Recordación Florida/Parte I Libro IV Capítulo II

Nota: En esta transcripción se ha respetado la ortografía original.


CAPÍTULO II.


En que prosiguen los hechos y verdaderas hazañas del
Adelantado D. Pedro de Alvarado.


Quedando lo más de la tierra de la comarca y imperio mexicano debajo de la obediencia de Su Majestad, ordenó D. Fernando Cortés á D. Pedro de Alvarado que pasase á conquistar este dilatado Reino de Goathemala; y, como queda dicho, con la misma orden pasó á pacificar los péñoles de Huelamo en Teguantepeque y de allí á Soconuzco, primera tierra de este Reino; marchando después sin contradicción hasta Suchitepequez, para encontrarse en lo de Quetsaltenango (como lo dejo prevenido en lo antecedente), en Utatlán y Olintepeque áspera y indómita resistencia, y pasando después de domada la cerviz de aquellos Quicheles, llamado y rogado del rey Sinacam, á este país y situación de Goathemala. Y habiéndome detenido algo en referir lo de Mexico, por no haber de volver á tocarlo, pasaré por lo ejercitado en este Reino sumariamente, y por apuntamiento, por haberlo de referir después, más difuso, en las partes donde estos loables hechos se ejercitaron.

Hallóse este valeroso capitán, luego que llegó á Goathemala, en la guerra y toma de Escuintepeque, que es la tierra de los Pipiles, de duro y áspero natural, y después de conquistado este país, que es á la costa del Sur, resurtió y encaminó la marcha de su ejército contra los de Atitlán, que son los Sotojiles: cuya perseverante resistencia costó muchas horas, y días de combate á nuestros españoles, no siendo esta, como se verá á su tiempo y en su lugar, en la Segunda parte, la menos difícil y peligrosa conquista que consiguió nuestro ejército ayudado del poderoso brazo de Dios.

Pero en medio de que la tierra no estaba segura, y mucha parte de ella por conquistar, preciándose D. Pedro tanto de buen soldado como de correspondido y buen político, le ofreció el tiempo nueva y importante ocasión en que emplearse; porque teniendo noticia de que D. Fernando Cortés se hallaba en la provincia de Honduras, donde á la ocasión estaban por capitanes de las conquistas de aquella provincia y de la de Higueras Luis Marín y Bernal Díaz del Castillo,[1] partió D. Pedro de Goathemala, acompañado de muchos caballeros y de buenos soldados, en busca de su grande y fiel amigo; y caminando á largas jornadas, no sin peligro de indios, llegó al pueblo de Malalacá, de la provincia de la Choluteca, donde encontró con Luis Marín y con Bernal Díaz del Castillo y su gente, y con la relación que le hicieron de haber pasado á México D. Fernando Cortés, embarcándose por la parte del Norte. Tuvo D. Pedro gusto por el malo y trabajoso camino de que Cortés se excusaba, y en esta ocasión comenzaron los disturbios y sinsabores de Pedro Arias de Avila; porque estando el Adelantado don Pedro en la Chuluteca, aportaron á aquel país dos capitanes de los de Pedro Arias, cuyos apellidos eran en el uno el de Garabito, y en el otro Campaño, que decían venir á descubrir nuevas tierras y partir términos con el Adelantado de Goathemala; y para esto envió D. Pedro un confidente suyo, que era Gaspar Arias, que después fué Alcalde ordinario de Goathemala, á que se viese sobre esta materia con Pedro Arias de Avila. Y dejando en este estado las cosas de PePedro Arias de Avila, tomó D. Pedro de Alvarado la vuelta de Goathemala, en cuya jornada, al acercarse á la provincia de Cuscatlán, llevando su marcha todavía en la provincia de San Miguel, se encontraron un gran impedimento en el río de Lempa, que viniendo muy lleno por ocasión de las lluvias y con arrebatado curso, sin poderle vadear, hubo de pausar el progreso de la jornada, por haber necesidad de hacer una canoa para pasar á la contrapuesta ribera. Venía D. Pedro más aumentado de gente; con que traía consigo á Luis Marín y á Bernal Díaz del Castillo con los soldados de su cargo, y á esta causa se hacía más penosa aquella detención, respecto del grande gasto de vituallas que se acrecía; pero perfeccionada la canoa, fué necesario gastar cinco días en pasar el río, y propasado el ímpetu de su curso, llegaron al pueblo de Chaparrastrique, que aun todavía es en el provincia de San Miguel; y habiendo los indios de este pueblo obrado mal con ciertos soldados, por lo acelrado de la jornada, se quedó sin remedio el haber muerto á Nicueza y herido á otros tres de aquel ejército, poniéndose en arma sin ocasión alguna.

Pero introducida la marcha por el país de Cuscatlán, que es la provincia de San Salvador, la hallaron en defensa, procurando impedir el paso al ejército español; y aunque por entonces se mantuvo con ellos la guerra, no fué tan perseverante que en su duración acaeciese cosa notable, ni menos fué muy propósito, respecto á la celeridad con que D. Pedro de Alvarado disponía el curso de sus marchas, deseoso de verse con D. Fernando Cortés y de pasar á Mexico á este efecto. Mas como quiera que no todo lo que pensamos sucede como queremos, todavía en el camino se encontraron nuevos impedimentos, que detenían y hacían pausar la ligereza de este tránsito de D. Pedro; pues habiendo llegado á unos pueblos cercanos á Petapa, que sin duda son los del contorno de Salpatagua, como más difusamente diremos en otra ocasión, hallaron que tenían los indios goathemaltecos las sierras cortadas, y que en las barrancas de aquel contorno esperaban algunos escuadrones, con quienes mantuvieron la guerra tres días; quedando herido en esta ocasión mi progenitor Castillo, de un golpe de saeta: pasando de allí al pueblo de Petapa y á otro día á este valle de Panchoi, á donde yace hoy esta ciudad de Goathemala, que entonces le llamaban el Valle del Tuerto. Mas en él se encontraron con no menos fificultad, por estar los indios á punto de batalla, y prevenidos, con muchos fosos y buenas albarradas; sobre que, al pasarlas y ganarles las trincheras, fué inexcusable el aventurar el ejército en esta nueva batalla, que, habiéndose mantenido algún tiempo, quedó la victoria por nuestra; sucediendo lo mismo en otra emboscada que les tenían prevenida entre este sitio y el de la entrada de Goathemala. Pero, en fin, desbaratada aquella celada, pasaron á alojar á la ciudad, á las mismas casas que habían sido del rey Sinacam y hospedería de Sequechul, á quien, s in duda por su rebeldía, había traído preso D. Pedro de Alvarado á Goathemala, como después diré en la parte á que más bien perteneciere este punto.

Perseveró D. Pedro de Alvarado con su ejército, en estos alojamientos de Goathemala diez días, haciendo llamadas de paz á los goathemaltecos; mas considerada su rebeldía, habiendo antes, para la administración de la real justicia y pacificación de la tierra, nombrado por alcaldes ordinarios de la ciudad á Diego Bezerra y á Baltasar de Mendoza, y por regidores á Hernán Carrillo, á Pizarro, á D. Pedro Portocarrero y á Diego de Alvarado[2] salió para Mexico el día 27 de Agosto del año 1526, á irse á incorporar con otro trozo de infantería que estaba ocupado contra los rebeldes de Olintepeque, que también se habían levantado, y estaba en este sitio por capitán y cabo Gonzalo de Alvarado, hermano de D. Pedro. Y tomando el camino de abajo, que es el de Soconuzco, llegando sin estorbo á Teguantepeque, pasaron á toda diligencia á Oaxaca, donde se tuvo la noticia de la muerte del licenciado Ponce, y de otras cosas que pasaban en Mexico, á donde llegaron con brevedad, y fuefueron my bien recibidos de Cortés y de los demás de la primera nobleza de Mexico; siendo muy bien visto D. Pedro de Alvarado y sus compañeros, de Marcos de Aguilar, gobernador que entonces era de aquel Reino, á quien para ello dió su poder en la muerte el licenciado Luis Ponce.

Halló D. Pedro de Alvarado, en esta ocasión, bien revueltas las cosas de Cortés con el factor Salazar y el veedor Chirinos, que habían tenido principio, desde que emprendió Cortés la jornada para Honduras, en el poder que dejó al tesorero Alonso de Estrada y al contador Albornoz para que gobernasen, y de reserva otro el factor y veedor para que, en caso de que Alonso de Estrada y Albornoz no gobernasen bien, ellos rigiesen y gobernasen el Reino durante su ausencia: de donde se produjeron bandos de una y quedándose con el gobierno, pusieron presos al contador, y al tesorero. Pero no dejará de culpar ningún político á la grande astucia, prudencia y sagacidad de Cortés, en haber dejado los instrumentos de la guerra intestina en manos de sus mayores émulos; dejándose pervertir y engañar de las demás traiciones materiales del factor, para dar firmados de su mano dos instrumentos de merced y favor, sobre una misma cosa, á dos parcialidades diversas. Pero el juicio limitado de los hombres no siempre, ni cumplidamente, acierta á perfeccionar sus acciones. En este tiempo, dispuso don Pedro de Alvarado su viaje á España, cuyos sucesos y buenos efectos quedan ya declarados, y dejó por su teniente de la gobernación de Goathemala á Jorge de Alvarado, que estaba acabado de casar con una hija de Alonso de Estrada, tesorero de la Real contaduría de Mexico: ofreciéndose de nuevo declarar en este presente capítulo, que en el viaje desde 27 de Agosto del año de 1527, que fué en el que salió de esta noble ciudad de Goathemala, hasta 11 de Abril de el de 1530, gastó el tiempo de dos años y ocho meses,[3] y que, de el tenor de la cédula mandada despachar por el ininvictísimo señor Emperador D. Cárlos en la ciudad de Burgos, á los 18 días del mes de Diciembre del año de 1527, parece devengó el sueldo desde el día de su embarco 562.500 maravedís al año, que hacen 2.608 peso 4 marcos; y que considerado que de el tiempo de su partida á España á la data del título sólo se cuentan cuatro meses de tiempo, es prueba evidente de la gran aceptación y crédito que este caballero tenía en el concepto del señor Emperador y su Real Consejo.

Pero habiendo vuelto á Mexico el Adelantado D. Pedro de Alvarado por Octubre de 1528,[4] casado con Doña
Francisca de la Cueva, hija del Almirante de Santo Domingo y sobrina del Duque de Alburquerque, que, con gran sentimiento de D. Pedro y de la ilustre familia que consigo traía, murió en el puerto de la Veracruz, tocada de la gran destemplanza de aquella tierra, asistida del espíritu y letras de D. Francisco Marroquín, que venía por capellán y consejero de D. Pedro; y habiendo ejecutado con mucha pompa el funeral de su difunta esposa, y pasado después á la ciudad de Mexico, halló todas las cosas en grande alteración contra D. Fernando Cortés, que estaba en la ocasión en España: porque habiendo venido á Mexico la primera Audiencia, esta fué muy contraria á sus cosas, y aun, por la amistad y correspondencia que había entre D. Pedro de Alvarado y D. Fernando Cortés, envió esta Audiencia de Mexico á tomarle residencia á Jorge de Alvarado, hermano de D. Pedro, que estaba por su teniente en esta ciudad de Goathemala, á un viejo Francisco de Orduña, natural de Tordesillas, cuyas propiedades y desafueros caducos escribiré adelante, según la noticia que de sus malas operaciones, pensamienttos inquietos y espíritu cobarde me dan los libros del archivo de mi Cabildo; y los funestos efectos de esta residencia duraron, hasta que D. Pedro de Alvarado llegó á Goathemala, y este mal servidor del Rey se fué huyendo para Mexico. Pero extendiéndose la depravada intención de aqueaquella Audiencia contra los amigos de Corté ¿cuánto más se producían las asechanzas contra su propia persona? Y así vemos introducido al fiscal, insistido del factor Salazar, á sindicar á Cortés; coadyuvando con los escritos y demandas del factor, con términos y voces muy indecentes, sobre la usurpación que suponían de los Reales quintos, y de que, en el despojo que hubo de la recámara de Guatemuz, no había dado parte á los demás conquistadores; demandándole la rota de Pánfilo de Narváez y muerte de sus compañeros, y la quema de la haciende de Narváez: por la cual prendieron á los conquistadores que se hallaban en Mexico, sacándoles buena cantidad de oro de condenaciones; haciendo, á este tiempo, el presidente Nuño de Guzmán á Juan Suárez, cuñado de Cortés, que le demandase la muerte de doña Catalina Suárez, su hermana, dando á entender que había sido violenta y maliciosa; y mandando de nuevo poner en las cárceles á los conquistadores por haber firmado un escrito, con licencia del Alcalde ordinario, para juntarse, en que decían no querer parte en el oro de la recámara de Guatemuz, ni que por su parte fuese compelido, ni capitulado Cortés: en que verdaderamente se conoce la gran fidelidad de aquellos loables varones. Estos disturbios y revoluciones halló don Pedro en la ciudad de Mexico, contra los créditos y loable fama de su amigo D. Fernando Cortés: dispuso escribir á Su Majestad, con los demás conquistadores, la verdad de todo lo que pasaba; y ayudando en todo, con su gran autoridad, á la justicia y razón de este excelente capitán, contra quien se habían levantando los propios que él había ayudado, y que sin méritos de conquista, porque vinieron de España después de dominado todo, les había repartido los muchos y grandes pueblos de indios: que tan antiguo, como esto, es quitarle el premio á quien le toca.

  1. Bernal Díaz, cap. CCX, fol. 235 del original borrador.
  2. Libro I de Cabildo, fol. 13.
  3. Libro I de cabildo, fols. 14 y 75.
  4. Bernal Díaz, cap. CXCIII, fol. 143 del original borrador.