III


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Aquel alegre camino,
cinturón de la montaña,
balcón del mar, que le baña,
le arrulla y besa…, ¡es divino!

¡Qué bien se va en tu carruaje
por su grava nivelada,
con vista maravillada
contemplando aquel paisaje!

A la derecha, la mar,
alcatifa azul del cielo;
al frente, entre el áureo velo
de la refracción solar

y entre la cumbre y la playa,
mil casas como palomas
recostadas por las lomas
desde Zarauz a Zumaya.

Al fondo, cual chinerías
de japonés abanico,
desde Zumaya a Motrico
pueblos, faros y alquerías;

y a la izquierda, de pizarras
montes, do brotan a trechos
entre zarzales y helechos
tallos bravíos de parras,

el musgo, el boj, el madroño,
las zarzamoras y endrinos,
mil tréboles campesinos,
y las mil yerbas de otoño.


¡Qué bien tus caballos trotan
por un camino tan llano!
¡Qué aire se aspira tan sano
en las ráfagas que azotan

con su acre ambiente salino
la faz, que en vapor nos baña
dejando en cada pestaña
un átomo cristalino!

¡Aire, luz, mar, campo abierto!
Hoy traen a mi poesía
Dios y el mundo de concierto
una explosión de alegría,
la libertad del desierto,

vejez sin decrepitud,
de fe una inoculación,
de vida una plenitud
y una reverberación
del sol de la juventud.

¡A vivir! ¡Penas al mar!
¡Al mar las memorias negras!
¡No hay hacia atrás que mirar!
¡Dios, que la vida me alegras,
déjamela aquí gozar!