Un buen negocio: 13


Escena II editar

ROGELIO, ENCARGADA y MARCELINA


ROGELIO.- Buenas tardes.

ENCARGADA.- Con permiso, vecina. Hasta luego.

MARCELINA.- Adiós, señora.

ROGELIO.- Esta tarde vendrán a buscar a la señora. Estará bien allí. (Pausa.) ¿Ninguna noticia?

MARCELINA.- Ninguna. Ni la espero.

ROGELIO.- Yo sí. Conozco su carácter. Se ha dejado llevar por su espíritu vehemente y voluntarioso, pero a esta fecha está más que arrepentida de su desplante. Hay mucho de atrolondamiento en su energía.

MARCELINA.- No la conoce usted bien. Es vanidosa y terca. Cuando toma una determinación, no hay fuerza que la haga cejar.

ROGELIO.- Tiene muy arraigado el sentimiento de la familia. Pasado el aturdimiento del primer instante, no tendrá otra preocupación que ustedes. Se imaginará que yo, decepcionado y ofendido en mi amor propio, no he vuelto a esta casa, que ustedes lo pasan mal, que no hay quien vista a los chicos para el colegio, ni quien vele por abuelita, se acordará de la nena enferma y verá usted, Marcelina, cómo no hay fuerza ni pasión capaces de retenerla.

MARCELINA.- ¡Pobrecilla! (Pausa.) Dígame, Rogelio. ¿Entre ustedes no pasó nada, nada más de lo que me ha contado?

ROGELIO.- (Con cierta vehemencia.) Se lo aseguro. El más tímido y respetuoso de los hombres no se habría comportado con mayor delicadeza. Si mi actitud ha podido ofenderla, mis palabras, no. No hubo el menor asomo de violencia o de apremio. Le expuse mi sentir con la vehemencia y la sinceridad de un escolar. Es muy natural que lo insólito de la situación haya agraviado sus sentimientos de honor y de decoro, pero yo pensé poder atenuar el agravio con la verdad y la honradez íntima de mis intenciones, porque puedo asegurarle, Marcelina, que en el fondo de mi pasión, todo lo anormal que usted quiera, existía el anhelo y la certidumbre de hacerla feliz.

MARCELINA.- Lo sé, Rogelio. De otra manera no habría consentido su conducta. Pero me temo que su impaciencia haya provocado este desenlace.

ROGELIO.- Tenía que obrar así. Todo disimulo con Ana María hubiera sido contraproducente. Seguiría sintiendo su pudor acechado por bajos instintos y acabaría por cobrarme repulsión. No, no, prefiero haberlo perdido todo, así, de esta manera leal. (Pausa.) En fin, lamentaría que no fuera feliz. (Pausa.) ¿Persiste usted en quedarse aquí?

MARCELINA.- Sí.

ROGELIO.- ¿Y en rechazar mi ayuda?

MARCELINA.- Sí. Suceda lo que suceda, quiero recuperar la estimación de mi pobre hija y eso no lo conseguiré mientras viva bajo el amparo de usted. Mi buena intención no me exime del error cometido. Sin el trastorno de la abuela y mejorada mi hijita, la lucha me será más fácil. Quizás más tarde reclame su protección para alguno de mis hijos. Por ahora, nada debo aceptarle.

ROGELIO.- Adiós, Marcelina. (Aparece BASILIO, muy agitado.)