Política de Dios, gobierno de Cristo/Parte I/III

II
Política de Dios, gobierno de Cristo
de Francisco de Quevedo y Villegas
III
IV

III


Nadie ha de estar tan en desgracia del rey, en cuyo castigo, si le pide misericordia, no se le conceda algún ruego. (Matth., 8; Marc., 5; Luc., 8.)

Qui autem habebat daemonium jam temporibus multis, et vestimento non induebatur, neque in domo manebat; sed domicilium habebat in monumentis, et neque catenis jam poterat quisquam eum ligare. Agebatur a daemonio in deserto. Videns autem Jesum a longe, cucurrit, et adorans, procidit ante illum. Et ecce ambo clamabant voce magna dicentes: Quid nobis et tibi, Jesu Fili Dei altissimi? Cur venisti huc ante tempus, torquere nos? Adjuro te per Deum, et obsecro, ne me torqueas. Praecipiebat enim illi: Exi spiritus immunde ab homine isto. Et interrogabat eum: Quod tibi nomen est? Et dicit ei: Legio mihi nomen est, quia multi sumus. Et rogaverunt eum multum, ne imperaret illis ut in abyssum irent. Omnes autem rogabant eum, dicentes: Si ejicis nos hinc, mitte nos in gregem porcorum, ut in eos introeamus. Et concessit eis statim Jesus.



Dice el Evangelista, que un endemoniado de muchos años, que desnudo andaba por los montes, y dejando su casa habitaba en los monumentos, y ni con cadenas le podía tener nadie, viendo a Jesús desde lejos le salió al encuentro, y arrojándose en el suelo y adorándole, le dijo: «Jesús, Hijo de Dios, ¿qué tienes tú con nosotros? ¿Por qué has venido antes de tiempo a atormentarnos? Conjúrote por Dios vivo, y te lo suplico, no me atormentes». Dice el texto que le hizo otras preguntas, y que respondió que no era un demonio, sino una legión. Pidiéronle a Jesús, que los dejase entrar en unos puercos y no los enviase al abismo. Y dice el Evangelista que luego se lo concedió.

La justicia se muestra en la igualdad de los premios y los castigos, y en la distribución, que algunas veces se llama igualdad. Es una constante y perpetua voluntad de dar a cada uno lo que le toca. Llámese idiopragia, porque sin mezclarse en cosas ajenas, ordena las propias: aprosopolepsia, cuando no hace excepción de personas. A los hipócritas llama Cristo acceptores vultus. Esta virtud, que entre todas anda con mejores compañías, o con menos malas, pues sólo ella no está entre dos vicios, siendo la que gobierna y continúa y dilata el mundo, quiere ser tratada y poseída con tal cuidado y moderación, como aconseja el Espíritu Santo cuando dice: Noli nimium esse justus: pecado en que incurren los que tienen autoridad en la república, y son vengativos; que hipócritas, de la justicia de Dios hacen venganza, afrenta y arma ofensiva. Éstos son alevosos, no jueces; traidores y sacrílegos, no príncipes. San Agustín lo entendió así, cuando dijo: Justitia nimia incurrit peccatum; temperata vero justitia facit perfectionem. No se desdeñó esta verdad de las plumas de los idólatras; pues Terencio, en la comedia que llamó Heautontimorumenos, dijo:

Jus summum summa saepe malitia est.



Y por demás se juntan autoridades de Aristóteles y otros filósofos que en las tinieblas de la gentilidad mendigaron algún acierto, cuando el rey Cristo Jesús en este evangelio enseña como verdad, vida y camino a todos los monarcas, el método de la justicia real.

¿Quién más en desgracia de Dios que el demonio; que una legión de ellos: criatura desconocida, vasallo alevoso, que se amotinó contra Dios, quiso defraudarle su gloria, y que obstinado porfía en la ruina y desolación de su imagen? Estos delincuentes, viendo venir a Cristo, dieron en tierra con el cuerpo que poseían, en manera de adoración; pronunciaron palabras de su gloria: Jesús Hijo de Dios (confesión que tanto ennobleció la boca del primero de los apóstoles), «¿por qué viniste aquí antes de tiempo a atormentarnos?». Éstos no confiesan verdad, aunque sea para apadrinar su ruego, que no la acompañen con blasfemia. El padre de la mentira desquitó la verdad de llamarle Hijo de Dios, con decir que venía antes de tiempo. ¡Propio pecado de la insolencia de su intención, desmentir en la cara de Cristo a todos los profetas y a los decretos de su Padre! De esta mentira y calumnia hizo tanto caso San Pablo, que repetidamente dice18: «¿Pues a qué fin Cristo, cuando aun estábamos enfermos, murió a su tiempo por unos impíos? ¿Por qué apenas hay quien muera por un justo, aunque alguno se atreva a morir por un bienhechor? Mas Dios hace brillar su caridad en nosotros; porque aun cuando éramos pecadores, en su tiempo murió Cristo por nosotros*». Según el tiempo, murió por los impíos; y según el tiempo, murió por nosotros. Dos veces en cuatro renglones dice que murió, según el tiempo, Cristo nuestro Señor: lugar de que en esta ocasión puede ser me haya acordado el primero. Pudiérase contentar la obstinación de estos demonios con el desacato descomedido y rebelde de haber dicho19: «¿Qué hay entre nosotros y entre ti, Hijo de Dios, para que nos vengas antes de tiempo a atormentar?». Entre dos blasfemias dijo una verdad, no por decirlo, sino por profanarla y quitarla el crédito.



Cuando éstos fueran ángeles, merecían ser demonios por cualquiera palabra de éstas; y siendo tales por la culpa antigua, y reos por la posesión de aquel hombre; y añadiendo a esto, cuando empezaba a tener que hacer con ellos, dudarlo; y cuando era el tiempo de su venida cumplido, desmentirlo; -estando no sólo fuera de toda su gracia, sino imposibilitados de poder volver a ella, le piden que no los vuelva al abismo, sino que los deje entrar en una manada de puercos; y Cristo Rey les concedió lo que pedían, que era mudar lugar solamente.



Señor, el delito siempre esté fuera de la clemencia de vuestra majestad, el pecado y la insolencia; mas el pecador y el delincuente guarden sagrado en la naturaleza del príncipe. De sí se acuerda (dijo Séneca) quien se apiada del miserable; todo se ha de negar a la ofensa de Dios, no al ofensor; ella ha de ser castigada, y él reducido. Acabar con él no es remedio, sino ímpetu. Muera el que merece muerte, mas con alivio que, no estorbando la ejecución, acredite la benignidad del príncipe. Ser justo, ser recto, ser severo, otra cosa es; que inexorable es condición indigna de quien tiene cuidados de Dios, del padre de las gentes, del pastor de los pueblos. No se remite el castigo por variarse, si lo que la ley ordena el juez no lo dispone, respetando los accidentes y la ocasión que habrá sin castigo; digo sin merecerle. Muchos son buenos, si se da crédito a los testigos; pocos, si se toma declaración a sus conciencias. En los malos, en los impíos se ha de mostrar la misericordia: por los delincuentes se han de hacer finezas. ¿Quién padeció por el bueno? Con estas palabras habló elegante la caridad de San Pablo (Ad Rom., 5.): Ut quid enim Christus, cum adhuc infirmi essemus, secundum tempus pro impiis mortuus est? Vix enim pro justo quis moritur: nam pro bono forsitam quis audeat mori? Commendat autem charitatem suam Deus in nobis: quoniam cum adhuc peccatores essemus, Christus pro nobis mortuus est. Murió el Rey Cristo, Señor, por los impíos, y encomiéndanos su caridad. Todas las obras que hizo Cristo, y toda su vida se encaminaron y miró a darnos ejemplo. Así lo dijo: Exemplum enim dedi vobis: «Porque yo os di ejemplo». Niégale San Pedro; mas ya advertido de que le había de negar; mírale, y no le revoca las mercedes grandes; hízoselas porque le confesó; no se las quita porque se desdice y le niega. No depende del ajeno descuido la grandeza de Cristo. A Judas le dice, de suerte que lo pudo entender, que al que le venderá le valiera más no haber nacido. Cena con él, lávale los pies; da la seña en el Huerto para la entrada, caudillo de los soldados, y recíbele con palabras de tanto regalo: Ad quid venisti, amice? «¿A qué has venido, amigo?». No perdonó diligencia para su salvación; y al fin tuvo el castigo que él se tomó. Muere ahorcado Judas; mas del rey ofendido y del maestro entregado no oyó palabra desabrida, ni vio semblante que no le persuadiese misericordia y esperanza. Pídenle los demonios que no los envíe al abismo: concédeselo. En esto habla la exposición teóloga. Piden que los deje entrar en el ganado: permíteselo. Ellos lo pidieron por hacer aquel mal de camino al dueño del ganado. El Rey Cristo les dio licencia, que al demonio la ha concedido fácilmente cuando se la ha pedido para destruir las haciendas y bienes temporales; que antes es la mitad diligencia para el arrepentimiento y recuerdo de Dios. Así en Job largamente le permitió extendiese su mano Satanás sobre todos sus bienes. Quería avivar la valentía de aquel espíritu tan esforzado; y a esta causa no rehúsa Dios dar esta permisión al infierno, pues es hacer los instrumentos del desembarazo del conocimiento propio; y en esta parte es elocuente la persecución, y pocas almas hay sordas a la pérdida de los bienes.