Presentimientos
de Pedro Antonio de Alarcón


«Esse, fuisse, fore»


             
 Reina la paz... el olvido
 sus negras alas extiende;
 la soledad aquí mora;
 la humanidad aquí duerme.
 Lentas horas de silencio
 a otras horas se suceden...
 la noche eterna aquí nace;
 la luz del mundo aquí muere.
 Las tinieblas de la nada
 de este lugar se desprenden,
 y la faz del almo cielo
 con su luto se entristece.
 El fulgor agonizante
 del sol que baja al poniente
 besa en trémulos soslayos
 la quietud de aqueste albergue
 y huye de aquí amedrentado;
 pues su resplandor perenne
 resbala, amarillo y turbio,
 por los campos de la muerte...
 Un impulso irresistible
 mis errantes pasos mueve
 y me guía a esta mansión
 donde mil pechos inertes
 marcan las eternas horas:
 ¡latidos que no se sienten,
 pero que escucha mi alma
 y bajo mis plantas hierven!
 ¡Ay! en busca del descanso
 aquí las pasiones vienen:
 cada silencioso nicho
 toda una historia comprende.
 Las horas del porvenir
 desalentadas perecen
 cuando llegan a este sitio,
 y aunque tenaces esperan
 mil y mil siglos sentadas
 en esos trises dinteles,
 nunca brillará una aurora
 del caos en el negro oriente.
 Esta necrópolis muda
 tiene un lenguaje solemne
 que penetra el corazón
 con inquietudes crueles.
 Tal vez mañana yo mismo,
 debajo de estos cipreses...
 ¿Y qué me importa? ¿Hay acaso
 un instante más alegre
 que el anterior a la vida
 y el posterior a la muerte?
 ¡Alegre! sí... no creáis
 que el asonante me impele
 a poner ese adjetivo,
 sino que le busco adrede.
 Y esta es una gran cuestión
 que en mi juicio se resuelve
 con tres palabras que omito
 y que las dijo un muy célebre
 pensador, conciudadano
 de la melómana Euterpe.
 ¿El no sufrir, es gozar?
 ¿qué es no querer? ¿algo quiere
 la negación? Yo no quise
 la existencia... Pero ¿tiene
 voluntad de no querer
 aquel que elegir no puede?
 No. Bien, pero sin embargo,
 resulta que vine a este
 lugar que llamamos mundo
 sin memorial precedente
 de mi parte... Yo agradezco
 al Criador estas mercedes
 que no le pedí; mas como
 según las humanas leyes
 los privilegios no obligan,
 si me dejáis que recuerde
 la teología sagrada
 que estudié en mis años verdes,
 os probaré... ¿Y qué interesa
 a la sosegada gente
 que duerme en torno de mí
 una digresión tan feble?
 Dejémosla por ahora,
 y el confesor le conteste
 al que sea tan insensato
 que a metafísico se eche,
 con perjuicio de sí mismo
 y a más de sus intereses,
 porque hoy no se compran ya
 las obras de cierta especie,
 y es disparate escribirlas
 cuando el mundo retrocede
 a las regiones tranquilas
 del orden, y no se siente
 ni el más ligero fragor
 de ese volcán que otras veces
 parió un progreso «maldito»...
 Sí, ¡maldito! ¿Viva el régimen
 retrógrado! ¡qué sosiego!
 ¡qué paz! ¡qué silencio!... ¡imbéciles!
 ¡también entre estos sepulcros
 reina la paz... de la muerte!
 ..............................
 ¡Cuánto genio! ¡cuánta vida!
 ¡cuánta esperanza ya estéril!
 ¡cuánta hermosura y candor!
 ¡qué de latidos ardientes,
 de ensueños y de ambiciones
 trae la humanidad en germen,
 a estas solitarias tumbas
 donde habrá de dormir siempre!
 Aquí, polvo, allí, la nada...
 ¡soplos de aire pestilente
 que las brisas arrebatan,
 y en la inmensidad se pierden!...
 ¡Ah!... no... mi alma se agita,
 sus alas inmensas tiende,
 mide el Océano azul,
 llena la región celeste,
 falta mundo, y sobra alma,
 alma inquieta, audaz, rebelde,
 investigadora y grande,
 reina en la materia débil.
 Alma que de frágil polvo
 pura y rauda se desprende
 y ansía goces misteriosos
 y busca el puro deleite,
 de una santa inspiración,
 ideal, sublime, leve,
 impalpable, misteriosa,
 como la luz, como el éter.
 ¡Existe Dios y otro mundo!
 Mi razón no los comprende;
 adivínalos mi alma,
 y mi corazón los bebe
 como recuerdos pasados,
 como aromas que presienten.
 Existe algo menos sandio
 que la vida y que la muerte;
 existe un vivir más digno
 que nuestro vivir imbécil;
 el «porqué» de nuestra vida
 no es hacerse y deshacerse;
 es muy bella nuestra alma
 para un existir tan breve;
 fuera injusto dar el ser
 de la dulce nada a trueque,
 tan sólo para unos días
 de desventuras crueles,
 y luego este ser robarnos
 diciendo a la vida... ¡muere!
 ¡Tan ridícula comedia
 la humanidad ser no puede!
 Entre nacer y morir
 hay un punto que no hiere
 nuestra vista, y es el móvil
 de la vida y de la muerte.
 Hay en nuestro corazón
 algo que espera y que teme,
 y hay, en fin, de esa otra vida
 una cosa que se siente,
 que se respira, se busca,
 se ambiciona, se prevee,
 ¿Qué importa que la razón,
 lámpara sola que mecen
 tantos rudos vendavales,
 nombre a esa cosa no encuentre?
 Existen Dios y otro mundo;
 existen y existir deben...
 y nuestra alma necesita
 ilusiones tan solemnes.
 ¡Mirad! La duda hace poco
 me amenguaba: caña endeble,
 mísero insecto creía
 ser yo al contemplarme en este
 recinto de tantas «nadas»
 que recuerdan tantos seres.
 Ahora la fe me sublima;
 ahora la fe me engrandece,
 y sobre la sepultura
 donde pronto he de caerme
 aquí, en el linde del mundo,
 alzo tranquila la frente;
 la esperanza me sonríe
 y me llama, y en mis sienes
 rueda el pensamiento, y brotan
 alas al alma, y el éxtasis
 me lleva en pos, y en sus brisas
 mi genio se desvanece
 y hacia ese Dios y ese mundo
 sus plácidas alas mueve:
 se explaya en su porvenir,
 en su esperanza se duerme,
 y empapado en su poesía,
 tiembla, llora, calla y cree.