San Isidro labrador de Madrid/Acto I

San Isidro labrador de Madrid
de Félix Lope de Vega y Carpio
Acto I

Acto I


Salen JUAN DE VARGAS con borceguíes, y acicates, y adarga, y lanza,
y de la misma manera DON JUAN RAMÍREZ y DON PEDRO DE LUJÁN.


   

Juan de Vargas: Bien queda su soberbia castigada.

 
 

Don Juan Ramírez: No volverán tan presto a nuestros muros.

 
 
     

Don Pedro de Luján: ¡Qué mal les ha lucido la celada,

si el moro nos pensaba hallar seguros!
 
 

Juan de Vargas: Probó esta vez de la cristiana espada

los vengativos filos, y los duros
aceros de la lanza, y dejó llena
de sangre y cuerpos la teñida arena
 
 

Don Juan Ramírez: Valeroso, ¡por Dios!, habéis andado,

Jüan de Vargas, pero ¿cuándo menos?
 

Juan de Vargas: Y vós, don Juan Ramírez, imitando

vuestros padres; en guerra y paz tan buenos.
 
 

Don Pedro de Luján: Por vós, Juan, el verde campo y prado,

más que de arena y de árboles amenos,
queda cubierto de despojos moros,
y goza vuestra patria honra y tesoros.
 
 

Juan de Vargas: Don Pedro de Luján, si el más pequeño

de los que fueron a esta impresa honrosa
queréis hacer de la vitoria dueño,
agraviaréis vuestra opinión famosa.

Don Pedro de Luján: Mi fee y palabra como hidalgo empeño,

que no ha sido lisonja ni otra cosa
fuera de la verdad que siempre estimo.
 
 

Juan de Vargas: Honraisme como amigo y como primo,

mas ¿qué no hará la hidalga gente nuestra
animada de dos señoras tales;
la que en Atocha humilde a Madrid muestra,
del sol de Cristo, rayos orientales,
y la que honrando, de la parte vuestra,
la entrada desta villa, celestiales
guardas le pone, y de milagros llena,
cobra el renombre santo de Almudena?
 
 

Don Juan Ramírez: Decís muy bien, que si una y otra puerta

está guardada destas dos señoras,
segura está la villa, y cosa es cierta
que nos darán su sol tales Auroras.
 
 

Don Pedro de Luján: La campaña de bárbaros cubierta,

y volver nuestras armas vencedoras,
después de Dios a entrambas se atribuya,
que en ellas quiere honrar la madre suya.
A la Virgen, Jüan, del Almudena,
que está en Santa María desta villa,
voy a ofrecer una bandera llena
de lunas de los moros de Sevilla;
ganela de un alférez, que en la arena
de Manzanares, la feroz cuchilla
de su alfanje de suerte ejercitaba,
que el agua en roja sangre trasformaba.
Dadme licencia, Juan.

Don Juan Ramírez: Y yo también la pido

para llevar a la de Atocha santa,
de tela de oro un bárbaro vestido,
de aljófar guarnecido hasta la planta.
 
 

Juan de Vargas: Mañana pienso verlas, que no olvido

la merced de sus manos, pues es tanta,
que entre otras cosas, dos pendones rojos,
a los pies de su altar, serán despojos.
 
 

Don Juan Ramírez: Adiós, Jüan.

 
 

Juan de Vargas: Adiós, Ramírez noble.

 
 

Don Pedro de Luján: Veámonos después, famoso Vargas.

 
 

Juan de Vargas: Mi obligación, Luján, crecéis al doble.

 
 

Don Pedro de Luján: De vós tendrá Madrid historias largas.

 
 

Juan de Vargas: Ya su madroño se convierte en roble,

y por las blancas bárbaras adargas,
su fruta en sangre, porque al Norte helado
llegó el valor del oso coronado.




(Vanse, y salen DOÑA INÉS DE CASTILLA, mujer de JUAN DE VARGAS, con dos criados.)


   

Doña Inés de Castilla:

  Seáis, señor, bienvenido.
 
 

Juan de Vargas: Vós la primera, mi bien,

me habéis recebido.
 
 

Doña Inés de Castilla: He sido

la que del vuestro también
mayor cuidado ha tenido.
Ya he sabido el buen suceso.
 
 

Juan de Vargas: ¿De quién?

 
 

Doña Inés de Castilla: De veros no más,

que el mío consiste en eso.
 
 

Juan de Vargas: No se ha contado jamás

vitoria con tanto exceso.
Toma esta lanza y adarga,
Bermúdez.
 
 

Bermúdez: ¡Guárdete el cielo,

que bueno vienes!
 
 

Juan de Vargas: Encarga,

Páez, aquel castañuelo;
regalo y sustento alarga,
que es hidalgo y sufridor
cuanto puedo encarecer.






Páez: Descuida, Juan, mi señor.

 
 

Doña Inés de Castilla: Todos os vienen a ver,

a todos debéis amor.
La casa está alborotada,
bien será que descanséis.
 
 

Juan de Vargas: El descanso, Inés amada,

es veros.
 
 

Doña Inés de Castilla: Bien lo debéis,

ausencia también llorada.
Pero bien lo habéis pagado
con el bien de haber venido.
 
 

(Sale ISIDRO con hábito de labrador.)


   

Isidro: ¿Señor decís que ha llegado?

 
 

Juan de Vargas: ¡Oh, Isidro!

 
 

Isidro: Los pies os pido,

costado me habéis cuidado.
Mi señora doña Inés
de Castilla, vuestra esposa,
os dirá mi amor.
 
 

Juan de Vargas: No es,

Isidro, tan nueva cosa
para que testigos des.



Isidro: ¿Cómo ha ido por allá?

¿Habéis muerto muchos moros?
 
 

Juan de Vargas: Castigados quedan ya;

sus despojos y tesoros
se quedan, Isidro, acá.
 
 

Isidro: No ha habido día que yo

a Dios no os encomendase,
que grande pena me dio
el ver que el Moro llegase
donde jamás se atrevió.
Cuando el vueso antecesor,
Gracián Ramírez de Vargas,
venció al Bárbaro Almanzor,
vio este muro sus adargas
y sus ropas de color.
Oí decir a mi abuelo,
téngale Dios en su gloria,
que tuvo Gracián recelo
de perder la gran vitoria
que le dio entonces el cielo.
Porque hasta el muro llegó
la multitud de los moros
que nunca después se vio;
mas tal capitán de coros
de ángeles la defendió;
que fue la hermosa María
de Atocha.
 
 

Juan de Vargas: No menos creo

que nos ayudó este día.
 
 

Isidro: Como el Capitán Hebreo,

que el sol veloz detenía,
tiene María divina
detenido el sol de Cristo,
siendo sus brazos cortina.
 
 

Juan de Vargas: (Aparte a su mujer.)

 ¡Qué buen hombre!
 
 

Doña Inés de Castilla: (¡Y muy bien quisto!)

 
 

Juan de Vargas: (Mucho a la virtud se inclina)



Doña Inés de Castilla: (No hay en todos sus iguales

labrador de su opinión,
ni que tenga entrañas tales.)
 
 

Juan de Vargas: (Yo le he cobrado afición).

 
 

Isidro: (Aparte.)

(Mis amos son principales;
¿qué dudo, pues ha venido
ocasión que estén los dos
juntos, de hablarlos?, si ha sido
voluntad de Dios, que a Dios
lo tengo todo ofrecido.
¡Pardiez!, decírselo quiero,
buena ocasión hay agora,
que él es un gran caballero
y ella una noble señora;
pues si hay ocasión, ¿qué espero...)
¡Señor!
 
 

Juan de Vargas: ¿Qué hay, Isidro, amigo?

 
 

Isidro: Los labradores, señor,

desta villa...
 
 

Juan de Vargas: Decid...

 
 

Isidro: Digo,

que viéndome labrador
y que en efeto me obligo
a toda vuesa labranza,
dicen que solo no puedo;
que aunque soy de confianza,
mientras en el campo quedo,
y un sol a otro sol alcanza...
En fin, en casa no tengo
quien della tenga cuidado,
ni de mí cuando a ella vengo
de arar y cavar cansado.
 (Aparte.)
(Con vergüenza me detengo;
pero habrelo de decir).
Han tratado de casarme;
licencia os vengo a pedir,
y sabed que habéis de honrarme,
pues yo os procuro servir.


Juan de Vargas: Luego,¿ ya tenéis tratado

vuestro concierto?
 
 

Isidro: Señor,

el suegro, a la fee, es honrado,
y aunque pobre labrador,
limpio como yerba en prado.
La novia tiene virtud,
que es el dote verdadero
para la paz y quietud.
 
 

Juan de Vargas: ¡Alto!, ser padrino quiero.

 
 

Isidro: Dios os aumente en salud,

hacienda, gusto y estado.
 
 

Doña Inés de Castilla: Tu madrina, Isidro, soy.

 
 

Isidro: Saldré de los dos honrado.

 
 

Doña Inés de Castilla: La norabuena te doy.

 
 

Isidro: La buena Dios me la ha dado,

que al que lleva mujer buena,
Él le da la nota buena,
porque cuando buena es,
¡qué de horas buenas después
le quitan cualquiera pena!
 
 

Doña Inés de Castilla: ¿Cómo se llama?

 
 

Isidro: María

de la Cabeza se llama,
de quien decirte podría,
por las nuevas de su fama,
que lo ha de ser de la mía.
Si a la mujer que ha de honrar
su esposo suelen nombrar
corona de su nobleza,
María de la Cabeza
de Isidro la han de llamar.
Que mi corona ha de ser
la que es tan buena mujer.
 
 

Juan de Vargas: Pues avísanos del día.



Doña Inés de Castilla: Y traedme acá a María,

que la quiero componer.
 
 

Isidro: Bien vuestra nobleza muestra

que me habéis de hacer merced.
 
 

Juan de Vargas: Tú verás la intención nuestra.

 
 

Isidro: ¡Mi Dios! Vuestro soy, haced

como de cosa que es vuestra.
 
 
 

(Vanse, y salen JUAN DE LA CABEZA,
BENITO PRECIADO, PASCUAL DE VALDEMORO.)


   

Juan de la Cabeza: No tengo más que dalle, sabe el cielo

que diera a Isidro yo, si fueran mías,
las casas de Ludeñas y Cisneros.
 
 

Benito Preciado: De vuestro proceder está muy llano,

y del merecimiento del mancebo.
 
 

Pascual de Valdemoro: ¡Pardiez, compadre Juan de la Cabeza!,

que vós le dais marido a vuestra hija
que le puede envidiar cualquiera conde,
cualquiera duque y aun cualquiera reina.
No sé cómo os figure y enquillotre
las virtudes de Isidro; solo os digo
que no amanece el alba sin que aguarde
a la puerta de nuestra iglesia, atento
a cuando el sacristán a abrirlas venga,
y que jamás al campo va sin misa;
lo que es rezar y dar de su pobreza
limosna a cualquiera pobre, es cosa estraña,
pues si es por dicha pobra y tiene niños,
ayunará porque lo coman ellos.
 
 

Juan de la Cabeza: Todos me cuentan grandes alabanzas,

Pascual de Valdemoro, de mi yerno,
mas yo juro que si él es virtuoso,
que no le queda en zaga la muchacha,
de tal madre fue hija, y que tal era
su ánima; Dios la tenga allá en su gloria.



Benito Preciado: Ya no cale llorar por los difuntos,

mayormente tan buenos y tan santos.
Oí decir que todo el día estaba
en la iglesia mayor Santa María,
rezando a aquella antigua y santa imagen
del Almudena.
 
 

Juan de la Cabeza: ¡Y cómo si rezaba!,

bien lo sabe la Virgen, bien lo sabe
el cura, el sacristán, hasta las lámparas;
¿qué aceite no llevaba? ¿Qué candelas
no ardieron en su altar?
 
 

Pascual de Valdemoro: Ella era santa,

y así también lo espero de su hija;
¿darale Juan de Vargas algo al novio?
 
 

Juan de la Cabeza: No dejará de darle, que es hidalgo

y ha días que le sirve.
 
 

Pascual de Valdemoro: Si él guardara,

todavía tuviera alguna cosa,
que en verdad que me dicen que el salario
es el mayor que gana en Madrid mozo.
 
 

Juan de la Cabeza: ¿Qué le da Juan?

 
 

Pascual de Valdemoro: Por meses se concierta.

 
 

Juan de la Cabeza: ¿Y gana cada mes...?


 
 

Pascual de Valdemoro: Es mucho.

 
 

Juan de la Cabeza: ¿Cuánto?

 
 

Pascual de Valdemoro: Tres reales pienso, y de comer abondo.

 
 

Benito Preciado: La casa, ¡gloria a Dios!, asaz es rica.

 
 

Pascual de Valdemoro: Bartolo viene acá.

 
 

Benito Preciado: Dimonio es este;

no hay boda en que no baile, dance y cante.
 
 

Pascual de Valdemoro: A fee que es hombre suelto y suficiente.

 
 
 
 (Sale BARTOLO.)

   

Bartolo: Dios os guarde, honrada gente,

entre cuyas buenas vidas
habrá bien docientos años.
 
 

Juan de la Cabeza: Ya con tu humor nos visitas.

 
 

Bartolo: ¿Pesaos de tener edad?

La bendición más cumplida
es llegar a vuestros años.
 
 

Benito Preciado: Plega al cielo que los vivas.




Bartolo: Y fuera desto, es locura

que le pese al que camina,
cuando al fin de la jornada
se acerca, y más si es prolija.
Pero porque hayáis placer,
que a los viejos regocija,
siempre la paz de la patria,
sabed que con mayor prisa
que vino el Moro, se vuelve.
 
 

Pascual de Valdemoro: ¿Adónde?

 
 

Bartolo: Al Andalucía,

que entre Illescas y Toledo,
nuestros Laras, y Castillas,
Lujanes, Ramírez, Vargas,
Ludeñas, Luzones, Silvas,
Zúñigas, Mendozas, Prados
y otros de varias familias
le han vencido, y por Madrid,
con las banderas tendidas,
entran de despojos llenos.
 
 

Juan de la Cabeza: ¡Gran vitoria!

 
 

Benito Preciado: ¡Estraña dicha!

 
 

Bartolo: Pero toda aquesta entrada,

sus caballos, que relinchan
como que sus casas sienten
y a sus señoras avisan.
Con sus trompetas y cajas,
y aquellos huesos que chillan
más altos algunas veces
que tiples de chirimías.
Sus armas, en quien el sol
como en espejo se mira;
sus banderas de colores,
que adornan bandas moriscas.
Las damas, que a las ventanas
les dan la buena venida,
unas saliendo en cabello
para dar al sol envidia,
otras vestidas de galas,
y de esperanzas vestidas,
me han parecido también
como agora por la villa
las hermosas labradoras,
que acompañaron tu hija,
todas vestidas de grana,
de azul y verde palmilla.
Con sus vestidos, que adorna
oro y plata, y blancas cintas,
con sus patenas y sartas,
corales y gargantillas,
donde es el aljófar negro,
y fuera la nieve tinta,
porque me dicen que viene
de Isidro dichoso a vistas;
mas pues que Dios se la da,
San Pedro se la bendiga.

Juan de la Cabeza: En día de tal contento,

buen agüero tomarán.
 
 

Pascual de Valdemoro: ¡Pardiez!, juntado se han,

hoy se enjunia el casamiento.
 
 
 
 

(Salen por una parte, MARÍA,TERESA, y CONSTANZA
labradoras, muy galanas,
y por otra parte ISIDRO y otros labradores,
ESTEBAN, LORENZO y TADEO.)

   

Teresa: No vayas tan vergonzosa,

alza los ojos, María.
 
 

Esteban: Isidro, el alba del día

nunca salió tan hermosa.
Alza los ojos y mira
aquel sol resplandeciente.
 
 

Lorenzo: Yo os juro que se contente

aunque veis que se retira.
Que no hay en la villa moza
que con María se iguale.
 
 

Tadeo: Ved con qué vergüenza sale.

 
 

Bartolo: ¡Risa y placer me retoza!

¡Ea!, acérquense los dos.
 
 

Lorenzo: Anda, Isidro, no seas lerdo,

habla, revuelve en tu acuerdo.
 
 

Isidro: María, guárdela Dios.

 
 

María: Y a él le guarde también.

 
 

Constanza: ¡Con qué frialdad respondiste!;

dale una buena mirada.
 
 

María: Después que esté desposada

le veré.

Teresa: Mal respondiste:

porque antes del casamiento
se ha de mirar el marido,
que aun los ojos y el oído
se engañan en más de ciento.
 
 

María: Si Dios nos junta a los dos,

él le habrá mirado ya.
 
 

Esteban: ¿No está hermosa?

 
 

Isidro: Hermosa está,

en su rostro alabo a Dios.
Si tiene tanta hermosura
una mujer en el suelo,
¿qué será un ángel del cielo?
Y si la hermosa figura
de un ángel es de tal modo,
¿cuál será el Criador, que, en fin,
es el principio y el fin,
sin principio y fin de todo?
 
 

Constanzaa: Paréceme, Juan, que están

los dos novios ya contentos;
concluïd los casamientos.
 
 

Juan de la Cabeza: Hoy, Constanza, quedarán,

por lo menos, desposados:
¡Isidro!
 
 

Isidro: ¡Señor!

 
 

Juan de la Cabeza: Yo quiero

decirte el dote primero.
 
 

Isidro: Perded, padre, esos cuidados,

que la virtud de María
la dota en tanto valor
que viene a ser inferior
el oro que Arabia cría.
 
 

Juan de la Cabeza: Yo te doy primeramente

mil maravedís en plata
y en oro.
 
 

Ana: (Aparte.)

Mirad si trata
su hacienda liberalmente.
 

Juan de la Cabeza: Entre ellos hay un escudo

que treinta años he guardado,
tan bueno, limpio y dorado
como cuando hacerse pudo.
Porque desde que cayó
en mis manos le guardé
para esta ocasión; no sé
si le gastarás o no,
pero si aquella sin ley
a gastalle te obligare,
haz por tu vida que pare
en comprar un gentil buey.
Sin esto, te pienso dar
dos colchones y un jergón,
y advierte que nuevos son,
que no te quiero engañar.
No ha diez años que se hicieron,
ni seis veces se han lavado;
seis sábanas de delgado
lienzo, que en dote me dieron.
Cuatro almohadas y un banco,
una silla de costillas,
trébedes, sartén, parrillas,
y un paño de manos blanco.
No ha un año que estaba entero
y en toda su perfección;
mal le dé Dios al ratón
que le hizo un agujero.
Dos sargas de linda mano,
la una tiene a David
y el gigante, que en la lid
tendió en el verde llano.
Ella está a medio traer
porque era el lienzo algo flojo;
fáltale al gigante un ojo,
pero no se echa de ver.
La otra tiene pintado
el pródigo, que dirás
que viendo en la artesa estás
los lechones y el salvado.
Están con ojos estraños,
mirando el pródigo esquivo,
y tan gordos que, a estar vivos,
tuvieras para dos años.
Sin otras cosas así,
que por menudencias dejo,
te daré peine y espejo,
y por no cansarte aquí
no te digo los vestidos
y camisas de tu esposa;
tus camisones es cosa
que revientan de polidos.
Ella lleva allá también
su arca grande, donde puso
aspa, lino, rueca y huso
que sabe gastar muy bien.
Para después de mis días,
una viña, un pegujar,
y algo más hay que te dar,
sin tres cabras con sus crías.

Isidro: Dadme vuestra bendición.

 
 

Juan de la Cabeza: Dios te bendiga y te guarde.

 
 

Bartolo: Vamos, señores, que es tarde;

decid: para en uno son.
 
 

Todos: ¡Para en uno son!

 
 

Isidro: Jüan,

mi señor, es el padrino.
 
 

Esteban: De casados, imagino

que ejemplo los dos serán.
 
 

Benito Preciado: Id con la novia vosotras;

visitad a doña Inés.
 

Teresa: Bien dice, alégrate pues,

que harto lo vamos nosotras.
 
 

Pascual de Valdemoro: Vosotros podéis también

ir con él a ver a Juan;
tú, Bartolo, al sacristán
da parte de tanto bien
para que lo diga al cura,
y vuelve con tu guitarra.
 
 

Bartolo: Traeré una danza bizarra,

en honra de su hermosura.
 
 

Juan de la Cabeza: Mañana ha de ser la boda,

y habrá naranja y ofrenda.
 
 

Bartolo: Como la fama se estienda

bailará la villa toda.
Tañe el tamboril, Miguel,
que al relincho y castañuela,
yo daré la zapateta
que se oiga en Caramanchel.



(Vanse, y sale la ENVIDIA con un corazón en el pecho, y una culebra al hombro.)

Envidia: De mi cueva sombría,

donde jamás ha entrado,
ni me alegra el sol, cuando pudiera
el resplandor del día,
cuyo umbral derribado
jamás pisó mortal que no perdiera,
de ver mi vista fiera,
la razón y el sentido,
salgo a la luz del cielo,
tomando el mortal velo
de que viene mi espíritu vestido,
aunque viendo su lumbre
su resplandor me causa pesadumbre.
No soy la que procuro
vencer la gloria ajena,
mas soy la que a Josef matar quería,
la que el alma aventuro,
si alguna cosa es buena,
hasta envolverla en la tiniebla mía;
ni el bien ni el mal quería,
el mal, porque dél gusto,
y el bien, porque me mata,
que del cielo y la tierra me disgusto,
y del mismo profundo,
yo soy por quien la muerte entró en el mundo.
Por mí fue perseguido
David; por mí fue preso,
vendido y muerto Cristo soberano;
por mí, César herido;
por mí, con tanto exceso
temblaron el francés, y el africano;
por mí, el mejor romano
lloró sin tener ojos;
no hay freno que me rija,
de la Corte soy hija,
y tengo sus palacios por despojos;
soy, sin razón, sin leyes,
sombra de las privanzas de los reyes.
Hame envïado al suelo
mi padre, fiero, horrible,
en cuyas alas y desnuda espada
caí del alto cielo
porque no fue posible
acabar la conquista comenzada;
no vengo a ser honrada
de algún cetro o corona,
ni a perseguir me envía
los reyes que solía,
sino la baja y mísera persona
de un labrador que agora
estima el cielo y esta tierra adora.
Un labrador envidio
porque pretende alzarse
con los estados que perdí por guerra.
Mirad quién da fastidio
a quien quiso igualarse
con el mismo Hacedor del cielo y tierra;
cuanto veneno encierra
mi pecho ardiente, salga,
¡Isidro muera, muera!
¡Al arma, guerra fiera!,
aunque el auxilio celestial le valga.
¡Pastores deste suelo,
la Envidia soy, antípoda del cielo!
 

(Salen ESTEBAN, LORENZO y TADEO.)

   

Esteban: ¡Pardiez, que la novia ha estado

en la misa y en la mesa
hecha de un ángel traslado!
 
 

Envidia: ¿Quién no envidia?¿A quién no pesa

de Isidro el dichoso estado?
 
 

Lorenzo: No he visto tanta hermosura.

 
 

Tadeo: Su divina compostura

su casta vergüenza aumenta.
 
 

Esteban: Una reina representa.

 
 

Lorenzo: ¿No has visto entre nive pura,

tal vez, la purpúrea rosa
que por diciembre salió?
Así está su cara hermosa.
 
 

Envidia: ¿Quién de Isidro no envidió

suerte tan alta y dichosa?
Un hipócrita, un villano,
¿un ángel ha de gozar?
¿Por qué a un ignorante y vano
todos le han de respetar,
desde el mancebo al anciano?
Es porque es hombre fingido
y de entrañas cautelosas.



Esteban: ¡Que este Isidro haya adquirido

con palabras engañosas
tanto honor!... Pierdo el sentido.
 
 

Lorenzo: ¡Que Isidro con su simpleza,

disfrazado en la corteza
un fingido corazón,
llegue a tal veneración
y aspire a tanta grandeza!
 
 

Tadeo: ¡Que con su dueño este necio,

como su risa no entiende,
llegue a tener tanto precio!
 
 

Envidia: Ya mi veneno se enciende,

ya le tratan con desprecio.
Esto por principio sobra,
daré a la boda lugar,
que después pondré por obra
su infamia.
 
 

Esteban: ¿Quién no ha de estar

   
 (Vase la ENVIDIA.)

triste del favor que cobra?
Jüan le estima y no hay hombre,
de cuantos la villa tiene,
que tenga tanto renombre.
 
 

Lorenzo: Al baile la novia viene.

 
 

Tadeo: No hay cosa que más me asombre

que el honor que a Isidro dan.
 
 

Esteban: Manda que bailen, Jüan,

la naranja a nuestra usanza.
 
 

Tadeo: Más de alguna invidia danza;

los novios saliendo van.


(Salen los villanos referidos, y los labradores detrás, JUAN con ISIDRO vestido, y DOÑA INÉS con MARÍA; lleguen a una mesa, y siéntense en sillas, y ellas en almohadas, BARTOLO, y los MÚSICOS tañendo, y pongan una fuente de plata en la mesa.)

   

Juan de Vargas: Bailad a la usanza vuestra;

saquen los mozos las mozas.
 
 

Esteban: ¡Dichoso Isidro, que gozas

un ángel a costa nuestra!
 
 

Bartolo: ¡Pardiez!, por Constanza muero,

no la escuso de sacar,
mas tú puedes comenzar,
Lorenzo, el baile primero.
 
 

Lorenzo: La naranja tengo aquí,

¡pardiez!, con dos reales.
 
 

Bartolo: ¡Dos!

 
 

Lorenzo: Dos puse en ella,¡por Dios!.

 
 

Bartolo: Sal.

 
 

Lorenzo: Toca.

 
 

Bartolo: Comienza.

 
 

Lorenzo: Di.

 

(Tome una naranja puesta en un palo, y dos reales metidos en ella y saque con reverencia a TERESA, y bailen los dos.)

   

Músicos: Molinito que mueles amores,

pues que mis ojos agua te dan,
no coja desdenes quien siembra favores,
que dándome vida, matarme podrán.
 

(Dale la naranja a ella, y baile sola.)

   
Molinico que mueles mis celos,
pues agua te dieron mis ojos cansados,
muele favores, no muelas cuidados,
pues que te hicieron tan bello los cielos.
Si mis esperanzas te han dado las flores,
y agora mis ojos el agua te dan,
no coja desdenes quien siembra favores,
que dándome vida, matarme podrán.
 
 
(Ofrezca la naranja en el plato de la mesa.)

   

Teresa: Esta te ofrezco, y me pesa,

María, de no tener
un mundo que te ofrecer.
 
 

María: Yo lo agradezco, Teresa.

 
 

Bartolo: Toma, Constanza, y ofrece

esta en mi nombre a María.
 
 

Constanza: ¿Sola?

 

Bartolo: Sí.

 
 

Constanza: Pues este día,

cuya hermosura merece
el novio que tiene al lado,
esta te ofrezco; ya estoy
sin ella.
 
 

Bartolo: A bailarte voy

todo un villano cifrado.


(Toquen los MÚSICOS, y BARTOLO, y CONSTANZA bailen este villano.)

   

Músicos: Al villano se lo dan,

la cebolla con el pan.
Para que el tosco villano,
cuando quiera alborear,
salga con su par de bueyes
y su arado, otro que tal.
Le dan pan, le dan cebolla,
y vino también le dan.
Ya camina, ya se acerca,
ya llega, ya empieza a arar.
¡Los surcos lleva derechos,
qué buena la tierra está!
«Por acá», dice al manchado,
y al tostado, «por allá».
Arada tiene la tierra,
el villano va a sembrar;
saca el trigo del alforja,
la falda llevando va.
¡Oh, qué bien arroja el trigo!
¡Dios se lo deje gozar!
Las aves lo están mirando,
que se vaya aguardarán.
Junto a las hazas del trigo
no está bien el palomar;
famosamente ha crecido,
ya se le acerca San Juan.
Segarlo quiere el villano,
la hoz apercibe ya.
¡Qué de manadas derriba!
¡Qué buena prisa se da!
Quien bien ata, bien desata;
¡oh, qué bien atadas van!
Llevándola va a las eras,
¡qué gentil parva tendrá!
Ya se aperciben los trillos,
ya quiere también trillar.
 

(Pónganse juntos, y bailen con los pies haciendo que trillan.)

   
¡Oh, qué contentos caminan!,
pero mucho sol les da.
La mano en la frente ponen,
los pies en el trillo van,
¡oh, qué gran sed les ha dado!,
¿quién duda que beberán?
Ya beben, ya se recrean,


¡brindis!, ¡qué caliente está!

Aventar quieren el trigo,
ya comienzan a aventar.
¡Oh, qué buen aire les hace!,
volando las pajas van,
estremado queda el trigo,
dese limpio y candïal.
A Fernando, que Dios guarde,
se pudiera hacer el pan;
ya lo llevan al molino,
ya el trigo en la tolva está.
Las ruedas andan las piedras,
furiosa está la canal;
ya van haciendo la harina,
que presto la cernerán.
¡Oh, qué bien cierne el villano!,
el horno caliente está;
¡qué bien masa, qué bien hiñe!
Ya pone en la tabla el pan,
ya lo cuece, ya lo saca,
ya lo quiere presentar.
 

(Lleguen todos con una rosca de picos con muchas flores.)

   
Tomad, novio generoso;
hermosa novia, tomad;
que con no menor trabajo
habéis de comer el pan.
 
 

Juan de Vargas: Gran contento me habéis dado.

 
 

Doña Inés de Castilla: ¡Bien lo han hecho!

 
 

Juan de Vargas: Por estremo;

pero vamos porque temo
que se canse el desposado.
A su casa los llevemos
con el mismo regocijo.

Bartolo: Isidro, Dios os dé un hijo

a cuyas bodas bailemos.
 
 

Isidro: Si él viene, ¿qué importa más

una alma para su cielo?
Bien sabe mi honesto celo.
 
 

Ana: María,suspensa vas.

¿No estás contenta?
 
 

María: Sí estoy.

 
 

Constanza: Vergüenza debe de ser.

 
 

Teresa: De buen mozo eres mujer;

mil parabienes te doy.
 
 

Músicos: Que si linda va la madrina,

por mi fee, que la novia es linda.
Si celebran la hermosura
de doña Inés de Castilla,
esposa de Juan de Vargas,
caballero de alta guisa,
por mi fee, que la novia es linda.
Que si linda era la madrina,
por mi fee, que la novia es linda.
 
 (Vanse, y salen DON PEDRO DE LUJÁN, y RODRIGO,
 con un pendón, o bandera morisca.)

Don Pedro de Luján: Cuando salí, Virgen santa

que llaman del Almudena,
de tantos milagros llena,
como de vós Madrid canta,
por la puerta de la Vega
contra el Moro, que sin miedo
pasa por la de Toledo
y a sus altos muros llega,

prometí que si volvía

con la vida y la vitoria
para vuestro honor y gloria,
pues ninguna gloria es mía,
os daría los despojos;
y así os traigo esta bandera,
y mil cautivos quisiera;
que el rayo de vuestros ojos
las almas les abrasara,
para que siendo tan vuestros,
hoy de los despojos nuestros
todo el cielo se alegrara.
Dame la bandera, amigo,
y aquesa cortina corre.
 

(Descubran una imagen en un altar.)

   
¡Oh, palma, divina torre!
¡Oh, estrella que adoro y sigo!
¡Oh, Virgen del Almudena,
de Madrid gloria y amparo,
antigua coluna y faro
que al alma alumbra en su pena!
Esta bandera del Moro,
aunque es alarbe ornamento,
con humildad os presento,
Reina del virgíneo coro.
Pues desta parte guardáis
de Madrid, Señora, el muro,
que bien estará seguro,
pues vós en su amparo estáis.
Guardad un hijo tan vuestro,
que de sus antecesores
ha heredado los amores
con que agora el alma os muestro.
¡Fíjala, Rodrigo, allí!
 
 

Rodrigo: ¡Aquí estará bien, señor!

 
 

Don Pedro de Luján: Señora, hacedme favor,

tened memoria de mí.
Deja la bandera y vamos.


Rodrigo: ¿Ya tu promesa has cumplido?

 
 

Don Pedro de Luján: Lo que también es debido,

justamente lo pagamos.
 
(Sale ISIDRO.)

¿Quién es este labrador
tan humilde y mesurado?
 
 

Rodrigo: Sospecho que es un crïado

de Juan de Vargas, señor.
 
 

Don Pedro de Luján: Crïado debe de ser

de su labranza y hacienda.
 
 

Rodrigo: Y que puede en encomienda

todo esta villa tener.
¿Nunca has oído decir
a Isidro?
 
 

Don Pedro de Luján: ¿Es este buen hombre?

 
 

Rodrigo: De bueno le dan el nombre,

pudiérale Juan servir.
Que siembra, a lo que imagino,
gran cosecha para el cielo.
 
 

Don Pedro de Luján: Si virtud siembra en el suelo,

cogerá fruto divino.
Ven, y dejémosle orar.
 
 

Rodrigo: Gran fama de santo tiene



Don Pedro de Luján: ¿Va al campo?

 
 

Rodrigo: Primero viene

a oír misa y rezar.
 
(Vanse.)

Isidro: Nube de tanto arrebol,

que el sol de justicia dora,
Dios te salve, hermosa aurora,
que trujiste al mundo el sol,
Dios te salve, María.
Tú sola, que fuiste digna
de oírle al ángel suave,
eres desta Salve el Ave,
pues tú sola, Ester divina,
llena eres de gracia.
Y mira, hermosa doncella,
remedio en nuestra desgracia,
si estás bien llena de gracia,
pues por confirmarte en ella
el Señor es contigo.
Y de estar contigo, es tanta,
que del mundo entre otros dones,
todas las varias naciones
te han de llamar Virgen santa,
bendita entre las mujeres.
Diste un fruto, hermosa Flora,
vara de Jesé excelente,
que del Ocaso al Oriente,
serás bendita, Señora,
y bendito el fruto.
Fue fruto en sazón hermoso,
que después se nos dio en pan,
pero ¿qué más te dirán
que ser el fruto sabroso
de tu vientre Jesús?
Pariste a tu mismo padre,
y el parto de forma es,
que antes, en él y después,
quedaste Virgen y madre,
Santa María.
Cuando miro que prefieres


cuanto el sol alumbra y dora,

y cuanto no es Dios, Señora,
solamente digo que eres
Madre de Dios.
Toda alabanza consiste,
ni hay otra que más te cuadre,
en que de Dios eres Madre;
pues por nosotros lo fuiste,
ruega por nosotros.
Con lágrimas desde aquí,
que es valle dellas el mundo,
te llamo en lo más profundo,
ruega Señora por mí
y por todos, amén.
 
 
(Levántase con una invención en alto,
y entra un SACRISTÁN con una vela.)

   

Sacristán: Buenos andamos, a fee;

no hay un tierro en un año,
parece que a reino estraño
la muerte a vivir se fue.
Y ya que por sustitutos
a los médicos dejaba,
¿adónde escondió el aljaba
para cobrar los tributos?
Ya que peste o otros tales,
o vienen a coyunturas,
todos aciertan las curas,
todos entienden los males.
Después que soy sacristán
solamente les da tos,
bien medraremos por Dios
con cuatro ochavos y un pan.
Quiero encender, ¿qué es aquesto,
que ya para buena estrena,
¡oh, Virgen del Almudena!
en vuestra capilla han puesto?
Por el caballo del Cid,
que es bandera que han traído,
del Moro antiyer vencido,
los hidalgos de Madrid.
Aunque valiera un tesoro,



¿cómo en capilla cristiana

de una imagen soberana
ha de estar prenda de un moro?
¡Por mi sotana y bonete
que hay para cuatro jubones,
y aun si quiero hacer calzones,
que es cuatro, y aun para siete!
Quiero ver si alguien me vee;
no hay en la iglesia un cristiano,
pues de los muertos es llano
que no han de decir quién fue.
Señores muertos, ¡chitón!,
llegar quiero con más brío.
 
 

Isidro: ¿Habrá misa, hermano mío?

 
 

Sacristán: Válame Dios, confisión.

 
 

Isidro: ¿De qué se espanta?

 
 

Sacristán: ¿Quién es?

 
 

Isidro: Yo soy, ¿habrá misa, hermano?

 
 

Sacristán: (Aparte.)

 
Que siempre esté este villano...
 
 

Isidro: ¿Qué dice?

 
 

Sacristán: Habrala después.

 (Aparte.)
 
Este, que royendo santos
antes que amanece el día,
no deja en Santa María
pilares, losas, y cantos
detrás de donde no esté,
me hubo de ver escondido.x
 
 

Isidro: ¿Luego el cura no ha venido?



Sacristán: El cura vino y se fue,

pero un clérigo está ahí;
no sé si misa dirá.
 
 

Isidro: ¿Que en la sacristía está?

 
 

Sacristán: Yo no le digo que sí.

 
 

Isidro: Digo, hermano, ¿sabe acaso

quién puso aqueste pendón
aquí en aquesta ocasión?
 
 

Sacristán: (Aparte.)

 
Terrible vergüenza paso.
 
 

Isidro: Porque si este se ganó

en nombre desta Señora,
justo fue ponerle agora.
 
 

Sacristán: (Aparte.)

 
Quedito, todo lo vio.
¡Toma si es simple el villano!
 
    

Isidro: Que estas prendas, aunque son

de aquel bárbaro escuadrón,
cuando las gana el cristiano
parecen bien en el templo,
que el cuchillo de David
colgó después de la lid
en el de Dios para ejemplo.
Mire, que los Macabeos,
librando a Jerusalén,
colgaron en él también
sus escudos por trofeos.
 
 

Sacristán: Si quería predicar,

anoche avisar pudiera
porque paño le pusiera.


Isidro: Hermano, él me ha de enseñar

que una hormiga de la casa
de Dios tiene gran valor,
yo soy pobre labrador.
 
 

Sacristán: ¿Cómo?, ¿no vee que se pasa

la hora de trabajar?,
¿dale de comer su amo?
¿Para qué, sino le llamo,
hoy me viene a predicar?
Pues véngame otra mañana,
verá si le abro la puerta.
 
 

Isidro: La de Dios siempre está abierta.

 
 

Sacristán: ¡Qué de retórica vana!

¿Por qué no se va a su arado?
 
 

Isidro: No hago yo falta allá,

porque yo sé bien que está
de mejor mano ocupado.
 
 

Sacristán: La misa sale.

 
 

Isidro: Allá voy.

 
 

Sacristán: Al altar mayor camine.

 
 

Isidro: Dios sus pasos encamine.

 
 
 (Vase ISIDRO.)

Sacristán: En fin, sin jubón estoy.

Milagro ha sido, y ejemplo
con que Dios quiso mostrar
que ninguno ha de tomar
aun la tierra de su templo.
Cuenta la Historia Sagrada
que porque tomaba el oro
del templo, azotó a Heliodoro
un ángel con mano airada.
Dél o de los sacerdotes
no escapo. ¡Ay triste, pequé!
Esta noche apostaré
que me dan dos mil azotes.