Recordación Florida/Parte I Libro VI Capítulo V

Nota: En esta transcripción se ha respetado la ortografía original.


CAPITULO V

De las imágenes milagrosas y devotas que hay en el templo de Santo Domingo, y otras imágenes de otras iglesias, y cosas particulares de algunos templos; y los relojes públicos de esta ciudad de Goathemala.


El convento de Santo Domingo de esta ciudad de Goathemala en su admirable y magnífico templo, en una elegante y maravillosa cuanto capaz y pública capilla, tiene la milagrosa y soberana imagen de Nuestra Señora del Rosario, de plata, sumamente devota y sumamente bella, que, á la similitud de la de las Mercedes, muda su rozagante y encendido color en gualda palidez en ocasión de conflicto y necesidad popular. La bella, airosa y admirable estatura de su perfecta planta será de dos cumplidas varas, fuera de la corona, y la de su divino, soberano, gracioso niño, dormido sol, en brazos de la aurora Virgen Madre, de la que informa y constituye á un niño de la edad de un mes, con movimiento tan natural, tan vivo y halagüeño que enamora el infantico Rey las almas más ingratas y más dormidas; pues en sus divinas imágenes se gozan un sol más resplandeciente en un cielo más brillante: tales parecen, á nuestra comparación grosera, las dos soberanas deidades del Hijo Dios y de la madre reina Virgen María. El molde en que se vació esta talla peregrina y imagen de la Virgen Nuestra Señora, está con mucha veneración en un altar muy decente, en un tránsito ó pasadizo que entra á el noviciado, y la llaman la imagen de Domina, porque allí todos los días del año se junta toda la comunidad, desde el Provincial abajo, á decir el oficio del nombre de María; y es muy digno de reparar en que, siendo aquel, verdaderamente, el molde en que se hizo la fundición, no hay semejanza poca ni mucha en ellas, y siendo así que esta imagen de Domina es bellísima, lo es la Virgen de plata mucho más con superiores grados.

A esta sagrada imagen de María Santísima juró y votó mi Cabildo de Goathemala por su abogada, el año de 1651, por los temblores de tierra que, empezando el día sábado 18 de Febrero del mismo año referido, á las dos horas de la tarde, terminaron el día 4 del siguiente mes de Marzo; que fueron quince funestos, fatales y memorables días, en que no hubo intermisión que pasara de una hora ó de media, en que, á repetidos vaivenes y á frecuentes movimientos, no experimentara, como si fuera instable la tierra, inconstantes y violentísimos movimientos: á cuyos instantáneos impulsos, no sólo los edificios más robustos sentían estragos en desplomadas y maquinosas ruinas, sino también los hombres, atónitos y confusos, no hacían fijeza permanente en sus pasos, sin caer una vez y muchas á el balance continuado y violento de tierra, que fué tan oprimida y fatigada de los combates de aquellos terremotos, que en varias partes quedó desunida y abierta en grietas y bocas pavorosamente profundas. Aquella noche primera, del sábado 18, salieron todas las imágenes devotas y milagrosas á los atrios capaces de los templos; para donde, atropados en confusas congregaciones, discurrían sin determinación fija los hombres y mujeres, y en los compases de las iglesias, en desorden atropellado, concurrían á los pies de los sacerdotes á ejercitar contritos el sacramento de la penitencia: y en el atrio de San Francisco, siendo yo de ocho años de edad á la sazón, me acuerdo haber visto muchas personas, aunque por la confusión de las tinieblas no conocidas, confesar sus culpas á voces. Este temeroso y primero día se veían por las calles las personas primeras y más ilustres, así de uno como de otro sexo, en cuerpo y en el traje que les cogió el espantoso movimiento y ruido del primer terremoto; durmieron y habitaron todas las familias, por toda la estación de aquellos funestos y temerosos días, en los campos y patios, donde se fabricaron chozas, que acá llaman jacales, como también se hicieron bien capaces en las placetas de los templos, con las imágenes más devotas, para celebrar el sacrosanto sacrificio de la misa y poder seguir el coro sin sobresalto. En la plaza Mayor, y mayor anfiteatro de lucidos, costosos regocijos, y por entonces teatro admirable de espantosas mortificaciones y ásperas, severas penitencias, se fabricó otro jacal de suficiente capacidad, y allí era catedral, por la asistencia de su docto, ejemplar y noble Cabildo, á donde se trajo en devota procesión la imagen del invicto mártir y campeón San Sebastián: efigie verdaderamente devota y de estupenda planta y airoso movimiento, jurado por abogado de esta ciudad por los temblores del año de 1565.[1] A lo compungido y temeroso de los corazones, añadían ternura y devoción el compasivo y devoto clamor de las rogativas, que resonaban de las maltratadas y rotas torres y campanarios, que sintieron, con lástima, lamentables sobradas ruinas; y en especial recibió el convento de San Francisco gravísimo daño en muchas bóvedas y cañones de sus claustros y escaleras: el templo de Santa Caterina mártir, que, desde la tribuna y reja de las monjas hasta el arco toral de su capilla mayor, quedó roto, abierto y desunido el cañón por una cuarta de brecha por donde trasminaban los rayos del sol: el templo de San Juan de Dios, que siendo nuevo su edificio, fué necesario demolerle hasta los fundamentos de sus zanjas: la parroquial de Nuestra Señora de los Remedios, que recibió total ruina en su capilla mayor: el templo de Redentores, que experimentó más declarado estrago y más duro y vehemente el conflicto en su templo, noviciado y claustro antiguos, no recibiendo poco daño los nuevos; y los demás conventos, templos, ermitas, beaterios y hospitales, no dejaron de recibir perjuicio, bien qoe no tan sensible, aunque en el costo de su reedificación y reparo no fué ligero ni de poca consideración el gasto. Esto, aparte del que se hizo en muchas casas de vecinos, que total y absolutamente desencajadas, y desunidas de sus cadenas y zanjas, dieron con su robustez irreparablemente en tierra; quedando en desunidos fragmentos, de lastimosas ruinas, lo que con ostentación y belleza apostaba duraciones á el tiempo.

Sin este trabajo y conflicto ha padecido otros muchos deste género esta ciudad, por ser plaga general deste Reino y de todas las Indias los temblores de tierra; como fuera de estos del año de 1651, fueron mucho mayores los del año 1565, que tuvieron la duración de cuarenta días;[2] en cuyo espacio y término de tiempo, dice la tradición que no se vió el sol: porque mientras duró el curso destos días, temblando siempre, y por los tres días primeros estovo, juntamente, cayendo sobre esta ciudad gran copia de arenas, las que arrojaba el volcán de Pacaya, de donde, entonces, provino aquel trabajo; pues es constante que fueron pocas las casas que quedaron en pie: unas, que al vaivén y movimiento de la tierra se venían abajo, y otras que con el peso de las arenas se hundían; siendo necesario descargar de semejante peso y carga las que quedaron en pie, y introducir los ríos por las calles de la ciudad para que lavasen y llevasen aquella máquina que las tenía atolladas. Pero porque muchos, olvidadizos de los trabajos y propios castigos, quieren dar á entender que no ha habido tan grave y recio terremoto como el del día 12 de Febrero de 1689, se recuerda el que acabamos de referir del año de 1565, y el que, no menos grave y recio que todos, aunque solo y sin repetirse, experimentamos el día de los gloriosos apóstoles San Felipe y Santiago del año de 1663, que sobrevino al punto y hora de las doce del día; haciendo no sólo el daño y perjuicio en todos los edificios más suntuosos y autorizados y en los pobres y humildes, sino en la pérdida de muchas alhajas ricas, unas rotas y otras quebradas en fragmentos y astillas, de careyes, márfiles y maderas preciosas y estimables; pues para que se conozca la violencia y duración deste estremecimiento de tierra, y cuán irregular y extraño fué en esta ocasión su movimiento, será suficiente y bastante explicación decir, como toda el agua que había represada en las fuentes, pilas y estancos de la ciudad, se vertió fuera dellas. En otra ocasión se explicará lo que muchos sienten, y lo que yo discurro, acerca destos temblores.

Pero porque vamos hablando de lo perteneciente y tocante á lo que incumbe al convento de Santo Domingo, de su templo, no parecerá extraño deste lugar, en que se habla de las santas imágenes, decir que el templo, en que están colocadas y se les da veneración y culto debido, es de los más elegantes, magníficos y de gran costo, por su materia y arte, de los que tienen las Indias, y que en su retablo mayor y los excelentes de sus capillas, de mucha y docta arquitectura, atesora grande suma de costo principal en ellos; pues el retablo principal hizo á la religión el costo de treinta mil pesos, que en México fuera doble y en Lima mucho más superior el gasto, por la carestía de materiales de aquellas tierras. Y entre las cosas preciosas, ricas y de grande y precioso arte que tiene el adorno deste templo, es el monumento que sirve los Jueves Santos, cuya materia es plata, que con las luces y el desahogo y hermosura del templo es alhaja de grandísimo lucimiento, y tan exquisita y rara, que no sólo no hay otro de esta calidad en Goathemala, pero no tengo noticia de que haya otro como él, sino es la lámpara costosa y rica de la Virgen Santísima de Copacavana. Pero aunque en los otros templos no hay alhaja de tanto precio y hermosura como esta, sin embargo, tienen mucha riqueza en adornos ricos de plata, custodias y coronas ricas de oro y piedras preciosas; siendo muy raro el templo que está sin frontal ó frontales de plata. Otras imágenes milagrosas de la purísima Virgen María Nuestra Señora y bultos milagrosos, representación de otros santos que se veneran y visitan por sus maravillas con gran frecuencia, tiene Goathemala, casi fuera las unas y apartadas otras del término de sus muros; como la de Nuestra Señora de los Remedios, de tan antiguo y venerable culto, cuanto es distante y antigua la fundación de Goathemala. Su estatura es pequeña, que aun no llega al tamaño cumplido de vara: vino sin duda de España, en aquel tiempo y según la tradición fué traída por la devoción de uno de aquellos caballeros conquistadores. La imagen de Nuestra Señora del Rosario de Santa Cruz (barrio y poblazón de indios) resplandece venerada por la copia de sus milagros. Y la imagen del joven esforzado y adalid invicto y nobilísimo San Sebastián, abogado de la ciudad por los temblores, como llevamos dicho, es antiquísima imagen en esta ciudad, tanto que no se sabe quién la trajo; y sólo se descubre, en la tradición antigua, que fué hallada cuando se pasó la ciudad de Atmolonga á este sitio por aquellos primeros conquistadores fundadores de una ciudad y otra, entre las breñas y espesura del cerro de San Felipe, donde se le dedicó una ermita, y después se mudó á la llanura desta ciudad, al sitio en que hoy está su parroquia, por el año de 158o, como parece del Cabildo de 29 del mes de Enero del año referido;[3] concurriendo á este congreso D. Fr. Gomes Fernández de Córdoba, obispo desta ciudad, quien prestó para ello su consentimiento, siendo presidente de esta Audiencia real el licenciado García de Valverde, de quienes está firmado el Cabildo de aquel día. Es imagen milagrosa; sale poquísimas veces de su parroquia. La imagen de San Lázaro es honrada y venerada de muchos fieles con novenas y ofrendas por lo notorio de sus maravillas: yace colocada con decente culto en el hospital de su nombre, apartado como tres cuartos de legua desta ciudad, por la previa disposición de que el contagio de sus pobres no cunda y infiinficione á lo demás de la vecindad: es verdaderamente imagen admirable y de excelente planta.

Y de las que hay dentro de la ciudad, la efigie y bulto de San José y el de Santa Catarina mártir, del convento de religiosas de la advocación de esta sapientísima ilustre santa mártir, son imágenes singulares, maravillosas y de grande aprecio, así por devotas y milagrosas, como por ser obras originales del insigne estatuario Juan Martínez Montañés: siendo estas, como propuse antes, las santas imágenes que más sobresalen en los milagros y maravillas que cada día experimentamos en lo general, y particular en muchas necesidades y ocasiones, que son socorridas con notorios favores.

Tiene esta ciudad, para el público y cotidiano gobierno y repartimiento de las horas canónicas, según el orden y movimiento solar, cuatro relojes públicos, con crecidas y sonoras campanas, que se perciben á mucha distancia fuera de esta ciudad; colocados en las torres de las iglesias de Santo Domingo, San Francisco, la Merced y la de las Campanas de la Santa Iglesia Catedral; y éste tiene la antigüedad de ciento treinta y seis años hasta este de 1689; porque se fabricó por orden de S. M.[4] á pedimento de Fr. Domingo de Ascona, religioso dominico, por el año de 1553, según la fecha del real rescripto, dado en Madrid á 9 de Junio del dicho año, mandando que su costo se sacase de la junta del derecho de penas de Cámara. Y daba por razón este venerable varón en su informe, el que esta ciudad era de numeroso pueblo y tenía catedral, y que convenía así para su buen régimen y gobierno; siendo muy de la estimación de mi reparo y atención el que, por aquellos tiempos dichosos y floridos, todos atendían con fervor y buen celo al ennoblecimiento, aumento y conservación de esta república; celando, no sólo los republicanos vecinos lo que le faltaba para su lustre, sino que también los religiosos, piadosos y llenos de santo celo, cuidaban de su mayor decoro y aumento: y hoy parece que todos á una la van conduciendo, y llevando á empellones, al precipicio y ruina total, de aquello que ha prevalecido por el establecimiento, fatiga y celo justo de nuestros mayores. Ello á los patrimoniales nos duele, no con menos sensible lástima que á los caballeros de España, que nos acompañan en el lamento; pero hay en nosotros menos culpa en dejarla ir, como dicen, precipitada por el río abajo, porque podemos mucho menos con lo descaecido de los caudales; y los más están tan apagados y pobres, que ni con qué parecer en lo público alcanzan, y ya no hay fray Domingos de Ascona que nos ayuden. Paciencia, que esto ha sido hasta hoy Goathemala y amenaza á las cenizas de Troya.

No es, en lo material, alhaja de tan poco precio, la fuente del claustro de Santo Domingo, que por el costo de unos renglones más haya de omitir su memoria; pues de su arquitectura y traza elegante no hay otra, entre muchas maravillosas y pulidas, que le iguale. Es dilatado el espacio y hueco del terreno que ocupa la gallarda, bizarra planta de su admirable traza, que se distribuye por el orden peregrina de la figura octógona, derramándose del ochavo de la principal fuente en mucha numerosidad de iguales piletas y espacios triangulares, vestidos del aseado y costoso adorno de finos azulejos de Génova, con macetones de la misma materia y gallardas bovedillas, del mismo adorno, que vuelan y se levantan sobre cuatro columnas cada una, dejando cuatro claros por sus frentes, con ámbito muy capaz en todos sus interiores, que sirven á diversidad hermosa de aves acuátiles; como son, patos, pejijes, gallaretas y otras que hacen mayor primoroso adorno y más ameno y natural el sitio de aquellas aguas y florestas. Por lo interior de su profundidad se goza toda hueca y libre, por volar todo el maravilloso excelente cuerpo de su traza egnomónica sobre robustos, elevados y firmes arcos de pulida y acertada cantería; dejando por ámbito espacioso, que ocasionan los arcos y piletas, tendidas y dilatadas escaleras, con capaces y desenfadados descansos, que hacen paso seguro y firme hasta lo último de su profundidad y pavimento; que á estar libre (como en ocasiones lo está para que puedan verla) del húmedo elemento que la ocupa, pudiera dar bastante, como decente y acomodada habitación, á muchos hombres. Vierte de su taza, que recibe grande copia de agua de un globo y cruz que tiene por remate de la pilastra de enmedio, muchos caños á las pilas y piletas de afuera, que vuelan y se dilatan por larga distancia, sostenidos de tarjetas de hierro tornedas que, estribando en el zócalo de los pretiles de la fuente principal, hacen pie por el otro término en el cimiento que hace división de unas piletas á otras.

  1. Libro III de Cabildo, fol. 77.
  2. Torquemada, lib. XIV, cap.xxxv.
  3. Libro III de Cabildo, folio 77.
  4. Libro I de Cabildo, en la sección de Gobierno.