Siluetas parlamentarias: 03

Nota: En esta transcripción se ha respetado la ortografía original.


ONÉSIMO LEGUIZAMÓN


Por mas liberal que sea, debe confesar la excelencia de ciertos recursos de la oratoria sagrada.

No me refiero á la entonación solemne que sombrea la frase de Estrada, sinó al tinte majestuoso con que el Dr. Leguizamón decora las inflexiones de su registro vocal.

¿Es este un defecto? No; segun la palabra autorizada del Dr. Goyena, «el aire majestuoso, que no es pedantesco, imprime cierto sello de dignidad á los discursos.»

Por otra parte, clasificado por el timbre de su voz, el doctor Leguizamón no será un tenor, pero es indudablemente un buen barítono.

Como que su entonación, flexible y ágil, recorre toda la escala oratoria, desde las notas profundas del análisis concienzudo, hasta las espresiones simpáticas de su elocuencia velouté y persuasiva.

Esta destreza, ligada con un conocimiento bastante completo de las prácticas legislativas hacen del doctor Leguizamón un «hombre de Parlamento» en el sentido estricto de la palabra.

Cierto es que su silueta parece elástica, pues adquiere líneas adecuadas, lo mismo á los bufetes ministeriales, que á los estrados del Tribunal, y que á las butacas del Congreso.

Posee la maravillosa adaptación de que ordinariamente carecen nuestros hombres públicos, cuya mayoría ignora la tenue que corresponde á cada papel político.

El doctor Leguizamón ha sido Ministro, Profesor de Derecho, Juez de la Corte Federal, Presidente de un Congreso Pedagógico, é Interventor Nacional. Actualmente es miembro del Parlamento, del Foro y de la Prensa, aparte de su colaboración directa ó indirecta en corporaciones científicas de la República y del exterior.

Y en todos esos puestos, presentes y pretéritos, muchos de los cuales no habrian preocupado á otro menos formalista, el Dr. Leguizamón ha procurado y procura desempeñarse con inusitada y jamás vista corrección.

Sobre todo, en las funciones de carácter autoritario, como las ministeriales, la magistratura y la cátedra, la solemnidad habitual del Diputado por Entre-Ríos es perfectamente adaptable, así á la naturaleza de sus actos, como al estilo de sus opiniones, y au á la imponente arquitectura del semblante.

Pero tanto en el Parlamento, como en el Foro, ó en la tribuna periodística, suelen no ser de buen efecto, especialmente si las divergencias son radicales, los acentos magistrales del legislador, del abogado ó del periodista, que dá á sus convicciones un impulso avasallador.

Es preferible la otra senda: la de las insinuaciones galantes y atrayentes, para las cuales no carece de aptitudes el doctor Leguizamón.

En efecto: solo no conociendo particularmente al diputado de quien me ocupo, puede afirmarse, como lo he oido muchas veces, que las arengas graves del doctor Leguizamón y sus apreciaciones magistrales sobre temas parlamentarios, retratan fielmente su doble personalidad de personajes político y de hombre privado.

Si esto es cierto respecto del aire y del timbre de la voz, no lo es en punto á la frase, que suele servirle con éxito para su causerie no destituida de interés ni de amenidad.

Doit-on le dire?... Lo que hay es que los ribetes imponentes de la elocución, aun trivial, del doctor Leguizamón, lo privan de esas intimidades sinceras cuyo desborde facilita la tarea de rectificar los defectos inherentes á todo mortal.

No me es agradable la empresa de atacar la personalidad del doctor Leguizamón, por el lado mas interesante y mas accesible: bajo su faz política de orador parlamentario.

(He dicho atacar; pero en sentido figurado. No se vaya á creer que entro con prevenciones á la parte mas pronunciada de la silueta.) Generalmente, nadie tiene la suerte de ser feliz en sus juicios respecto del que no ha pertenecido á su comunión política.

No falta quien descubra perversidad en la censura, ironia en el aplauso, alevosias en lo que sobra, y reticencias en lo que falta.

¡Quién me diera aquella facultad milagrosa que reclamaba Larra, para contentar á todo el mundo cuando me da por ser crítico, especie de neurosis análoga á la que estimulaba al viejo Dumas á considerarse como un excelente cocinero!...

Vamos á ver como sale esto!...

Le atribuyen al doctor Leguizamón algun desequilibrio entre las condiciones de su carácter, y los resortes de que dispone para exhibirlas.

Y que, al revés de lo que parece, no posee la vehemencia necesaria para que, en determinadas circunstancias, fuesen sus discursos algo como los metrallazos de un cañón parlamentario.

Figuraos al doctor Alem, ó á su aventajado discípulo el doctor Villamayor, teniendo á mano los vigorosos medios vocales del honorable Diputado por Entre Rios!

Harian prodigios, no hay duda, como los haria el mismo doctor Leguizamón, si sus pensamientos revistiesen la acritud que destilan esos tribunos, ó si manejase el apóstrofe con la temible destreza de Estrada.

Por mi parte, estoy convencido de que, tanto la voz como el carácter del orador entreriano, provienen de la naturaleza que le tocó en lote dentro del gran bazar del mundo.

Pero creo tambien que el talento es una gran fuerza correctiva de las físicas y morales que cada hombre tiene á su servicio.

Es decir, espero que el doctor Leguizamón evite, todo lo que pueda, atacar las notas de la invectiva, del apóstrofe ó de la conminación: de mucho efecto en su espresión pero incompatibles con los puntos de vista, serenos y elevados, desde los cuales ordinariamente examina las cuestiones dicho Diputado.

Por ejemplo, el doctor Leguizamón ha sabido darle todo el sabor agradable que requeria, á esta simpática peroración:

«Yo no sospechaba, -y creo que solo habria podido sospecharlo un espíritu perturbado por preocupaciones erróneas ó por pasiones inconfesables,- no sospechaba, repite, que mis palabras habrian de producir la tormenta que he sentido tronar á mi alrededor estos dáis, en las filas de los opositores; y menor podia imaginármelo, pues que hubiera sido imprudente que yo forjarse el rayo destinado á caer sobre mi propia cabeza!»

Ahí debió terminar el orador, ó por lo menos no dar al discurso otro giro, mas adecuado al tono pero estraño á la habitual serenidad del hombre que, como Manuel, «es siempre dueño de sí mismo, y ducho en el arte de exponer, resumir y terminar».

«Declaro, entónces, -agredo el Diputado,- para que me oiga la Cámara, y para que lo sepa el país entero: que si esta práctica se sigue ejercitando, contra los preceptos terminantes de la Constitución, y contra las conveniencias de la ley parlamentaria, yo usaré de represalias, y haré en esta Cámara, siguiendo el desgraciado sistema que se pretende implantar, caricaturas sangrientas de algunos de aquellos que han tenido una participación acentuada en los acontecimientos políticos de los últimos tiempos!»

Deraillement!... Este párrafo despoja de todo su efecto al anterior, infinitamente mas bello. Y, aunque parezca una paradoja, el primero es mas enérgico que el segundo, por ser sabido que la amargura de los cargos es mas eficaz que la causticidad de las amenazas.

Refiriéndose á Groussac, me decia con ingenuidad un adversario de los juicios musicales del severo y descontentadizo crítico de La Nación.

- ¿Por que no se meterá á cantar mejor que Stagno?...

La historia de siempre: la interpretación deplorable y vulgar de la frase: «criticar es saber».

Si dirijo una leve observación á la oratoria del Dr. Leguizamón, como hice con la del Dr. Gallo, no faltará quien diga: -¿Por qué no se meterá á echar mejores dicursos?...

Sencillamente: porque no soy ni pretendo ser orador.

¡Lucidos estarian los artistas del bien decir, si su auditorio hubiese de ser formado por oradores!

Y mas lucidos si, entre los oyentes, no los hubiese capaces de apreciar el mérito de un discurso y las calidades de su autor!

El crítico no es mas que un oyente que, creyéndose apto para juzgar un discurso y teniendo á su disposición una pluma, hace públicas sus impresiones para que cada uno de los demás oyentes rectifique las propias, y para que el mismo orador se aperciba de los defectos de que no se haya dado cuenta. Así, he notado que el doctor Leguizamón, por efecto de su larga práctica forense, sacrifica frecuentemente la soltura de los párrafos, al órden lógico de los razonamientos.

Hay momentos en que se creería escuchar un meditado informe judicial.

Esto no será desagradable, pero trae otros defectos que, no por ser de poca monta, son menos perjudiciales para la audición y aun para la lectura de un discurso.

Me refiero al abuso de los paréntesis, de las oraciones incidentales, con que el doctor Leguizamón encadena las cláusulas de sus arengas parlamentarias.

Prueba al canto: léase el primero de los dos párrafos oratorios que he transcrito, léaselo prescindiendo de los paréntesis, «y creo que solo habria podido sospecharlo, etc.»; «no sospechaba, repito,», y «en las filas de los opositores».

La frase quedará bien redondeada, y de mayor efecto, sobre todo para el auditorio mas que para los lectores.

Sin embargo, me complazco en reconocerlo, no en todas las oraciones del doctor Leguizamón se percibe ese defecto, debiéndose ademas tener en cuenta que el discurso, al cual pertenecen los párrafos transcritos, fué una peligrosa adaptación del silogismo jurídico á un tejido de mañas electorales.

Es decir, el perfeccionamiento de una inventiva esclusiva del Diputado Posse.

No me referiré, sino para mencionarlos, á dos cargos que, públicamente ó sotto voce, suelen asestar adversarios y aun amigos políticos al doctor Leguizamón.

En primer lugar, que carece de los rasgos con que se acentúa, en los momentos de lucha, el perfil político del verdadero partidista.

Y que aspira demasiado á la notoriedad.

Este último no es un cargo sério: todos, mas ó menos, abrigamos idéntica aspiración.

Solo podrá ser criticada la forma, rudimentaria ó disimulada, con que cada uno hace la corte á la trompetera y arisca diosa de la Fama.

En el primer cargo, hay que distinguir: como opositor, no seria concebible un político de «términos medios» al estilo de los de Larra.

Pero para miembros de círculos situacionistas, esa templanza de opiniones es altamente saludable, siendo de lamentar que, en el discurso que tantas tormentas sublevó, el doctor Leguizamón se apartase de las cumbres que siempre le fueron predilectas, en punto á examinar hechos y aplicar principios.

¿Por qué no dejó todo el peso de la argumentación judicial al doctor Posse, que cuando no vuelve negro lo blanco, por lo menos lo deja overo?...

¿A qué se apeó del Olimpo de sus habituales puntos de vista, adoptando la mitológica metamórfosis de cisne oratorio de una Leda juarista?...

¡Cómo no habian de estallar tormentas, cuando quedaban los rayos en poder de Juno, pariente de la opinión, y con la cual el distinguido Diputado observó siempre las formas de una conceptuosa entente conyudal!

Pero basta: no es mi objeto estudiar al hombre público, sino como ocupante de una banca parlamentaria.

Necesito apenas el enlace de los antecedentes políticos que se relacionan con la actitud contemporánea del doctor Leguizamón.

Mas interesante es su colaboración en las comisiones del Parlamento, á las que presta no escaso concurso con las luces de su erudición bastante moderna, como que se ha familiarizado en la lectura con los tratadistas ingleses y norte-americanos de la ciencia constitucional.

Solo le falta una cosa: que, al utilizar sus abundantes recursos oratorios, arraigue en sus colegas el convencimiento de que jamás deja de ser la justicia el numen de sus inspiraciones, y la sinceridad el diapasón de sus acentos.

Y sobre todo, un consejo amistoso: deje de lado el mote noli me tángere! especie de imán que solo atrae disgustos, y no pocas decepciones.

Por algo se llama público al hombre que trabaja en alguno de los géneros del gran teatro social.

La discusión de sus aptitudes, de sus actos y de sus tendencias, es el impuesto que cada personalidad política tiene que pagar á la opinión para adquirir el derecho de dirigirla ó educarla.

Y nadie puede ni debe temer la crítica, cuando en esta se procura mantener elevado el nivel de los juicios, el peor de los cuales valdrá mas que todas las alabanzas banales y que todas las censuras mordaces. Alabanzas y censuras que hay que admitir por ser flores y espinas efímeras de la libertad de imprenta.

Y es preferible la flagelación privada de la mordacidad periodística, á la calamidad pública del amordazamiento de la prensa.


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