Política de Dios, gobierno de Cristo/Parte I/X

IX
Política de Dios, gobierno de Cristo
de Francisco de Quevedo y Villegas
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XI

X


No descuidarse el rey con sus ministros es doctrina de Cristo, verdadero Rey
La voz de la adulación, que con tiranía reina en los oídos de los príncipes, esforzada en su inadvertencia, suele halagarlos con decir que bien pueden echarse a dormir (quiere decir, descuidarse) con los ministros. Éste es engaño, no consejo.
Cristo enseñó lo contrario, pues en lugar de echarse a dormir confiado en los suyos, en los mayores negocios a que los llevó se durmieron, y él velaba. La noche de la cena, Juan el amado se duerme sobre el pecho de Cristo, no Cristo en el de Juan. Pero adviértase que fue para que descansase en quien no tenía descanso por el hombre. El rey ha de velar para que duerman todos, y ha de ser centinela del sueño de los que le obedecen.
Tres grandes negocios trató Cristo, en que llevó a Pedro, Jacobo y Juan; y el último le trató con todos. Fue el primero de gloria en el Tabor cuando se trasfiguró. «Pedro y los demás que con él estaban dormían sueño pesado.» En la oración del huerto los despertó más de una vez. En la cena, como he referido, Juan se duerme. En el prendimiento, yendo ya en poder de los ministros, lo que advirtió no fue por su tratamiento ni por su inocencia, sólo habló por sus discípulos: «Dejad ir a éstos.» Díjolo, no porque no quería que padeciesen, que ya había mandado que tomase cada uno su cruz y le siguiese; y a Diego y a Juan que beberían su cáliz, que es morir. Mas esto del padecer quiere que sea cuando en su ausencia y en su lugar gobiernen: ahora son súbditos, padezca el Maestro y la cabeza. Cuando temporalmente le sucedieren y cada uno asista al gobierno de su provincia, entonces quien aquí siendo ovejas les desvía la mala palabra, el empellón, la cuerda y la cárcel, les enviará como a pastores y prelados el cuchillo, el fuego, las piedras, la cruz y los azotes, y los pondrá en el albedrío de los tiranos.



Este precepto, en que vive la médula de la caridad, les dejó para que gobernasen con acierto. Durmiéronse en la oración del huerto; cuando los llevó ya sabía se habían de dormir. Despertolos, no para dormirse Cristo, mas para que viesen oraba al Padre, y entendiesen que los negocios grandes aun el propio Hijo de Dios los dispone en la oración, y conociesen cuán eficaz medio es. Cristo suda y agoniza, y ellos vuelven al sueño más seguros. Con todo les dice que velen y oren, no entren en tentación. Pues, señor, si quien duerme, velándole Cristo, es menester que despierte para no entrar en tentación, quien duerme, velando contra su sueño los ministros de Satanás, ¿a qué riesgo irá? ¿Qué tentaciones no harán suertes en él? ¿A qué enemigo no ruega con la puerta de su corazón?



Rey que duerme, y se echa a dormir descuidado con los que le asisten, es sueño tan malo que la muerte no le quiere por hermano, y le niega el parentesco: deudo tiene con la perdición y el infierno. Reinar es velar. Quien duerme no reina. Rey que cierra los ojos, da la guarda de sus ovejas a los lobos, y el ministro que guarda el sueño a su rey, le entierra, no le sirve; le infama, no le descansa; guárdale el sueño, y piérdele la conciencia y la honra; y estas dos cosas traen apresurada su penitencia en la ruina y desolación de los reinos. Rey que duerme, gobierna entre sueños; y cuando mejor le va, sueña que gobierna. De modorras y letargos de príncipes adormecidos adolescieron muchas repúblicas y monarquías. Ni basta al rey tener los ojos abiertos para entender que está despierto; que el mal dormir es con los ojos abiertos. Y si luego los allegados velan con los ojos cerrados, la noche y la confusión serán dueños de todo, y no llegará a tiempo alguna advertencia. Señor, los malos ministros y consejeros tiene el demonio (como al endemoniado del Evangelio) ciegos para el gobierno, mudos para la verdad, y sordos para el mérito: sólo tienen dos sentidos libres, que son olfato y manos; y es tan difícil curar un ciego de éstos, que para sanarle fue menester mano de Cristo, tierra y saliva: en que, a mi ver, se mostró que sola la palabra de Dios en las manos de Cristo, que era su Hijo, con el conocimiento propio, pueden abrir los ojos a tales ciegos.



Y de este género son, y peores por el mayor inconveniente en lo eficaz de su ejemplo, los príncipes que duermen; porque ciegan voluntariamente, y tienen la ceguedad por descanso, y suelen la perdición llegarla a tener por disculpa. El ciego no ve, ni el que duerme: peor es éste que no ve porque no quiere, que el otro porque no puede. El uno es enfermo, el otro malo. No sólo es obligación del buen rey cristiano velar para que duerman sus ovejas, sino velar para despertarlas si duermen en el peligro. Expira Cristo: cerró los ojos; mas cerrolos, (el texto santo lo dice) para que se levantasen muchos cuerpos de santos que dormían en la muerte. Cierra los ojos; y la sangre, y el agua salió de su costado, corriente sacramental de que escribe Cirilo: «Agua para el que juzgó, y sangre para los que la pedían.» -Esta corriente pues dio vista al incrédulo. ¡Oh buen Rey! ¡Oh solamente Rey! ¡Oh Rey, Dios y Hombre, que ni muerto cierras los ojos, antes los abres a los que están ciegos!



En los evangelios se hace mención de todas las pasiones que como hombre tuvo Cristo: de la sed, del cansancio: «cansado del camino; tengo sed»; que comió algunas veces; que lloró, que se enojó; amenazó a Pedro, riñole. Que se entristeció, él lo dijo: «Triste está mi alma hasta la muerte»; y cuando Lázaro, y en la muerte de San Juan Bautista. Y con ser acción natural, forzosa honesta el dormir, no se hace mención de que durmió más que en la borrasca. El dormir mucho, es peligroso en los príncipes; el dormir siempre, es condenación y muerte. Los evangelistas a las vigilias de Cristo y a sus desvelos guardaron este decoro, acordándose de que él dijo: «Yo duermo, y mi corazón vela.» Y San Pedro Crisólogo tiene por tan escrupuloso el decir, aun una vez, que duerme Cristo, que en el propio lugar de la borrasca, sobre aquellas palabras46: «y estaba durmiendo en la popa», dice, razonando oro (tales son sus palabras): «Al que duerme acuden los que velan.» Y más abajo seis renglones: «¿Adónde está lo que dice el Profeta: Veis aquí que no dormirá ni se adormecerá el que guarda a Israel? Por sí no duerme, ni para sí se adormece la majestad, que no se puede cansar.» Interesose el celo de Crisólogo en dar razón de este sueño y de advertir cuánto velaba Dios en él, y prosigue en esta consideración: «Y no sólo se ha de preciar el rey de no tener sueño, empero ni cama. Así lo dijo Cristo: Las raposas tienen cuevas, y el Hijo del hombre no tiene donde inclinar la cabeza.» Tiene discípulos, no tiene privados que le descansen; él los descansa a ellos; su oficio fue su amor, su caridad, su desvelo; vino a redimir, no a ensoberbecer con vanidad a ambiciosos ni entremetidos. Eso es no inclinar la cabeza, ni tener dónde. Discurramos por toda su vida, y veremos que hasta su muerte no inclinó la cabeza: «Inclinada la cabeza dio el espíritu»; y eso fue para darle a su Padre eterno. ¡Oh gran justicia! ¡Oh grande monarca en poco número de gente! ¡Oh majestad inefable, que no tiene Cristo donde inclinar la cabeza, y a Juan en la cena le da donde incline la suya!



El raposo rey, a quien aconseja la maña, la ambición y la tiranía, ése tiene cuevas donde reclinar la cabeza, donde esconderse y donde no parezca rey; mas el Hijo del hombre, el Rey que conoce que es hombre, y que lo son los que gobierna, y que es rey para ellos por voluntad de Dios, ése no tiene cuevas donde esconderse ni donde inclinar la cabeza.- La cabeza de los reyes no se ha de inclinar más a una parte que a otra. El rey es cabeza; y cabeza inclinada, mal enderezará los demás miembros. Reyes hombres: ¡oh si lo temeroso de mis gritos os arrancase despavoridos del embaimiento de la vanidad, y os rescatase de los peligros de vuestra confianza! Cristo dice que su cabeza no se inclina. No es cabeza en el pueblo de Cristo la que se inclina; desdén hace al otro lado; sin atención tiene lo que no ve. Ni se puede dudar que llame raposas Cristo a los reyes que se inclinan a personas ambiciosas y descaminadas. Él lo dijo así49: «En el propio día llegaron algunos de los fariseos diciéndole: Sal, y vete de aquí, porque Herodes te quiere matar. Y respondioles a ellos: Id, y decid a esa raposa...». Así la llamó Cristo, y se sabe que Herodias era su descanso.



Al fin, Señor, quien no tiene donde inclinar la cabeza, a Cristo imita; quien tiene donde inclinarla, es raposa, es Herodes. No hay dormir, Señor, ni tener donde reclinar la cabeza: con todos los príncipes habla Cristo por San Lucas50: «Bienaventurados aquellos criados que cuando viniere el Señor los hallare velando.» Por el contrario serán reprendidos y miserables los que hallare durmiendo; que los reyes son los primeros criados de Dios en más dignidad; y que habla con ellos, Homero lo dijo cuando los llamó , Diotrefees, criados por Júpiter. Favorino interpreta esta voz: «Discípulos de Jove, discípulos de Dios.» Lo propio es Diotrefees, que enseñados. ¿Pues cómo será rey quien no se mostrare enseñado por Dios, siendo ésta su doctrina y su ejemplo, y mandando que velen y no duerman, y llamando bienaventurado sólo al que hallare velando? Los hombres, luego que se durmieron, dieron lugar a los malos para que sembrasen en su heredad cizaña, y aguardaron a que se durmiesen para sembrarla: «Es semejante el reino de los cielos al hombre que siembra buena semilla en su heredad, que luego que se durmieron los hombres, vino su enemigo, y en medio del trigo sembró cizaña.»

De suerte, Señor, que no se cumple con la heredad labrándola ni sembrándola de buena semilla, sino que no se ha de dormir; y menos los reyes, porque el enemigo advertido no venga asegurado en el sueño, y siembre abrojos en que se ahogue el grano, se infame la cosecha, y se pierda el trabajo y el fruto.