despertad! ¡A herir!

Carecemos de tiendas; pues á ganarlas: llevar la mano á la espada, y avancemos, muchachos. Mostrémonos dignos al desenvainarlas de eterna gloria en estos sitios. Hiélense nuestros corazones para nuestras esposas: los atambores nos llaman. ¡A ellos! ¡San Jorge! ¡Santa María! ¡A herir! ¡Aceros, despertad! ¡A herir!

Trasforme nuestra venida en circo de gladiadores este campo de gloria. Su sangre sea nuestra bebida, y sírvannos de copas sus abollados capacetes. La Grecia confia en nuestras armas: devolvamos la libertad al pueblo. ¡A ellos! ¡San Jorge! ¡Santa María! ¡A herir! ¡Aceros, despertad! ¡A herir!

Patria, mujeres, hijos, todos llenos de riqueza siempre nos recibisteis, y ademas vencedores: esta es la empresa de las empresas. Os traeremos armas, trajes, pendones. ¡Dios nos auxilia! Señalemos en este dia el paso del rayo en sus filas. ¡A ellos! ¡San Jorge! ¡Santa María! ¡A herir! ¡Aceros, despertad! ¡A herir!