Un episodio histórico (1516), Parte 2

El Museo Universal (1857)
Un episodio histórico (1516), Parte 2
de Manuel Fernández y González
UN EPISODIO HISTORICO.


(Conclusión.)

Delante de él se levantaron como dos amenazas sombrías y terribles a su intencion, el cardenal don fray Francisco Jimenez de Cisneros, el hombre de hierro; Gonzalo Fernandez de Córdoba, el Gran capitan, el conquistador de Nápoles, el terror de los franceses, el invencible, y tras estos dos gigantes la luminosa pleyada de la nobleza de Castilla, con sus nombres ilustrados en la conquista de Granada, con su sangre vertida sobre los arenales de Africa y sobre los verjeles de Italia.

Fernando V, pues, pensamiento de Maquiavelo, alma curva, se doblegó ante lo irresistible de los sucesos como se habia doblegado tantas veces, y aceptó lo que le daban proponiéndose tomar lo que a las manos se le viniese.

Pero la reina doña Juana era su hija, y Aragon, Nápoles y Sicilia sus reinos; podia por una parte influir en el ánimo de doña Juana en daño de su esposo, y en cuanto a sus reinos...

Un segundo casamiento podia darle hijos...

Fernando el Católico envió agentes secretos a doña Juana para entablar con ella secretas negociaciones, al mismo tiempo que pedia por mujer al rey de Portugal, a aquella desdichada hija de Enrique IV, desheredada por culpas de su madre del trono de Castilla, llamada por los castellanos la Beltraneja, y por los portugueses a Excelente señora.

Pero el emisario del rey a su hija fue descubierto y encerrado, encerrada en su aposento de palacio la reina doña Juana, y por la parte del rey de Portugal negada al rey la mano de la Excelente, que, sepultada en un claustro hacia ya muchos años, habia renunciado completamente a las vanidades mundanas, y manifestó una repugnancia invencible a este enlace.

El implacable sueño seguia reproduciendo en el rey Católico, avivando, los amargos sinsabores que habia empezado a esperimentar desde la muerte del príncipe don Miguel, y que habia exacerbado la de la reina Isabel.

Y siguió el sueño.

Allá en Francia había una princesa, hija del conde de Narbona Gaston de Foix, hermana del rey Luis XII, nieta de doña Leonor, hermana del rey don Fernando, hija del rey de Navarra y de Aragon, don Juan, su padre, y de doña Blanca, reina propietaria de Navarra.

Esta princesa se llamaba Germana de Foix.

Era jóven y hermosa, pero indigna de reemplazar en el tálamo de Fernando Vá la reina doña Isabel.

Fernando cerró los ojos a todo: ¡un hijo! ¡un hijo que robase sus reinos a los austriacos! ¡un hijo que dividiese otra vez a España, é hiciese infecundo aquel consorcio admirable que parecia haber sido decretado por la Providencia!

Hiciéronse paces a causa de este matrimonio entre Francia y España por ciento y un años (que sin embargo mo duraron otras tantas semanas), y Fernando V tuvo una segunda esposa.

Uniéronse en fin la ambicion y la locura, y entonces el sueño implacable, terrible, la mirada retrospectiva a su pasado desde el borde de la tumba, hizo gemir al rey, retorcerse, sentirse torturado por aquel letargo cruel, por aquella segunda vida del remordimiento.

Su ojo suspicaz vió a Castilla escandalizada ante el monstruoso consorcio de un rey envejecido por la insaciable sed de dominio, por la continua lucha con los hombres y con las cosas, con una bacante coronada. Repugnó a los menos escrupulosos aquella intencion innoble de robar a su hija, a sus nietos, una herencia que les pertenecia, y la nobleza castellana abandonó al rey, yendo los unos á poblar las cámaras de los embajadores flamencos, los otros a sus castillos, quedando solo al lado de Fernando, Cisneros, el Almirante, el marqués de Denia y el duque de Alba.

¡Oh! ¡y que sueño tan horrible!

¡Oh! ¡que horrible el semblante del moribundo en que se reflejaba aquel sueño!

¡Oh! ¡y cuanta razon tenia fray Tomás de Matienzo, lo que pasaba por el semblante del rey Católico, incomprendido, sombrío, mas sombrío por su misterio, misterio que solo sondeaban, el rey que sufria aquel martirio, Dios que en su justica lo permitia!

Y siguiendo el sueño, vió el rey llegar un dia en que cayó a los piés del trono de Castilla como un arbol herido por el hacha del leñador, el estranjero que le ocupaba.

Felipe murió.

Murió, y una sonrisa convulsiva, sardónica, cruzó por los labios de Fernando V.

Y vió que apenas muerto Felipe el Hermoso, la mal domeñada nobleza de Castilla, empezó a revolverse, y los unos de los otros y se hacian la guerra los mas allegados.

Vió con un amargo despecho que los castellanos para sosegar el reino, pensaban en el gobierno de Cisneros, juzgando insuficiente el suyo, y vió traido y llevado de villa en villa, y de fortaleza en fortaleza, a su nieto el infante don Fernando, de quien los principales magnates querian apoderarse y jurarle sucesor de la corona en daño de su hermano Carlos de Gante.

Porque el infante don Fernando habia nacido en Castilla y don Carlos en suelo estranjero.

Y crecian los bandos y las parcialidades, y los desafueros y los desastres, como en un reino falto de cabeza.

Y este recuerdo pasaba por el sueño del rey y a este seguia otro: el del dia en que los castellanos, desesperados recurrieron a él y le confirmaron en el gobierno del reino.

Y el sueño seguia revuelto, terrible, torturando a Fernando V, amargando su agonía, representándole en el porvenir una horrible lucha entre sus dos nietos don Carlos y don Fernando, y una no menos horrible guerra civil en sus reinos.

Y en medio de este torbellino de sucesos pasados, aparecia la reina Germana, con sus galanteos, con sus dispendiosos gastos, como el reverso repugnante de la reina doña Isabel.

Para consolar estos dolores, su rivalidad hácia Cisneros, su injusticia para con Gonzalo Fernandez de Córdoba, la usurpacion del reino de Navarra a Juan de Labrit, hubo un momento en que el rey creyó logrados sus deseos, satisfecho su odio contra la casa de Austria.

La reina Germana estaba en cinta.

Fernando V llegó entonces a amar a la reina Germana.

Dios le concedia el heredero que tanto habia deseado.

¡Caricia traidora de la fortuna, promesa no cumplida, alegría tornada en despecho!

Fernando el Católico, vió otra vez ante su dormido pensamiento el cadáver de aquel infante, muerto apenas nacido, perdido apenas logrado.

Y se obstinó, y su obstinacion, su rebeldía contra el cielo que parecia avisarle, apresuró el fin de su vida, de aquella vida tan agitada por la sed de dominio, por lo insaciable de su ambicion.

Por el mes de febrero de 1513, empezó a sentir la dolencia que debia acabar con él, y que se atribuyó a no sé qué potaje que le dió la reina su mujer con codicia de tener hijos; potaje ordenado por unas mujeres, de las cuales dicen que fue una doña María de Velasco, mujer del contador Juan Velazquez. [1]

De modo que su ambicion y su orgullo costaban a Fernando V la vida, como si Dios hubiera querido castigarle.

¡Horribles eran los recuerdos que su sueño de muerte presentaba a aquel hombre que tan grande aparece en la historia al lado de Isabel I y cuya gloria empañó tanto su casamiento con la reina Germana!

Y aquel sueño se concentraba y se revolvia, y hacia pedazos la conciencia del rey.

Y en medio de aquel impuro y ardiente torbellino de recuerdos, entre los lívidos semblantes del archiduque don Felipe su yerno y del Gran Capitan, el hombre a quien habia odiado mas porque era el único cuya grandeza pudiera darle mas zelos, le pareció ver a Isabel la Católica que le miraba severa y le acusaba en silencio, y le pedia cuenta de aquellos doce años perdidos en una lucha infecunda y vergonzosa y en preparará Castilla nuevos desastres.

Y cuando el rey, no pudiendo resistir mas, sentia uno de esos terrores pánicos que envuelven nuestro espíritu en medio de una horrible pesadilla y parecen aniquilarle, oyó una voz que decia:

—Don Fernando, don Fernando, despertad que vuestra esposa os llama.

Y el rey despertó, y fija aun en sus ojos la imágen de la reina Isabel, vió sobre su semblante el semblante de una mujer jóven, con la candente mirada fija en sus ojos.

—¡Oh! ¡y que ensueño tan temeroso! esclamó el rey.


VI.

Por algun tiempo continuaron mirándose el rey y la reina.

El con la mirada medrosa y estraviada; ella con la mirada ardiente, llena de una ansiedad innoble.

La una representaba el terror del remordimiento: la otra el miedo del egoismo.

Estaban solos.

–Paréceme que andábais en córtes en Calatayud, dijo al fin el rey, ¿por qué sois venida, señora?

–Nuevas me han llegado esposo y señor, que mas de tristeza y cuidado que de contentamiento han sido para mí. Los médicos dicen.

–¿Qué mi fin es llegado, y venís a verme morir?

–Vengo a donde Dios me manda estar.

–Un hechicero me dijo que moriria en Madrigal: una santa que antes de morir ganaria a Jerusalen: paréceme que ni el sepulcro de Cristo he sacado del poder de los infieles, ni este pueblo es Madrigal sino Madrigalejos. Tambien el cardenal Adriano ha venido ayer a mí como los cuervos al olor de la carne muerta: pero le he hecho que se vuelva sin que me vea, y tambien mi confesor, el padre Matienzo, se ha empeñado en que me muero, y me habla de confesion y de testamento, como si yo no hubiese ya otorgádole en Burgos...

—Pero señor, dijo adelantando el doctor Carvajal, que habia asomado poco antes a la puerta; de los prudentes es vivir prevenidos y la mayor virtud de vuestra alteza ha sido siempre la prudencia.

–Si morís, señor, sin renovar el testamento de Burgos, dejareis en grandes dudas a estos reinos y muchas cosas por hacer, dijo la reina.

—Entre otras el señalamiento de maravedises para vos, dijo el rey.

Púsose pálida la reina; porque al decir el rey estas palabras, habia en sus ojos algo de estraño y terrible.

–Y cierto, si teneis razon, añadió el rey: por lo tanto quiero creer en lo de mi muerte y disponerme a ella. Doctor Carvajal confesarme quiero: haced venir al padre Matienzo, y vos, señora, dejadme solo con mi confesor.

Poco despues el padre Matienzo entró.


VII.

De la confesion resultó que el rey mandó llamar al licenciado Zapata, al doctor Carvajal, sus relatores y refrendatarios de su cámara, y al licenciado Zapata su tesorero general, todos del consejo real.

Encerrado con el rey Católico, este con gran secreto les dijo.

—Ya sabeis señores, cuánto he fiado de vosotros en la vida, y porque de lo que me habeis aconsejado siempre ha resultado bien , ahora en la muerte os ruego y encargo mucho que me aconsejeis lo que hacer debo, principalmente acerca de la gobernacion de los reinos de Castilla y de Aragon. En el testamento que hice en Burgos, dejo encomendada al infante don Fernando, mi nieto, esta gobernacion, pues, como sabeis, le he criado a la costumbre y manera de España y creo que el príncipe don Carlos no vendrá a estos reinos, ni estará de asiento en ellos para regirlos y gobernarlos como es menester; que estando, como está fuera de ellos en la tutela de gentes no naturales, mirarán aquellas antes su propio interés, que no el del príncipe, ni el bien comun de estos reinos.

Calló el rey, y por algun espacio callaron los consejeros, porque veian claro la intencion de Fernando V de mantener su anterior testamento; pero como era necesario que contestasen, dijo al fin a nombre de los otros el doctor Carvajal:

—Vuestra alteza, sabe bien, señor, con cuánto trabajo ha reducido estos reinos al buen gobierno, paz y justicia en que están, y que los hijos de los reyes nacen todos con codicia de ser reyes; que ninguna diferencia % de tener el primogénito la posesion. Asimismo conoce vuestra alteza, la condicion de los caballeros y grandes de Castilla, acostumbrados a acrecentarse en las perturbaciones y en las necesidades en que en otro tiempo han puesto y ahora quisieran poner a sus reyes: parece por lo tanto a los de vuestro consejo, señor, que debe vuestra alteza dejar por gobernador de estos reinos de Castilla al príncipe don Carlos, a quien de derecho corresponde la sucesion de ellos; porque, sin embargo en que el señor Infante don Fernando es tan escelente de virtudes y buenas costumbres, siendo de tan poca edad como es, necesita ser regido y gobernado por otros, en los cuales, acaso no se pueda tener tanta seguridad que, puestos en el gobierno, no deseen movimientos y revoluciones para destruir el reino, y destruyéndole acrecentarse. Y no puede haber seguridad alguna que esto escuse sino dejando lo suyo a su dueño, cosa muy conforme a Dios y la buena conciencia, a la razon natural, al derecho divino y humano y en que hay menos inconvenientes. Acuérdese vuestra alteza de lo pasado y de las dificultades y trabajos que vuestra alteza y la reina Católica tuvieron cuando empezaron a reinar, y conocereis, señor, claramente, en cuánta desgracia que dará todo dejando por gobernador al infante don Fernando, estando ausente el príncipe don Carlos y viviendo la señora reina doña Juana vuestra hija. Ved, señor, que dejando el gobierno al infante, le poneis en grandes tentaciones de hacer lo que su condicion no le aconseja y que apoderado el infante de estos reinos, nunca vendrá a ellos su legítimo señor el príncipe don Carlos.

Calló el doctor Carvajal y el rey guardó silencio por un gran espacio, sin que ninguno de los consejeros se atreviese a romperle.

—Ya que no deje el gobierno al infante, dijo de repente el rey, ¿á quien creeis que debo dejarlo entre tanto viene de Flandes ó provee de ello el príncipe don Carlos?

Guardaron silencio embarazados por esta pregunta los del consejo, y solo Zapata se atrevió a nombrar al cardenal arzobispo de Toledo fray Francisco Jimenez de Cisneros.

Frunció el rey el cano entrecejo y dijo con voz ronca.

—Pronto vosotros sabreis su condicion.

Y como ninguno le replicase, añadió con voz mas serena.

—Aunque es buen hombre, de buenos deseos, criado de la reina y mio, y siempre hemos visto y conocido tener la aficion que debe a nuestro servicio.

—Asi es la verdad, señor, dijo el licenciado Francisco de Vargas, y tan buena es la eleccion, que sin grandes inconvenientes no puede hacerse en otros señores y grandes que la esperan.

—¿Y en lo de los maestrazgos, dijo el rey con voz insegura, puedo dejarlos a mi nieto el infante don Fernando? ¿Qué me aconsejais?

–Si la posesion de un solo maestrazgo, señor, dijo el licenciado Vargas, ha bastado tantas veces para poner en turbulencias el reino, ¿cómo quiere vuestra alteza que no sea peligroso poner tres maestrazgos en una persona real? Quedar deben en la corona, y no robustecer y dar soberbia á vasallos, tanto mas, cuando vuestra alteza y la reina Católica proveyeron tan sabiamente poner su administracion en sus personas.

—Verdad es, dijo el rey; pero mirad que queda muy pobre el infante don Fernando.

—La mejor riqueza que vuestra alteza puede dejar al infante, es dejarle bien con el príncipe don Carlos, su hermano mayor, rey que ha de ser, y por lo demás, vuestra alteza puede dejar al infante en el reino de Nápoles lo que fuere servido, que esto aprovechará á Castilla, y aprovechará tambien a la guarda de Nápoles.

—Quiero pensar a mis solas en lo que me habeis dicho, contestó el rey despues de un momento de meditacion: id y llamad a mi protonotario Clemente Velazquez, y volved.

Los tres consejeros salieron.

El rey quedó solo a la opaca luz de una lámpara que habían puesto sobre una mesa dentro de la estancia, oyendo el zumbar del viento y el continuo rumor de la lluvia.

–Mi nieto don Carlos se ha criado entre gente estraña, murmuró el rey. Los flamencos son tales mercaderes, que harán mercancía de Castilla... Don Carlos será un mal rey de España... de ella sacará soldados y dinero para defender lo que no será de España, sino suyo...: ¡Ah! ¡mis hijos! ¡ah mi hijo don Juan! ¡ah mi hijo don Miguel! ¡ah mi noble reina Isabel!

Y los ojos del viejo rey se arrasaron de lágrimas y tocando Dios su corazon con el santo recuerdo de sus hijos muertos, de su esposa muerta, se arrepintió de lo que habia intentado, tuvo vergüenza de las debilidades con que había empañado su grandeza, púsosele delante su gloria, y a través de su gloria vió á sus reinos, a su Aragon, a su Castilla, que fijaban asidos de las manos, una mirada ansiosa en su lecho de agonía.

—El infante don Fernando le he criado yo... seria un buen rey, murmuró; quiera Dios que algun dia no sienta Castilla la revocacion de mi testamento de Burgos... Pero la guerra civil... la nobleza... las codicias de los unos... la traicion de los otros... Cúmplase la voluntad Dios. Sea rey de todos nuestros reinos el príncipe don Carlos.

VIII.

Poco despues el protonotario Clemente Velazquez redactaba las nuevas cláusulas del testamento del rey Católico: la tentacion habia pasado, las malas pasiones se habian estrellado contra la conciencia del rey, que no se atrevia a presentarse ante Dios con la grave culpa de haber dejado en herencia a sus reinos la guerra civil.

Sus últimas disposiciones marcan cumplidamente hasta dónde llegaban la prevision y la política de Fernando V.

Si nombrado por él regente del reino el infante, este hubiese podido dominar los sucesos, España hubiera ganado mucho; pero Fernando V conocia bien a sus vasallos: los aragoneses hubieran sacudido el yugo, esto es, su union con Castilla, y esta hubiera vuelto a los tiempos de Enrique IV.

Puede decirse que Fernando V abarcó en su última mirada el porvenir, y que si algunos años antes de su muerte, incurrió en debilidades, de que ningun hombre se libra, y menos los reyes, reconquistó su nombre, le restauró, asegurando en su testamento la paz y la unidad de sus reinos.

La agonía del rey fue penosa: aquella alma fuertísima no podia separarse sin un gran esfuerzo del cuerpo que habia alentado.

Entre una y dos de la mañana del dia 23 de enero, murió.

¿Quereis ver aquel rey tan grande, tan justamente célebre, compañero de la reina de las reinas, y partícipe de sus glorias?

Id á Granada, y allí, bajo la abside de un severo templo gótico, vereis un magnífico sarcófago de mármol de Carrara.

Mirad sus dos estátuas yacentes, en las que tiembla la luz de una lámpara que perennemente arde desde hace trescientos años.

Son los Reyes Católicos don Fernando y doña Isabel.

¿Dónde está la reina Germana?

Fue su sombra que pasó por la vida del rey Católico.

El duerme allí eternamente con su amorosa Isabel.

¿Dónde está el miserable aposento del meson de Madrigalejos?

Aquella fue la ceniza puesta por Dios en la frente del soberbio.

Sobre ese magnífico mausoleo, parece que brilla aun el sol de la grandeza de las Españas; sobre él se apila la gloria de nuestra patria. y un día, tal vez lejano, podamos acercarnos a ese sepulcro sin vergüenza, y decir a Isabel y a Fernando:

—Levantáos de vuestras tumbas; levantáos un momento,y mirad a vuestra España grande, feliz, próspera, respetada: levantáos un momento, y despues dormid en paz.

MANUEL FERNÁNDEZ y GONZÁLEZ.


  1. Literalmente histórico.