XIV



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loyola

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Oasis fértil y ameno,
de luz y alegría lleno,
regado por el Urola
y al ruido del mundo ajeno,
es el valle que en su seno
guarda el templo de Loyola.

Por cerros altos cercado
de jaspe y mármol canteras,
como un tapiz bien bordado
de esmeraldas recamado,
del río en ambas laderas
está muy bien cultivado.

Por su vega y por sus lomas
con placer los ojos miran
mieses y huertos de pomas,
labradores que en él giran,
y que en su ambiente respiran
auras cargadas de aromas.

Como un sacerdote serio,
cifra de un santo misterio,
en su centro se levanta,
sellado de la Cruz santa
con el signo, un monasterio.

Grande archivo de memorias
de muchas grandes historias,
es un arcano que encierra
grandes fastos, grandes glorias
que han asombrado a la tierra.


Andemos aquí con tiento:
¡mucho ojo!, ver y callar:
que esto, sea o no convento,
es del arte un monumento
y de Dios es un altar.

Aquí hay mucho jaspe y oro:
bajo ellos sólo se ve
mucha calma y gran decoro:
dicen que aquí hay un tesoro
y un misterio: no lo sé.

Si haylos… con ellos no di:
unos sostienen que sí,
otros porfían que no;
yo digo que ¿qué sé yo?
y ello no me incumbe a mí.

Como hombre de arte y viajero,
como galán compañero,
de damas aquí al venir,
algo debo y tengo empero
a las damas que decir.

Discípulo de un colegio
de instituto y fuero regio
que debió a su Orden el ser,
por lejos de ellos que me halle,
de esta Orden y este valle
algo debe de saber.

Mas errante por el mundo,
yo, poeta vagabundo,
que en ninguna parte supe
ni hacer nido ni hacer pie,
no es posible que me ocupe
de algo grande ni algo grave,
como sabio que algo sabe,
con lo poco que yo sé.

Sé lo que el vulgo y la Historia,
sin luz muy satisfactoria,
dicen, ya bajo, ya a gritos:
mas fuera sandez notoria
con damas hacer memoria
de pleitos tan eruditos.

Sé… cómo y cuándo el egregio
buen arquitecto Fontana,
el plano de este colegio
dió por la reina doña Ana,
quien otorgó el privilegio
de su fundación cristiana.

De Fontana por el plano
al labrarse todo entero,
edificio soberano
fuera: mas en él la mano
metió el decadente Ibero.

Y en lo que voy a exponer
muy en cuenta hay que tener
mi buena fe al observar,
que fuera injusto juzgar
a los de hoy por lo de ayer.

El edificio es suntuoso:
su ornato y arquitectura
de gusto un poco dudoso:
no se hizo en siglo famoso
del arte por la cultura.

La escalinata es sin par;
el gran vestíbulo afea
la idea de convexar
la portada; que fué idea
muy fea e irregular.

Sólido en su construcción,
profuso en decoración,
el templo, en nave redonda,
tiene algo de la rotonda
de unas termas o un panteón.

Su ornamentación profusa,
labor prolija y difusa
de heráldica y frutería
con luz y oro en demasía,
resulta exceso y confusa.

Lujo ostentoso en altares:
en mosaico, estatuaria
y mármoles, ejemplares
preciosos y singulares
en su multitud tan varia.

Prodigios de trabazón
en pilastras y resaltes
y relieves; la mansión
del Santo un rico montón
de clavería, de esmaltes
y de pulimentación.

La cúpula, soberana,
sombra de la Vaticana:
el cimborio pide al cielo,
a doscientos pies del suelo,
luz al sol de la mañana;

y en su sombra que dibuja
con el sol sobre la loma,
tras de su fábrica asoma
y en grandor la sobrepuja
la sombra de la de Roma.

En todo el templo campea
la grandeza soberana
de su soberana idea;
mas tal grandeza flaquea
por falta de unción cristiana:

falta del siglo en que se hizo,
de la fe y culto del arte
corruptor y tornadizo,
y del todo por la parte
caprichoso olvidadizo.

El todo es una gran masa
de materias exquisitas,
que encierra sin par ni tasa
mil joyas que están benditas:
sus dueños lo llaman CASA.

Y en esta CASA se encierra
otra, que en su área aduna,
de un gran Santo, hombre de guerra,
que casi un Dios fué en la tierra,
trono, altar, túmulo y cuna.

Nació en ella, y su linaje
se la da a los que siguieren
su Regla y vistan su traje,
a condición de que encaje
toda en la que ellos hicieren;

y ¡anomalía extremada!,
hoy, por tal don, privilegio
de los duques de Granada
es tener casa incrustada
de Loyola en el Colegio.

Esta es la CASA, el hogar,
el campamento, el asilo,
el capitolio, el altar
de un ejército tranquilo
monástico-militar.

Institución peregrina
en la cual se compagina
por su fundador soldado,
con el monástico estado
la militar disciplina.

Cosa difícil de aunar
y algo ardua de comprender;
Instituto en que a la par
se hace el soldado temer
y el sacerdote acatar.

El mundo, cuya malicia
ve en todo, ignara, un negocio,
no encuentra acomodaticia
la humildad del sacerdocio
con la acción de la milicia.

De vago recelo instinto,
de curiosidad empeño,
quien entra en este recinto
busca o la gloria en un sueño,
o a Dios en un laberinto;

y el misterio o el tesoro
buscando aquí como centro,
tras del secreto o el oro,
en la paz, calma y decoro
se pierde que halla aquí dentro;

pues ya que con gran pericia
esté hecho todo y dispuesto,
o que exento de malicia
esté todo y manifiesto,
hay que juzgar en justicia:

Sin objeto aquí no hay nada,
cosa que no esté a la vista,
ni inútil, ni abandonada,
ni hora que no esté empleada,
ni nombre que no esté en lista.

Viéndolo bien y despacio,
aquí hay más que de convento
de campamento y palacio:
todo es luz, aire y espacio:
la celda aquí es aposento:

no hay claustros, son corredores;
no hay padres-nuestros graves,
guardián, ni abad: superiores
se llaman y profesores:
nada hay cerrado, no hay llaves.

Todo para todos hecho,
nada hay aquí de ninguno;
nada viene ancho ni estrecho;
marcha todo al mando de uno:
y entre hecho y mando no hay trecho.

No hay individualidad:
nadie sufre ni disfruta
más que nadie; la igualdad
es estricta y absoluta;
nadie tiene propiedad.

Si más de lo que se ve
hay aquí, nada hay que dé
indicio más que de calma,
de serenidad del alma,
de abnegación y de fe.

Todo es orden, pulcritud,
estudio, recogimiento,
método, paz y quietud;
hay aquí la exactitud
de máquina en movimiento.

Y ello es un modo de ser
que a mi ver no tiene par:
difícil de establecer,
difícil de sostener,
difícil de derribar.

Aquí hay mucho jaspe y oro,
bajo ellos no acierto a ver
más que paz, calma y decoro;
dicen que hay aquí un tesoro
y un misterio: puede ser.

Hombre de arte, no estadista,
vengo, poeta y turista,
a echar sin impertinencia
en cosas y hombres la vista,
no la sonda en su conciencia.

No obstante, y sin tal intento,
veo aquí bien que el portento
no es lo que está sobre tierra,
no el mármol del monumento:
lo que debajo se encierra
del mármol: el pensamiento.

Prodigio aquí se produjo
que extendió su vasto influjo
por la tierra a la redonda;
mar con flujo y con reflujo
y que rechaza la sonda.

Hubo un siglo que soñó
con una sola imperial
monarquía universal;
y aquí un hombre realizó
de aquel siglo el ideal.

Aquel hombre… y de él me fundo
en los hechos que osó hacer,
fué el problema más profundo
que había planteado el mundo
quien se atrevió a resolver.

Hombre de fe y genio ardiente,
sin letras, casi ignorante,
pero soldado y valiente,
no se arredró por la gente
que se le puso delante.

Le envió al lecho un proyectil;
y del cuerpo en la inacción,
entró aquí en fermentación
su espíritu varonil;
y se hizo esta reflexión:

«La espada no crea nada:
mata la vida y la luz,
yerma, encona y anonada.»
Y se desciñó la espada,
y se abrazó con la Cruz.

Grande fuera en lid guerrera
lograr del triunfo por palma
ser rey de la tierra entera:
pero otra hay más grande y fiera:
la de la idea, y el alma.

Se encuevó este hombre en Manresa
en lid con la idea sola
que había en su alma hecho presa:
la de su siglo era ésa
y esa fué la de Loyola.

Nadie de su edad se sale;
quien en su siglo lo vale
su siglo en triunfo atraviesa;
Loyola, allí dale y dale,
salió de allí con su empresa.

Taciturno y macilento,
en la cueva a paso lento
entró como un desertor;
hirvió allí su pensamiento,
estalló, impulso motor,
y salió lanzado al viento
con las alas del condor.

No hubo estorbo, no hubo etapa
que atajaran su camino
por cuanto vió sobre el mapa,
y envolvió en un torbellino
pueblos, reyes y hasta el Papa.

Con fe, a quien nada amilana,
por donde quiera que oyó
hablar una lengua humana,
allí su idea llevó
y aquella lengua aprendió,
y en la costa más lejana
con su palabra encendió
la luz de la fe cristiana.

Fe pura y no tornadiza:
la que el Evangelio traza,
la que al Cristo sintetiza
la que todo lo armoniza,
la que todo afecto enlaza,

la que al hombre civiliza,
la que extingue odios de raza,
la que al amor simboliza,
la que al enemigo abraza
y los montes moviliza.

Porque esa fué de su ser
la fe, el impulso primero;
la que envió a la India a Javier
y a uno y otro mensajero
de su idea por doquier:
la fe, con cuyo poder
por el universo entero
dió a Jesús a conocer.

Es la fuerza de la idea,
la luz de la inspiración,
el espíritu que crea,
el alma que se pasea
con Dios por la creación;

e idea que al cielo sube,
para que en la tierra incube
fuerza es que arrostre pelea;
y antes de que en ella crea
cernerse tras de una nube,
por largo tiempo la vea.

Aún se cierne: aún no resulta,
entre nieblas que hacen ola,
bien clara; aquí, mal oculta,
vela al margen del Urola
lo que nunca se sepulta;
una alma: la de Loyola.

No hay hecho sin una idea;
lo que sin intento se hace,
sin ser y sin vida nace;
lo que en el aire se crea,
en el aire se deshace.

Ruin o grande, malo o bueno,
desde el alga hasta la roca,
cuanto hay humano y terreno,
sea en su haz o en su seno,
por algo en la tierra toca.

En lo más libre, en la idea,
que es lo más espiritual
del alma, que es quien la crea,
hay, por divina que sea,
un átomo terrenal;

y ese átomo, por sencillo
que sea, aunque el de un polvillo
que ni con el sol se vea,
ese átomo es el anillo
que une a la tierra una idea.

Y el alma, eso espiritual
que en su cuerpo el hombre encierra,
toca por él con la tierra:
porque el cuerpo es el metal
del anillo que la aferra
a la masa terrenal.

Y este suntuoso edificio
labrado de jaspes y oro
con tal primor y artificio,
sea arcano de un tesoro,
sea altar de un sacrificio,

el anillo es material
de la idea colosal
con que Ignacio de Loyola
realizó la de una sola
monarquía universal:

porque el siglo en que vivía
iba de esa idea en pos,
la universal monarquía;
y él dijo: «Yo la hago mía:
para dar la tierra a Dios.»

Y este edificio es (santuario,
templo, palacio y castillo
de aquel hombre extraordinario),
su archivo, su relicario
y de su idea el anillo.

La idea fué santa, grande,
como la tierra, redonda;
alza Cruz, hierro no blande;
mientras bulla y haga onda,
fuerza es que se extienda y ande:
de lo que arrastre o esconda
será ante Dios quien responda
a quien Dios se lo demande.

¿Qué es?, ¿una escuela?, ¿un poder?,
¿cometa o sol?, ¿sombra o luz?
¡Problema sin resolver!
¿Quién se mete a remover
lo que está bajo la Cruz?


Yo no: condición no se mía
la de fiscal, juez, espía,
ni inquisidor: ¡Dios me guarde
de tal mancha en mi hidalguía!
De mejor juicio haga alarde
quien sepa más. Despidámonos,
condesa: se hace ya tarde
y hay que comer: conque vámonos.