VESPERUS

El último rayo de oro de un sol de Enero pasó por un recorte de la montaña y se perdió en el aire como un adiós del día, mientras la orla de fuego de las nubes se destacaba en el incendio crepuscular, visible entre dos cumbres de negro lila. Sombrío estaba el bosque y apenas resaltaban los vetustos troncos en los meandros tenebrosos que las copas cobijaban con indiferencia de hojas dormidas en el silencio de una tarde que agoniza sobre la cuna de una noche perfumada, — de una noche perfumada por el aliento de los claveles del aire, blancos como la nieve de aquellas cumbres sin mancha, ó azulados como el vapor matutino de los despeñaderos salpicados por el agua de los torrentes andinos, — blanda como el tapiz mullido de sus musgos y dulce como las mieles escondidas en las ramas carcomidas de la selva misteriosa.

Preludiaban los hijos de la noche sus coros vespertinos.

Uníase, al chillido intermitente de los murciélagos, la aguda trepidación del Chilicote y al canto quejumbroso de la lechuza respondían los pumas de la quebrada con su rugido metálico de hambre ó de amor - notas vibrantes del rumor naciente, y acorde confuso del himno iniciado por los últimos velos del día dispersos en la penumbra de la noche cadente. Perfumes, quejidos y rayos de estrella - el vampiro que al pasar roza la frente con sus alas - la noche subtropical con sus rocíos y misteriosas insinuaciones, - murmullos de la cascada en el fondo del bosque negro.... y el alma de rodillas.