61

Del collado heliconio oh
cultivador, de Urania el vástago,
que arrebatas a la tierna virgen
hasta su hombre, oh Himeneo Himen,
     oh Himen Himeneo, 5
ciñe tus sienes de flores
de la suave oliente mejorana,
el flámeo coge alegre: aquí,
aquí ven, en tu níveo pie
     llevando lúteo el zueco, 10
y, despertando en este risueño día,
las nupciales canciones
entonando con voz tintinante,
golpea la tierra con los pies, con la mano
agita la pínea tea, 15
puesto que Junia con Manlio,
cual la que el Idalio honrando
vino al frigio juez,
Venus, buena ella, con buena
     ave, se casa la virgen, 20
radiante como con sus floridos
ramilletes el mirto asiano,
los que las Hamadríades diosas
por juego para sí nutren
     con rorante humor. 25
Por lo cual, vamos, aquí tu entrada haz
y sigue abandonando las aonias
grutas de la tespia roca,
por sobre las cuales la ninfa irriga,
     refrescándolos, Aganipe, 30
y a su casa a la dueña llama,
de su esposo nuevo deseosa,
su mente con el amor atando,
como la tenaz hiedra aquí y allá
     su árbol estrecha, errante. 35
Y vosotras igual, a la vez, íntegras
vírgenes, a las que adviene
semejante un día, vamos, al compás
decid oh Himeneo Himen,
     oh Himen Himeneo, 40
para que más gustosamente, oyendo
que citado es a su propio
deber, aquí su entrada haga,
conductor de la buena Venus, del buen
     amor uncidor. 45
¿Qué dios más se ha por los ama-
dos amantes de pretender?
¿A quién honran los hombres más,
de los celestiales, oh Himeneo Himen,
     oh Himen Himeneo? 50
A ti para los suyos trémulo el padre
te invoca, para ti las vírgenes
la cintilla sueltan a sus senos,
a ti, temeroso, con deseoso oído
     procura captarte el nuevo marido. 55
Tú al fiero joven en las manos
una florida chiquilla, tú mismo,
le das, del regazo de la madre
suya, oh Himeneo Himen,
     oh Himen Himeneo. 60
Nada puede sin ti Venus,
que la fama buena apruebe,
nada útil obtener: mas puede
si tú quieres: ¿quién a este dios
compararse osaría? 65
Ninguna casa puede sin ti
hijos libres dar, ni padre
en una estirpe apoyarse; mas puede
si tú quieres: ¿quién a este dios
     compararse osaría? 70
La que de tus sacrificios carezca
no podría dar defensores,
esa tierra, a sus fronteras: mas pueda,
si tú quieres: ¿quién a este dios
     compararse osaría? 75
Los cierres abrid de la puerta:
la virgen llega, ¿no ves que las antorchas
sus espléndidas melenas agitan?
<¿Por qué te demoras? Se va el día:
que salgas, nueva casada,
y, o no mires atrás tu casa,
la que fue tuya, o no tus pies>
retrase tu genuino pudor,
al cual, aun así, más oyendo, 80
llora porque marchar necesario es.
De llorar deja. No para ti, Au-
runculeya, peligro hay,
de que a ninguna mujer más bella,
claro desde el Océano, el día 85
     viera venir.
Tal, en el variado jardincillo
suele, de tu rico dueño,
estar la flor jacintina.
Pero te demoras, se va el día: 90
     que salgas, nueva casada.
Que salgas, nueva casada, si
ya parece, y oigas
nuestras palabras. ¿No ves? Las antorchas
sus áureas melenas agitan: 95
     que salgas, nueva casada.
No el tuyo, leve, a malos
adulterios dado, tu hombre,
oprobios indecentes persiguiendo,
de tus tiernos pechos 100
querrá levantarse,
sino como la flexible vid
los contiguos árboles estrecha,
se estrechará en tu
abrazo. Pero se va el día: 105
     que salgas, nueva casada.
Oh, cama que, de todos
<los amores digna, instruye
con veste purpúrea Tiro,
sostiene la India, del ebúrneo>
lecho con el cándido pie;
los que para tu amo vienen,
cuán grandes goces, que en la errante 110
noche, que en el medio del día
él goce. Pero se va el día:
     que salgas, nueva casada.
Levantad, oh chicos, las antorchas:
el flámeo veo venir. 115
Id, cantad al compás
“Io, Himen Himeneo, io,
     io, Himen Himeneo.”
No más tiempo calle la procaz
fescenina burla, 120
ni nueces a los chicos niegue,
al oír abandonado de su dueño
     el amor, el concubino.
Da nueces a los chicos, inerte
concubino, bastante tiempo 125
disfrutaste de las nueces: place
ya servir a Talasio,
     concubino, nueces da.
Te hastiaban a ti las villanas,
concubino, hoy y ayer: 130
ahora el cinerario la cara
tundirá tuya. Triste, ah triste
concubino, nueces da.
Se dice de ti que mal de tus
lampiños, ungüentado marido, 135
te abstienes, pero abstente.
Io, Himen Himeneo, io,
     io, Himen Himeneo.
Sabemos que esto para ti, que lícito es,
solo es conocido, pero para un marido 140
eso mismo no lícito es.
Io, Himen Himeneo, io,
     io, Himen Himeneo.
Casada, tú también, lo que el hombre
tuyo pida, guárdate de no negarle, 145
no a buscarlo de otro lugar vaya.
Io, Himen Himeneo, io,
     io, Himen Himeneo.
Mira para ti qué casa poderosa
y feliz la del marido tuyo, 150
la cual a ti deja que sirva
–Io, Himen Himeneo, io,
     io, Himen Himeneo–
hasta que sin cesar tu trémula sien,
al moverla tu cana ancianidad, 155
todo a todos asienta.
Io, Himen Himeneo, io,
     io, Himen Himeneo.
Traspasa con presagio bueno,
al umbral, tus áureos pies, 160
y la pulida puerta alcanza,
Io, Himen Himeneo, io,
     io, Himen Himeneo.
Contempla dentro cómo recostado
el hombre tuyo en un tirio diván 165
todo te acecha a ti.
Io, Himen Himeneo, io,
     io, Himen Himeneo.
A él no menos que a ti
en su pecho íntimo arde 170
la llama, pero profundamente más.
Io, Himen Himeneo, io,
     io, Himen Himeneo.
Suelta el bracito torneado,
pretextado, de la chiquilla: 175
ya a la cama venga de su hombre.
Io, Himen Himeneo, io,
     io, Himen Himeneo.
Vosotras, buenas mujeres, de vuestros
viejos hombres conocidas bien, 180
colocad a la chiquilla.
Io, Himen Himeneo, io,
     io, Himen Himeneo.
Ya puedes venir, marido:
tu mujer en el tálamo para ti está 185
con su carita en flor brillante,
una blanca parténice al igual,
     o una lútea adormidera.
Mas, marido, así me valgan
los celestiales, nada menos 190
bello eres, ni a ti Venus
te descuida. Pero se va el día:
     sigue, no te demores.
No largo tiempo demorado te has:
ya vienes. Buena a ti Venus 195
te ayude, ya que abiertamente
lo que deseas, deseas , y, bueno,
     no escondes tu amor.
Deduzca él del polvo
áfrico y de las estrellas 200
rielantes su número antes:
el que enumerar quiere
     de vuestro juego los muchos miles.
Jugad como os plazca, y en breve
hijos libres dad. No honra 205
a tan viejo nombre
sin hijos estar, sino de ahí mismo
     siempre engendrar.
Que un Torcuato, quiero, pequeñito,
desde el regazo de la madre suya 210
alargando sus tiernas manos
dulce ría a su padre
     medio abierto su labiecillo.
Sea semejante a su padre
Manlio, y fácilmente por los ajenos 215
todos sea reconocido,
y el pudor de la madre
     suya indique en su rostro.
Tal alabanza de él, debida
a su buena madre, su linaje haga bueno, 220
cual única, debida a la mejor
madre, en Telémaco, el de Penélope,
permanece la fama.
Cerrad las entradas, vírgenes.
Hemos jugado bastante. Mas, buenos 225
esposos, bien vivid y,
con vuestra entrega asidua, esa vigorosa
     juventud ejercitad.

62

               Jóvenes
Véspero viene, jóvenes, levantaos: Véspero al Olimpo,
esperadas largo tiempo, apenas al fin sus luces está elevando.
De levantarse ya el tiempo, ya pingües de dejar las mesas,
ya llegará la virgen, ya se dirá el Himeneo.
     Himen, oh, Himeneo, Himen ven, oh, Himeneo. 5

               Muchachas
¿Divisáis, doncellas, a los jóvenes? Levantaos, por contra.
Sin duda sus eteos fuegos muestra el Noctífero.
Así, por cierto, es: ¿no ves cuán raudamente se han levantado?
No temerariamente se han levantado, cantarán lo que de vencer digno es.
     Himen, oh, Himeneo, Himen ven, oh, Himeneo. 10

               Jóvenes
No fácil para nosotros, camaradas, la palma preparada está:
contemplad las doncellas entre sí cómo lo ensayado repasan.
No en vano ensayan: tienen lo que memorable sea,
y no admirable cosa: en profundidad ellas con toda su mente se afanan.
Nosotros en un lado las mentes, en otro dividimos los oídos; 15
en buena ley, pues, seremos vencidos: ama la victoria el cuidado.
Por lo cual ahora al menos los ánimos concentrad vuestros.
A decir ya empezarán, ya responder honrará.
     Himen, oh, Himeneo, Himen ven, oh, Himeneo.

               Muchachas
Héspero, ¿cuál en cielo rota más cruel fuego, 20
que a su nacida puedes del abrazo arrancar de su madre:
del abrazo de su madre, en él prendida, arrancar a su nacida,
y a un joven ardiente, casta, donar a la chica?
¿Qué hacen los enemigos, cautiva la ciudad, más cruel?
     Himen, oh, Himeneo, Himen ven, oh, Himeneo. 25

               Jóvenes
Héspero, ¿cuál en el cielo luce más alegre fuego,
que los prometidos matrimonios afirmas con tu llama,
los que pactaron los maridos, pactaron antes los padres,
y no se uncieron antes de que él se elevó, tu ardor?
¿Qué es dado por los divinos, que esta feliz hora, más deseado? 30
     Himen, oh, Himeneo, Himen ven, oh, Himeneo.

               Muchachas
Héspero de nosotras, camaradas, arrebató a una
<pues con su llegada trae para todos él los peligros;
de noche temen todos, salvo los que lo ajeno buscan,
a quienes tú, Héspero, con tus rayos blandos, acucias a que se enciendan.
Mas, agrada a las muchachas ensalzarte con injusta loa.
¿Qué pues, si te loan, para sí pronto a quien cada cual temerá?
     Himen, oh, Himeneo, Himen ven, oh, Himeneo.

               Jóvenes
Héspero, a ti las doncellas ahora con falsa acusación te hieren:>
pues con tu llegada vigila la custodia siempre,
de noche se ocultan los ladrones, los que tú mismo, a menudo, al volver,
Héspero, sorprendes con el mudado nombre de Eoo. 35
Mas, place a las doncellas con una fingida queja carpirte:
¿Qué, pues, si te carpen, a quien con tácita mente buscan?
     Himen, oh, Himeneo, Himen ven, oh, Himeneo.

               Muchachas
Como una flor, en los cercados jardines secreta, nace,
desconocida para el ganado, de ningún arado desgarrada, 40
que acarician las auras, afirma el sol, cría la lluvia:
muchos chicos a ella, muchas chicas la desearon;
la misma, cuando la cogío, cuando la carpió una tenue uña,
no hay un chico que a ella, no hay que la desee una chica:
así la virgen, mientras intacta sigue estando, mientras, cara a los suyos es. 45
Cuando ha perdido, manchado su cuerpo, su casta flor,
ni a los chicos agradable sigue siendo, ni cara a las chicas.
     Himen, oh, Himeneo, Himen ven, oh, Himeneo.

               Jóvenes
Como viuda la vid que en el desnudo campo nace
nunca ella se eleva, nunca benigna uva cría, 50
sino su tierno cuerpo doblegando a su inclinado peso
ya, ya toca con la raíz lo más alto de su flagelo;
a ella no hay un agricultor, no hay que la honre un novillo:
mas si acaso la misma ha sido a un marido olmo uncida,
muchos agricultores a ella, muchos novillos la honraron: 55
así la virgen, mientras intacta sigue estando, mientras, descuidada envejece.
Cuando un apto matrimonio a su maduro tiempo ella se ha procurado,
cara al marido más, y menos es enojosa al padre.
     [Himen, oh, Himeneo, Himen ven, oh, Himeneo.]
Y tú no luches con tal esposo, virgen.
No justo es luchar a quien tu padre te entregó propio, 60
tu propio padre con tu madre, a quienes obedecer necesario es.
La virginidad no toda tuya es, en parte de tus padres es:
la tercia parte de tu padre es, parte fue dada, tercia, por tu madre:
tercia sola tuya es: no quieras luchar contra los dos
que al yerno suyo sus derechos al mismo tiempo que la dote dieron. 65
     Himen, oh, Himeneo, Himen ven, oh, Himeneo.

63

Sobre los altos mares llevado Atis en rápida balsa,
cuando el frigio bosque con su pie, por el deseo excitado, tocó
y se acercó a los opacos, de espesuras coronados lugares de la diosa,
aguijado allí por enfurecedora rabia, errante él en sus ánimos,
se desgarró del pubis, con agudo contra sí sílice, los pesos, 5
y de este modo, cuando dejados sintió para él unos miembros sin su hombre,
de todavía reciente sangre los suelos de la tierra manchando,
con unas níveas manos, agitada, cogió el leve típano,
el típano tuyo, Cibebe, los inicios, Madre, tuyos,
y golpeando los lomos de un toro, cavos, con tiernos dedos, 10
a cantar esto a sus acompañantes comenzó, temblorosa:
“Vamos, id a los altos bosques, galas, de Cíbeles juntas,
juntas id, de la dindimena dueña errantes ganados,
las cuales, ajenos lugares buscando igual que exiliadas,
la secta mía siguiendo, bajo la conducción mía, mis compañeras, 15
la robadora sal del mar habéis sufrido y las truculencias del piélago,
y vuestro cuerpo emasculasteis, de Venus por demasiado odio;
alegrad del ama, con vuestro agitado errar, el ánimo.
La demora tarda de vuestra mente se aparte; juntas id, seguidme
a la frigia casa de Cibebe, a los frigios bosques de la diosa, 20
donde de los címbalos suena la voz, donde los tímpanos rugen,
donde el flautista frigio canta grave con su curvo cálamo,
donde sus cabezas las Ménades con fuerza sacuden, de hiedra ornadas,
donde los sacrificios santos con agudos alaridos hacen,
donde acostumbraba a revolotear aquella de la diosa errante cohorte, 25
adonde a nosotras honra apresurarnos con agitados tripudios.”

Una vez que esto a sus acompañantes Atis cantó, bastarda mujer,
el tiaso de repente en sus lenguas trepidantes aúlla,
el leve tímpano remuge, los cavos címbalos resuenan.
Al verde Ida agitado acude, presuroso el pie, el coro: 30
furibunda a la vez, anhelante, errante avanza, de aliento carente,
acompañada de su tímpano, Atis, por los opacos bosques conductora,
igual que una novilla que evita el peso, indómita, del yugo;
rápidas, a su conductora de apresurado pie siguen las galas.
Y de este modo, cuando la casa de Cibebe tocaron, cansaditas, 35
por su demasiada fatiga sueño toman, sin Ceres.
Perezoso, con vacilante languidez, sus ojos el sopor les cubre:
se marcha, en la quietud muelle, el rábido furor de su ánimo,
pero cuando, de cara áurea, el Sol con sus radiantes ojos
lustró el éter blanco, los suelos duros, el mar fiero, 40
y expulsó de la noche las sombras con sus vivos corceles,
entonces el Sueño, de la despierta Atis huyendo, rápido se marcha;
trepidante su seno, lo recibe la diosa Pasitea.
De ese modo, tras la quietud muelle, sin arrebatada rabia,
una vez que ella en su pecho, Atis, sus hechos remembró, 45
y con clara mente vio sin qué y dónde estaba,
con ánimo bullente de nuevo de regreso a los vados fue.
Allí, mares vastos divisando, lagrimantes los ojos,
a su patria se dirigió, afligida, de este modo, con la voz, tristemente:
“Patria, oh, mi creadora, patria, oh, mi engendradora, 50
yo cuán desgraciado te he abandonado, como a sus dueños los huidores
sirvientes suelen, y del Ida a los bosques llevé mi pie,
para, cabe la nieve y de las fieras las heladas guaridas, estar,
y de ellas en todos los escondites entrar, furibunda.
¿Dónde, pues, o en qué lugares, a ti puesta, patria, te creeré? 55
Ansía mi misma pupila a ti dirigir su centro,
de rabia fiera careciendo mientras, breve tiempo, mi ánimo está.
¿Es que de mi casa apartada me tornaré a estos bosques?
¿De patria, bienes, amigos, padres, lejos estaré?
¿Estaré lejos de foro, palestra, estadio y gimnasios? 60
Triste, ah, triste, de quejarte has más y más, ánimo mío.
¿Pues qué género y figura hay que yo no enfrentara?
Yo mujer, yo adolescente, yo efebo, yo niño,
yo del gimnasio fui la flor, yo era la honra del aceite.
Mis puertas concurridas, mis umbrales tibios, 65
mi casa de floridas coronas ceñida estaba,
de abandonar cuando había yo, surgido el sol, el dormitorio.
¿Yo ahora de los dioses en ministra y de Cíbeles en sirvienta devendré?
¿Yo Ménade, yo de mí parte, yo hombre estéril seré?
¿Yo, del verde Ida por la álgida nieve vestidos, los lugares honraré? 70
¿Yo mi vida haré bajo las altas cumbres de Frigia,
donde la cierva, de la espesura amante, donde el jabalí, que el bosque erra?
Ya, ya me duelo lo que hice, y ya, ya me pesa.”
Cuando de los rosas labiecillos suyos este sonido veloz salió,
a los gemelos oídos de los dioses estos nuevos mensajes trayendo, 75
al punto, su uncida junta desatando Cíbele a sus leones,
y al de la izquierda, de los ganados enemigo, aguijando, de este modo habla:
“Vamos ya”, dice, “vamos, feroz ve, haz que a él el furor lo mueva,
haz que del furor por la herida de vuelta a los bosques vaya,
de mis imperios libremente demasiado el que huir ansía. 80
Vamos, hiérete las espaldas con la cola, tus azotes sufre,
haz que todos con tu mugiente rugido estos lugares retruenen,
tu rútila crin, feroz, sobre tu torosa cerviz agita.”
Dice esto amenazante Cibebe, y desliga los yugos con la mano.
El fiero por su parte, a sí mismo, arrebatador, exhortándose, se incita en su ánimo, 85
avanza, brama, rompe brozas con pie errante.
Mas cuando a los húmedos lugares del blanqueciente litoral se acerca
y tierna vio a Atis cerca de los mármoles del piélago,
lanza su embestida: ella demente huye a los bosques fieros.
Allí siempre, todo de su vida el espacio sirvienta fue. 90
Diosa, Magna diosa, Cibebe, diosa dueña del Díndimo,
lejos de la mía tu furor sea todo, ama, de mi casa:
a otros lleva, excitados, a otros lleva, rábidos.

64

     En el pelíaco vértice un día nacidos pinos,
se dice que por las límpidas olas de Neptuno nadaron,
del Fasis hacia los flujos y los confines eeteos,
cuando selectos jóvenes, de la argiva juventud los robles,
la áurea piel anhelando arrebatar de los colcos, 5
se atrevieron los vados salados a recorrer en rápida popa,
las azules superficies barriendo con palmas de abeto.
La divina para ellos, la que retiene en las supremas ciudades los recintos,
ella misma hizo, que con leve soplo volara, un carro,
la pínea trama unciendo a la encorvada quilla. 10
Ella a Anfitrite, ruda en esta carrera, la primera imbuyó,
la cual, una vez que con su espolón hendió la ventosa superficie,
y, volteada a remo, de espumas se encaneció la onda,
emergieron del candente torbellino del estrecho sus rostros
las ecuóreas Nereides, el prodigio admirando. 15
En aquella luz, † no en otra †, vieron a las marinas
Ninfas los mortales con sus ojos, desnudado su cuerpo,
hasta las mamas sobresaliendo del torbellino cano.
Entonces, de Tetis por el amor, que Peleo se encendió se cuenta,
entonces Tetis no despreció, humanos, unos himeneos, 20
entonces, que a Tetis uncirse debía Peleo, el Padre mismo sintió.
     Oh en un tiempo de los siglos demasiado anhelados nacidos,
héroes, salud tened, de los dioses el linaje, oh de sus madres buena 23a
progenie, salud tened de nue<vo, de sus madres buenas> 23b
A vosotros yo a menudo, con mi canción, a vosotros os apelaré,
y a ti, tan eximiamente por estas teas felices acrecido, 25
de Tesalia el baluarte, Peleo, al que Júpiter mismo,
el mismo de los dioses genitor, concedió sus amores,
¿acaso a ti Tetis no te tuvo, bellísima Nerina?
¿Acaso a ti Tetís no te concedió que te llevaras a su nieta,
y el Océano, el que de mar todo rodea al orbe? 30
     A los cuales, una vez que cumplido el tiempo las anheladas luces
llegaron, toda Tesalia la casa con su concurso
frecuenta: se llena la regia de su alegre asistencia.
Sus dones llevan ante sí, en su rostro declaran sus gozos.
Desierta queda Cieros/Esciros, dejan la ptiótica Tempe 35
y de Crannón las casas y las murallas lariseas;
a Farsalo llegan, los farsalios techos concurren.
Las tierras no cultiva nadie, se mullen los cuellos de los novillos,
no, humilde, con los curvos rastrillos se purga la viña,
no la hoz atenúa, de los podadores, del árbol la sombra, 41
no el terrón arranca con la inclinada reja el toro, 40
sucia robín los desiertos arados recubre.
Mas de él las sedes, por donde quiera que opulenta se expande
la regia, de fulgente oro resplandece y plata.
Brilla el marfil en los solios, le lucen las copas a la mesa, 45
toda la casa goza, del real tesoro espléndida.
El lecho genital, empero, de la diosa, se coloca
de las sedes en medio, el que, pulido con indo diente,
teñida de róseo molusco, cubre una púrpura con fuco.
     Esta veste, con primitivas figuras de hombres variada, 50
de los héroes las virtudes indica con admirable arte.
     Pues, de sonante oleaje en el litoral de Día, escudriñando,
a Teseo marchar con su veloz armada mira,
indómitos furores en su corazón llevando, Ariadna,
y no todavía ella, lo que contempla, que contempla cree: 55
como que ella, del falaz sueño entonces sólo despierta,
abandonada, a sí misma, triste, se discierne en la sola arena.
Mas el desmemoriado joven huyendo pulsa los vados a remos,
incumplidas dejando sus promesas a las ventosas tormentas.
A él, lejos, desde el alga, con afligidos ojillos la Minoide, 60
pétrea, como la efigie de una bacante, escudriña, ay,
escudriña, y en las grandes olas de las angustias fluctúa,
sin retener en su flava cabeza la sutil mitra,
sin proteger velado su pecho con su leve atuendo,
sin ligar con la torneada faja de leche sus pechos, 65
lo cual todo, resbalado de entero su cuerpo por doquier,
de ella ante los pies, con los flujos de sal jugaban.
Pero ni entonces de la mitra, ni entonces de la suerte de su fluente
atuendo ella curando, con todo su pecho de ti, Teseo,
con todo su ánimo, con toda pendía, perdida ella, su mente. 70
Ah triste, a quien con asiduos lutos consternó
Ericina, espinosas angustias sembrando en su pecho,
en aquella temporada, desde aquel tiempo en que feroz Teseo,
saliendo de los curvos litorales del Pireo
tocó del injusto rey los gortinios templos. 75
     Pues se cuenta que otrora, por una cruel peste obligada
de la muerte de Androgeón los castigos a expiar,
unos elegidos jóvenes a la vez, y la honra de las doncellas,
la Cecropia había solido dar de festín al Minotauro.
Como angustiadas por esos males sus murallas padecieran, 80
el propio Teseo el cuerpo suyo por su querida Atenas
arrojar prefirió, mejor que tales funerales
hacia Creta desde la Cecropia –y no funerales– portados fueran.
Y de este modo, en una nave leve apoyado y con lenes auras,
al magnánimo Minos viene y sus sedes soberbias. 85
A él, una vez que con deseosa luz lo contempló la virgen
regia –a la cual, espirando suaves olores, un casto
lecho en el blando abrazo de su madre alimentaba,
cuales los mirtos ciñen del Eurotas las corrientes,
o el aura primaveral cría distintos colores–, 90
no antes de él sus flagrantes luces
declinó, que en todo su cuerpo concibió una llama,
profundamente, y ardió toda en sus más hondas medulas.
Ay quien tristemente causas con despiadado corazón furores,
santo muchacho, con las angustias de los hombres quien gozos mezclas, 95
y tú la que reinas los golgos, la que el Idalio frondoso:
con cuáles oleajes agitasteis, encendida en su mente,
a la muchacha, por el flavo huésped a menudo suspirando.
Cuántos ella soportó, doliente su corazón, temores,
cuánto, a menudo, más que el fulgor palideció del oro, 100
cuando, deseando en contra contender al salvaje monstruo,
o la muerte buscaba Teseo, o los premios de la alabanza.
No ingratas aun así, en vano, ofrendas a los divinos
prometiendo ella, con tácito labiecillo asumió unos votos.
Pues como en lo alto del Tauro agitando sus brazos 105
a una encina, o a un conífero pino de sudante corteza,
un indómito torbellino, contorsionando con su soplo su robustez,
lo arranca: el árbol, lejos, desenterrado de raíz,
hacia adelante cae, ampliamente todo cuanto se encuentra quebrando,
así, domado su cuerpo, a aquel salvaje postró Teseo, 110
que para nada lanzaba a los vanos vientos sus cuernos.
De allí su pie a salvo con mucha alabanza tornó,
sus errabundas plantas rigiendo con tenue hilo,
para que, de las laberínteas curvas al salir,
no lo engañara de ese techo su inobservable extravío. 115
     Pero, a qué yo, de la primera canción apartado, más cosas
conmemore: cómo abandonando de su genitor la hija el rostro,
cómo de su consanguínea el abrazo, cómo después el de su madre,
la cual en su triste hija perdidamente se alegraba,
a todo ello, de Teseo el dulce amor antepusiera; 120
o cómo transportada fuera en balsa a los espumosos litorales de Día,
o cómo a ella, religadas sus luces por el sueño,
la abandonara con desmemoriado pecho partiendo su esposo.
A menudo que ella, se cuenta, con ardiente corazón enfurecida,
clarísonas voces vertió desde lo más hondo de su pecho, 125
y que entonces triste ascendía a abruptos montes,
de donde su mirada del piélago al vasto hervor tendiera;
que, entonces, de la trémula sal corría hacia las contrarias ondas,
sus blandos ropajes levantando de su desnudada corva,
y que estas cosas en sus extremas quejas afligida decía, 130
frigidillos sollozos de su mojado rostro suscitando:
“¿Cómo es que así a mí, de las patrias aras lejos, pérfido, llevada,
pérfido, en un desierto litoral me dejaste, Teseo?
¿Cómo es que así partiendo, despreciado el numen de los divinos,
ah desmemoriado, sacrílegos perjurios a tu casa portas? 135
¿Es que ninguna cosa pudo de tu cruel mente doblegar
el consejo? ¿Para ti ninguna hubo clemencia presente,
para que tu despiadado pecho de nos quisiera condolerse?
Mas no estas, un día, blandas promesas me diste
con tu voz a mí, no esto a mí, triste, esperar me mandabas, 140
sino matrimonios alegres, sino optados himeneos,
lo cual todo, aéreos, desgarran incumplido los vientos.
Ahora ya ninguna mujer a un hombre que jura crea,
ninguna de un hombre espere que los discursos sean fieles;
quienes, mientras algo su deseoso ánimo anhela obtener, 145
nada temen jurar, nada prometer perdonan;
pero una vez que de su deseosa mente saciada la libido ha sido
sus dichos nada temen, nada de sus perjurios curan.
Ciertamente yo a ti, en medio hallándote del torbellino de la muerte
de él te arranqué, y mejor a mi germano perder resolví 150
que a ti, falaz, en ese supremo tiempo faltarte.
En vez de lo cual, para ser desgarrada por las fieras dada seré, y por las aves
como presa, y no seré sepultada, muerta, sobre mí echada tierra.
¿Qué leona a ti te engendró bajo una sola peña,
qué mar, concebido, a las espumantes ondas te escupió, 155
qué Sirte, qué Escila rapaz, qué vasta Caribdis,
quien tales premios devuelves por la dulce vida?
Si para ti de corazón no habían sido los matrimonios nuestros,
porque te aterraban los preceptos de tu antiguo padre,
aún y así, pudiste a vuestras sedes conducirme, 160
quien a ti con gozoso esfuerzo te sirviera como esclava
tus cándidas plantas acariciando con claras linfas,
o con purpúrea veste cubriendo el lecho tuyo.
Pero ¿por qué yo a las ignorantes auras para nada me queje,
consternada por este mal, que de ningunos sentidos dotadas, 165
ni emitidas oírlas pueden, ni devolverme, palabras?
Pues él casi ya en mitad de las ondas se halla
y ningún mortal comparece en esta vacía alga.
Así, demasiado insultante en mi extremo tiempo, salvaje,
la suerte incluso a nuestras quejas niega oídos. 170
Júpiter todopoderoso, ojalá no, en ese tiempo primero,
los gnosios litorales hubiesen tocado las cecropias popas,
ni al indómito toro trayendo ominosos tributos,
el pérfido navegante en Creta hubiese religado su cuerda,
ni el malvado ese, escondiendo en su dulce hermosura sus crueles 175
consejos, en nuestras sedes hubiese descansado, el huésped.
Pues ¿a dónde me restituiré? ¿En qué esperanza, perdida, me esforzaré?
¿A los ideos montes acudiré? Mas con este abismo ancho
separándome, la bravía superficie del ponto me divide.
¿Acaso de mi padre auxilio espere, al que yo misma abandoné, 180
a un joven asperjado con la fraterna matanza siguiendo?
¿De mi esposo acaso fiel me consuele a mí propia con el amor,
el cual, no acaso huye encorvando los flexibles remos en el abismo?
Demás de esto, ningún techo honra esta solitaria isla,
ni se ofrece una salida, del piélago ciñendo las ondas. 185
Ningún cálculo de huida, ninguna esperanza: todas las cosas mudas,
todas están desiertas, ostentan todas perdición.
No, aun así, antes languidecerán las luces mías de muerte,
ni previamente de mi fatigado cuerpo se separarán mis sentidos,
de que mi justa, mucha fe, de los divinos demande, 190
traicionada, y la de los celestiales suplique en esta postrema hora.
Por ello, las que los hechos de los hombres multáis con vengador castigo,
Euménides, cuya frente, ceñida de serpentino
cabello, delante porta de vuestro espirante pecho las iras,
aquí, aquí advenid y las quejas escuchad mías. 195
las que a mí, ah triste, de mis extremas medulas a proferir
se me obliga, desvalida, ardiente, de amente furor ciega,
las cuales, puesto que verdaderas nacen de mi pecho más hondo,
vosotras no queráis sufrir que el luto se desvanezca nuestro,
sino que con la misma mente que sola Teseo a mí me abandonó, 200
con tal mente, diosas, se manche de muerte a sí y a los suyos.”
     Después que de su afligido pecho vertió estas voces,
suplicio por unas salvajes acciones demandando ansiosa,
asintió con su invicto numen de los celestes el regidor,
con cuyo movimiento la tierra, y hórridas retemblaron 205
las superficies, y sus rielantes estrellas sacudió el cosmos.
Él, entonces, de ciega calina su mente, Teseo,
sembrando, de su olvidado pecho despidió todos
los mandados que previamente con constante pensamiento retenía,
y las dulces señas no alzando para su afligido padre, 210
salvo, al Erecteo puerto se mostró, que le viera.
Pues cuentan que otrora, cuando a su nacido, al que con su armada abandonaba
las murallas de la divina, a los vientos confiara Egeo,
tales mandados, abrazado al joven, le dió:
 “Mi nacido, para mí que mi larga vida más agradable, único, 215
devuelto en el extremo cabo, poco ha, a mí, de mi vejez, 217
mi nacido, yo al que a dudosos casos obligado me veo a despedir, 216
puesto que la fortuna mía y la tu hirviente virtud
te me arrebata, contra mi voluntad, a ti de mí, cuyas lánguidas luces
todavía no se han de la querida figura de su nacido saciado, 220
no yo a ti gozoso y con alegre pecho te enviaré,
ni que lleves permitiré de una fortuna favorable las señas,
sino primero las muchas quejas mostraré de mi mente,
mi canicie con tierra y con vertido polvo manchando,
después, unos tiznados lienzos suspenderé de tu errante mástil, 225
que nuestros lutos y de la mente los incendios nuestra,
el algodón dirá, oscurecido con herrumbre ibera.
Que a ti, si te concediera la que el santo Itono honra,
la que nuestro linaje y las sedes de Erecteo defender
asintió, que del toro asperjes con la sangre tu diestra, 230
entonces verdaderamente harás que en memorioso corazón por ti guardados
estos mandados vivan, y ninguna edad los oblitere,
de modo que una vez que nuestras colinas divisen tus luces,
la funesta veste las entenas depongan de todas partes,
y cándidas velas alcen las trenzadas maromas, 235
que tan pronto yo las divise, con alegre mente mis gozos
reconozca, cuando a ti, de regreso, un tiempo próspero te asista.”
Estos mandados, antes con constante mente teniendo,
a Teseo, cual expulsadas por el soplo de los vientos las nubes
la aérea cumbre dejan de un níveo monte, lo abandonaron. 240
Mas su padre, como desde el alto recinto visibilidad buscaba,
sus ansiosas luces consumiendo en asiduos llantos,
en cuanto divisó de la tiznada vela los lienzos,
en picado, de los riscos desde el vértice, a sí propio se lanzó,
perdido creyendo por un despiadado hado a Teseo. 245
Así, en los techos, por la paterna muerte funestos, de su casa
entrando, el feroz Teseo, cual el luto que a la Minoide
él había causado con su mente desmemoriada, tal él mismo recibió.
La cual, entonces, contemplando la quilla, afligida, que se alejaba,
complejas angustias en su ánimo revolvía, herida. 250
     Mas, por parte otra, floreciente, volaba Yaco
con su tiaso de Sátiros y nisigenos Silenos,
a ti buscándote, Ariadna, por el amor encendido tuyo. *
Las cuales entonces, alegres, por doquier con ebria mente deliraban,
el evhoé báquico gritando, evohoé sus cabezas girando. 255
De ellas parte, de cubierta cúspide, agitaban tirsos,
parte de un despedazado novillo lanzaban los miembros,
parte con tortuosas serpientes a sí propias se ceñían,
parte oscuras orgias concurrían con cóncavas cestas,
orgias que en vano desean oír los profanos; 260
plañían otras con eminentes palmas los tímpanos,
o del torneado bronce su tenue tintineo sacaban;
para muchas roncos bombos exhalaban los cuernos
y la bárbara tibia chirriaba con un horrible canto.
     Con tales figuras ampulosamente la veste decorada, 265
el lecho abrazando, con su ropaje lo velaba.
Lo cual, después de que ávidamente contemplándolo, la tésala juventud
saciado se hubo, a los santos divinos empezó a ceder el lugar.
Entonces, cual con su aflato matutino el céfiro estremece
el plácido mar y suscita proclives olas, 270
la Aurora al surgir por los umbrales del errante Sol,
las cuales, tardamente primero, por su clemente soplo empujadas
avanzan y levemente suenan con el plañir de la carcajada,
tras ello, el viento al crecer, más, más se incrementan,
y, con la purpúrea luz, de lejos nadando, refulgen: 275
así entonces del vestíbulo abandonando los regios techos
a su casa cada uno con errante pie por doquier se retiraban.
De ellos tras la partida, adalid, desde el vértice del Pelión
adviene Quirón portando silvestres dones,
pues cuantas llevan los llanos, las que la tésala orilla 280
en sus grandes montes cría, las flores que cerca de las ondas
de un río pare el aura, fecunda del tibio Favonio,
éstas, en indistintas coronitas trenzadas, trajo él mismo,
con cuyo agradable olor acariciada la casa rió.
Rápidamente el Penío llega, el verdeante Tempe 285
abandonando, el Tempe, al que espesuras ciñen por encima
pendientes, que las hijas de Hemonia en concurridos coros han de celebrar:
y no de vacío, pues él trajo, de raíz, altas
hayas y de recto tronco eminentes laureles,
no sin un oscilante plátano, la flexible hermana 290
del inflamado Faetón, y un aéreo ciprés.
Ello alrededor de las sedes, anchamente entretejido, colocó,
que el vestíbulo, de muelle fronda velado, verdeara.
Tras éste sigue, de industrioso corazón, Prometeo,
atenuadas llevando las huellas de su vieja pena, 295
la que un día, a un sílice atados sus miembros con una cadena,
cumplió pendiendo de abruptos vértices.
Después el padre de los dioses con su santa esposa y sus nacidos
advino, en el cielo a ti solo, Febo, dejándote,
y a tu gemela a la vez, la que honra los montes del Idro: 300
pues a Peleo, contigo al par, tu hermana despreció
y de Tetis las teas no quiso celebrar, conyugales.
     Los cuales, después de que a los níveos asientos doblegaron sus cuerpos,
largamente, con múltiple festín equipadas fueron las mesas,
cuandon entre tanto, con infirme movimiento agitando sus cuerpos, 305
verídicos cantos las Parcas comenzaron a declarar.
Su cuerpo tembloroso, envolviéndolo por doquier, una veste
cándida, con una purpúrea orilla a los talones, ceñía;
mas róseas cintas descansaban en su nívea cabeza,
y su eterna labor sus manos carpían ritualmente. 310
La izquierda la rueca, de muelle lana revestida, retenía,
la derecha, ora levemente abajando los hilos, con los dedos
supinos los conformaba, ora en el prono pulgar torciéndolo,
el huso equilibrado volteaba con el torneado rocadero,
y de este modo, rasgándolo, igualaba siempre la obra el diente, 315
y los bocados de lana se adherían a los ariditos labiecillos,
los que previamente del flexible hilo habían quedado sobresalientes;
ante sus pies, en cambio, de candente lana, muelles
vellones custodiaban, de varitas hechas, unas cestas.
Ellas, entonces, con clarísona voz empujando los vellones, 320
tales hados vertieron en una divina canción,
en una canción de perfidia que después ninguna edad acusará.
     “Oh gloria eximia, que por tus grandes virtudes te acreces,
de Ematia protección, de Ops para el nacido queridísimo,
escucha el que en esta alegre luz a ti te revelan las hermanas, 325
el verídico oráculo: pero vosotros, a quienes los hados siguen,
     corred guiando las hebras, corred, husos.
Advendrá a ti, ya portando lo que desean los maridos,
Héspero, advendrá con fausta estrella la esposa,
que a ti de doblegador amor la mente inunde, 330
y, languiditos, se preparará contigo a desposar sus sueños,
sus flexibles brazos sometiendo a tu robusto cuello.
     corred guiando las hebras, corred, husos.
Ninguna casa tales nunca cobijó amores,
ningún amor con tal pacto desposó a unos amantes, 335
cual asiste a Tetis, cual concordia a Peleo.
     corred guiando las hebras, corred, husos.
Nacerá a vosotros, privado de terror, Aquiles,
para los enemigos no por la espalda, sino por su fuerte pecho conocido,
quien muy a menudo, vencedor en el errante certamen de la carrera, 340
las flámeas huellas precederá de la veloz cierva.
     corred guiando las hebras, corred, husos.
No a él ningún héroe en la guerra se comparará
cuando los frigios llanos manen de teucra sangre,
y las troicas murallas tras asediar en prolongada guerra, 345
del perjuro Pélope las devaste el tercer heredero.
     corred guiando las hebras, corred, husos.
De él las egregias virtudes y claros hechos
a menudo confesarán, de sus hijos en el funeral, las madres,
cuando su descuidado pelo suelten de su cana cabeza 350
y sus marchitos pechos señalen con sus infirmes palmas.
     corred guiando las hebras, corred, husos.
Pues igual que cortando las densas aristas el segador
bajo el sol ardiente los bronceados cultivos cosecha,
de los hijos de Troya los cuerpos abatirá con hierro infesto. 355
     corred guiando las hebras, corred, husos.
Testigo será de sus grandes virtudes la onda del Escamandro,
que por doquier en el arrebatador Helesponto se difunde,
cuyo camino, que angostan las masacradas pilas de cuerpos,
sus altas entibiarán, mezcladas corrientes de masacre. 360
     corred guiando las hebras, corred, husos.
Después, testigo será para la muerte también el devuelto botín,
cuando su torneada pira, compilada en un excelso montón,
reciba los níveos miembros de una abatida virgen.
     corred guiando las hebras, corred, husos. 365
Pues una vez que a los fatigados aquivos diera la suerte ocasión
de soltar los neptunios lazos de la ciudad dardania,
sus altos sepulcros se mojarán de la masacre de Políxena,
la cual, igual que sucumbida víctima por el dicéfalo hierro,
hará caer su trunco cuerpo, sometida su corva. 370
     corred guiando las hebras, corred, husos.
Por lo cual, venga, los optados amores de vuestro ánimo desposad.
Reciba el esposo con feliz pacto a la divina,
sea dada, ansioso ya hace tiempo, la novia al marido.
     corred guiando las hebras, corred, husos. 375
No a ella su nodriza, al aparecer la luz, volviéndola a ver,
de la víspera el hilo a su cuello podrá circundar, 377
ni ansiosa la madre, afligida porque su discorde niña 379
duerme aparte, caros nietos cesará de esperar. 380
     corred guiando las hebras, corred, husos.
     Tales prenunciando un día, felices canciones
de Peleo, con divino pecho cantaron las Parcas.
Pues, presentes, antes las casas castas visitar
de los héroes, y a sí mismos mostrarse ante el mortal encuentro, 385
los celestiales, no todavía despreciada la piedad, solían.
A menudo el padre de los dioses en un templo fulgente revisándolos,
cuando los anuales sacrificios llegaban en sus festivos días,
contempló en tierra cien toros sucumbir.
A menudo errante Líber, del Parnaso por el vértice supremo, 390
a las Tíades, que derramados sus pelos evohé decían, condujo,
cuando los delfios, desde toda la ciudad a porfía lanzándose,
acogieran alegres al divino con humeantes aras.
A menudo, en el mortífero certamen de la guerra, Marte,
o del arrebatador Tritón la ama, o la Amarunsia virgen, 395
armadas catervas de hombres, presente, exhortó.
Pero después de que la tierra de crimen se imbuyó indecible,
y la justicia todos de su deseosa mente ahuyentaron,
inundaron sus manos de fraterna sangre los hermanos,
desistió a sus extinguidos padres el nacido de llorar, 400
deseó su genitor los funerales de su primogénito hijo,
para, libre, de la flor apoderarse de una doncella madrastra,
y la madre, sometiéndose ella, impía, a su ignorante hijo,
impía, no temió mancillar los divinos penates.
Todo lo decible y lo indecible, amalgamado en mal furor, 405
la justiciera mente de los dioses de nosotros apartó.
Por lo cual, ni tales uniones se dignan visitar,
ni ellos ser tocados soportan de la luz clara.

65

Aunque a mí, por un asiduo dolor deshecho, la angustia
     me revoca de las doctas, Hórtalo, vírgenes,
y capaz no es dulces criaturas de las Musas de producir
     el sentir de mi ánimo, en tan grandes males fluctúa él mismo:
pues hace poco, en el leteo abismo, de mi hermano 5
     el palidillo pie ha bañado la manante onda,
a quien la troya tierra, bajo el reteo litoral,
     arrebatado de nuestros ojillos, retiene:
¿nunca yo a ti <podré después de ahora oírte, que me hablas,
     nunca yo a ti>, que mi vida, hermano, más amable, 10
te veré, desde ahora?: mas ciertamente siempre te amaré,
     siempre afligidas canciones por tu muerte cantaré,
cuales bajo las densas sombras de las ramas
     la Daulia, que de su consunto Itilo los hados gime:
pero, aun así, en tan grandes duelos, Hórtalo, te envío 15
     estas, producidas para ti, canciones del Batíada,
para que tus palabras, en vano confiadas a los errantes vientos,
     que fluyeron acaso, no creas, de mi ánimo,
como, enviado a modo de furtivo presente de su prometido, un fruto
     se escurre del casto regazo de la virgen, 20
el que, triste de ella, olvidada, bajo el blando vestido colocado,
     cuando por la llegada de su madre se sobresalta, sale despedido,
y él en picado sale corriendo hacia delante,
     a ella le mana en su triste rostro un cómplice rubor.

66

Quien todas las luces distinguió del gran cosmos,
     quien de las estrellas los ortos reveló y sus óbitos,
cómo el flámeo brillo del arrebatador sol se oscurece,
     cómo se retiran en tiempos las estrellas ciertos,
cómo a Trivia, furtivamente por las latmias rocas relegándola, 5
     un dulce amor de su órbita la revoca aérea:
el mismo a mí, aquel Conón, en el celeste umbral me vio:
     de la cabeza de Berenice la melena,
fulgiendo con claror, a mí, a quien ella, a todos los dioses,
     sus flexibles brazos tendiendo, prometió, 10
en el tiempo en que el rey, por su nuevo himeneo acrecido,
     a devastar las fronteras asirias había ido,
dulces portando las huellas de la nocturna riña,
     la que por unos virgíneos despojos había sostenido.
¿Es para las nuevas casadas odiosa Venus? ¿Acaso de sus enamorados 15
     frustran ellas con falsas lagrimillas los goces,
que, copiosamente, del tálamo dentro de los umbrales vierten?
     No, así a mí los divinos me valgan, verdades gimen.
Esto la mía a mí con sus muchas quejas me lo enseñó, mi reina,
     cuando iba a avistar su nuevo marido los combates torvos, 20
y tú, no tu huérfano lecho deploraste, abandonada,
     sino de tu hermano caro la luctuosa separación.
Cuán hondamente tus afligidas medulas consumía la angustia,
     cómo a ti entonces, en todo tu pecho pesarosa,
de tus sentidos arrebatados tu mente se desprendió. Mas yo, ciertamente, 25
     te sabía, desde pequeña virgen, magnánima.
¿Acaso olvidado te has del buen logro por el que conseguiste un regio
     matrimonio, lo que no, más fuerte, osare alguien?
Pero en ese momento, afligida, su marido despidiendo, qué palabras hablaste,
     Júpiter, cuán a menudo enjugaste tus luces con la mano. 30
¿Quién a ti te ha mudado, tan gran dios? ¿Acaso es que los amantes
     no largamente de su querido cuerpo separarse quieren?
Y allí, a mí, a todos los divinos por tu dulce esposo,
     no sin taurina sangre, me prometiste,
si de vuelta viniese. Él, no en tiempo largo, 35
     la cautiva Asia de Egipto a las fronteras había añadido.
Por los cuales hechos yo, remitida a la celestial asamblea,
     esos primitivos votos con esta nueva ofrenda solvento.
Involuntaria, oh reina, de tu cabeza me retiré,
     involuntaria: lo juro por ti y tu cabeza, 40
y que su merecido lleve, si lo hay, quien inanemente jurare:
     pero ¿quién que él mismo, postularía, al hierro es par?
Aquel también subvertido monte fue, sobre el que, máximo,
     en las orillas, la progenie clara de Tía viaja,
cuando los medos parieron un nuevo mar, y cuando la juventud 45
     bárbara por mitad del Atos navegó.
¿Qué harían los cabellos, cuando al hierro tales cosas ceden?
     Júpiter, que la cálibe entera raza perezca,
y el que en un principio bajo la tierra buscar sus venas
     instituyó y del hierro estrechar su dureza. 50
Desjuntadas poco antes, mis guedejas hermanas mis hados
     deploraban, cuando, impeliéndose el etíope hermano
de Memnón con sus plumas, que el aire batían,
     a sí mismo se mostró, de Arsínoe la lócride el pájaro caballo,
y él por las etéreas sombras a mí elevándome, me lleva volando, 55
     y de Venus me coloca en el casto regazo.
Ella misma, la Cefirite, allí a un fámulo suyo había enviado,
     la griega habitante de los canopios litorales.
<hic liquidi > para que no solamente en la varia luz del cielo
     de las sienes de Ariadna fijada 60
la áurea corona quedara, sino que nos también fulgiéramos,
     votados despojos de una flava cabeza:
mojadita, del oleaje saliendo hacia los templos de los dioses a mí,
     como constelación nueva entre las antiguas, la diosa me puso.
De la Virgen y del salvaje León tocando, así pues, 65
     las luces, a Calisto unida, la Licaonia,
me torno al ocaso, conductora yo delante del tardo Boyero,
     que apenas en el vespertino, alto Océano se sumerge.
Pero aunque a mí de noche me huellan las plantas de los divinos,
     la luz, sin embargo, a la cana Tetís me restituye 70
(con el perdón tuyo confesar esto se pueda, Ramnusia virgen,
     pues yo no por nigún temor la verdad encubriré,
ni si a mí con hostiles palabras me atacan las estrellas
     para que lo recóndito de mi verdadero pecho no revele),
no de estas cosas tanto me alegro, cuanto estar yo separada siempre, 75
     estar separada yo de la cabeza de mi dueña, me crucifica,
con quien yo, mientras virgen otrora fue, de todos los ungüentos
     privada, humildes esencias bebí.
Ahora vosotras, a las que con su optada luz unció la tea,
     no antes a vuestros unánimes esposos vuestros cuerpos 80
entregad, desnudando, arrojado el vestido, vuestros pechos,
     de que, agradables a mí, presentes libe el ónice,
vuestro ónice, las que honráis las leyes para el casto lecho.
     Pero la que se ha dado a un impuro adulterio,
de ella, ah, malos dones el leve polvo beba, incumplidos, 85
     pues yo de las indignas premios ningunos busco.
Pero más bien, oh casadas, siempre la concordia vuestras
     sedes, siempre el amor las honre asiduo.
Tú en verdad, reina, cuando mirando las estrellas a la divina
     aplaques en los festivos días, a Venus, 90
de ungüentos privada no permitas que esté, tuya, yo,
     sino más bien generosos hazme estos presentes:
las estrellas ojalá se desplomaran, cabello regio yo me haga,
     próximo del Aguador fulgiera Oarion.

67

“Oh al dulce marido agradable, agradable al padre,
     salve, y a ti con buen poder Júpiter te acrezca,
puerta, la que a Balbo dicen que serviste benignamente,
     allá cuando estas sedes el propio viejo tenía,
y la que cuentan por contra que a su nacido serviste malignamente, 5
     después de que fuiste, estirado el viejo, hecha casada.
Dinos, vamos, a nos, por qué razón, mudada, se dice
     que contra tu dueño abandonaste tu vieja lealtad.”
“No –así a Cecilio yo plazca, al que entregada ahora he sido–
     culpa mía es, aunque dícese que es mía, 10
ni que pecado he yo, nadie capaz es de decir, algo
     verdaderamente, aun si del pueblo la vana hablilla lo hace,
el cual, por donde quiera que algo se halla no bien hecho
     a mí todos claman: ‘Puerta, culpa tuya es’.”
 “No aquesto bastante es que con una palabra tú lo digas, 15
     sino haz que cualquiera lo sienta y vea.”
“Cómo puedo. Nadie pregunta ni por saberlo se afana.”
     “Nos queremos. A nos decir no duda.”
“Primero, pues: una virgen, lo que se cuenta, que entregada fue a nos,
     falso es. No a ella su marido anterior la tocara, 20
que más lánguida a él colgándole su daguilla que una tierna acelga,
     nunca se sostuvo hasta mitad de la túnica.
Pero, el padre de él, que de su nacido violó el lecho
     se dice y esta pobre casa ultrajó,
sea porque su impía mente de ciego flagraba amor, 25
     o sea porque inerte, de estéril simiente, su nacido lo fuera,
de modo que buscar se hubiera de dónde † † un más nervoso algo
     que pudiera un ceñidor soltar virgíneo.”
“Egregio narras, y de admirable piedad, un padre,
     que él mismo, de su hijo, se meare en el regazo.” 30
“Mas con todo, no solo esto dice que ella conocido tiene
     Brixia, la que al cigeno mirador está sometida,
ante la que el flavo Mela corre, de muelle corriente,
     Brixia, de la Verona mía madre amada,
sino que sobre el postumio amor, y el de Cornelio, narra, 35
     con los que ella mal adulterio hizo.
Dijera aquí alguien: ‘A qué tú aquesto, puerta, sabes,
     a quien nunca de su dueño al umbral faltar lícito es,
ni al pueblo auscultar, sino aquí, fijada bajo el dintel,
     sólo cerrar sueles o abrir la casa.’ 40
A menudo a ella he oído, con furtiva voz, hablando
     sola con sus doncellas estas sus desvergüenzas,
por su nombre diciendo los que dijimos, cual capaz es la que, que yo,
     esperara, ni legua tenga ni oidillo.
Demás de esto añadía a uno que decir no quiero 45
     por su nombre, no levante rojos sus ceños.
Un largo hombre es, al que grandes pleitos infirió hace tiempo
     el falso parto de un mendaz vientre.”

68A

Que a mí, por la fortuna y la desgracia acerba tú oprimido,
     inscrito este epistolio con lágrimas, me envías,
para que a ti, náufrago arrojado a las espumantes olas de la superficie,
     yo te alivie y del umbral de la muerte te restituya,
a quien ni la santa Venus con muelle sueño que descanse, 5
     abandonado en lecho célibe, tolera,
ni de los viejos escritores con la dulce canción las Musas
     deleitan cuando tu mente ansiosa vigila:
esto grato es para mí, puesto que a mí amigo me dices tuyo,
     y presentes de las Musas de aquí buscas, y de Venus. 10
Pero para que a ti no te sea desconocido mi malestar, Manlio,
     ni que yo, que odio, creas, de un huésped el deber,
escucha en qué oleajes me sumerjo de la fortuna yo mismo,
     y no más, de este triste, dones dichosos busques.
En el tiempo en que por primera vez la veste a mí entregada pura fue 15
     una agradable primavera cuando mi edad florida pasaba,
a muchas cosas, bastante, jugué: no es la diosa desconocedora de nos,
     la que dulce amargura con las angustias mezcla.
Pero todo mi estudio con su luto la fraterna muerte a mí
     me lo ha arrebatado. Oh hermano arrancado, triste, a mí, 20
tú, tú muriendo rompiste mi bienestar, hermano,
     contigo al par toda ha sido la casa sepultada nuestra,
todos, contigo al par, se perdieron los goces nuestros,
     los que, en vida, el dulce amor alimentaba tuyo,
por cuya pérdida yo de toda mi mente hice huir 25
     estos estudios, y todas las delicias de mi ánimo.
Por lo cual, lo que escribes, de que en Verona indecente es para Catulo
     estar, porque aquí cualquiera de mejor nota
sus fríos miembros templa en un desierto lecho,
     esto, Manlio, no es indecente: más, triste es. 30
Disculparás, así pues, si lo que a mí el luto me ha arrancado
     esto a ti no te tributo como presentes, como no puedo.
Pues, que de escritores no gran provisión hay cabe mí,
     esto es porque en Roma vivimos: ella la casa,
ella para mí sede, allí mi edad se carpe; 35
     aquí un cofrecillo, de muchos, me sigue.
Lo cual como así sea, no quisiera que estimes que nos con mente maligna
     esto hacemos, o con ánimo no bastante ingenuo,
el que a ti, que lo pides, provisión de lo uno y lo otro dispuesta ha sido.
     de grado yo te lo ofrecería, provisión si alguna tuviera. 40

68B

No puedo callar, diosas, en qué cosa a mí Alio
     me valiera o con cuán grandes servicios me valiera,
no sea que, huyendo por los olvidadizos siglos, el tiempo
     este esfuerzo de él cubra con su ciega noche.
Pero os lo diré a vosotros: vosotros, más allá, decidlo a muchos 45
     miles, y haced que este pliego hable anciano
<para que en los versos nuestros incluso después de mis funerales viva>
     y sea conocido más, muerto, y más,
y no, su tenue tela tejiendo, la sublime araña
     en el desierto nombre de Alio su obra haga. 50
Pues, a mí qué angustia me diera la doble Amatusia
     sabéis, y en qué manera me abrasó,
cuando tanto yo ardiera cuanto la trinacria roca
     y la linfa de Malis en las eteas Termópilas,
y mis afligidas luces de asiduo llanto 55
     no cesaran, y de triste lluvia se humedecieron mis mejillas.
Cual en el vértice de un aéreo monte, perlúcido,
     un río brolla de su musgosa piedra,
el cual, cuando desde un inclinado valle en picado llegó rodando,
     por mitad su camino transita de un denso pueblo, 60
dulce alivio para el viandante cansado en su sudor,
     cuando el grave estío los abrasados campos quebraja;
e igual que en un negro tornado lanzados unos navegantes,
     más lenemente soplando un aura favorable les viene
ya cuando su plegaria de Pólux, ya de Cástor han orado: 65
     tal fue para nos de Alio el auxilio.
Él un cerrado campo abrió con amplia linde,
     y él una casa a nos, y él me dio a mi dueña
junto a la que comunes ejerciéramos nuestros amores;
     adonde mi radiante divina con blando pie 70
se vino, y en el hollado umbral su fulgente planta,
     apoyada en su delatora sandalia, apostó,
como un día flagrante advino, de su esposo por el amor,
     Laodamía a la casa de Protesilao,
empezada en vano, cuando todavía, con su sangre consagrada, 75
     la víctima a los celestiales amos no había pacificado.
Nada a mí tan intensamente me plazca, Ramnusia virgen,
     que temerariamente lo emprenda contra la voluntad de los amos.
Cuánto una ayuna ara ansía el piadoso crúor,
     lo aprendió Laodamía al perder a su marido, 80
de su esposo nuevo antes obligada a renunciar al cuello
     de que llegando uno, y de vuelta otro invierno,
en noches largas su ávido amor hubiese saturado,
     para poder vivir, truncado su matrimonio:
lo cual, sabían las Parcas, que no largo tiempo distaba 85
     si de soldado marchara a los muros ilíacos.
Pues, entonces, de Helena por el rapto, a los principales hombres
     de los argivos había empezado Troya hacia sí a incitar,
Troya, indecible, común sepulcro de Asia y Europa,
     Troya, de los hombres y las virtudes todas acerba ceniza, 90
la que también a nuestro hermano la triste muerte
     le infirió. Ay hermano a mí, triste, arrancado,
ay a mi triste hermano la agradable luz arrancada,
     a la vez que tú toda ha sido la casa sepultada nuestra,
todos, a la vez que tú, se perdieron los goces nuestros, 95
     los que, en vida, el dulce amor alimentaba tuyo,
Al que ahora, tan lejos, no entre conocidos sepulcros
     ni cerca de emparentadas cenizas compuesto,
sino en la Troya infausta, en la Troya malhadada sepultado,
     detiene en su extremo suelo una tierra ajena. 100
Hacia ella, entonces, apresurada, se cuenta que de todas partes la juventud
     griega sus penetrales fuegos había abandonado,
para que Paris, en una secuestrada adultera gozándose, libres
     ocios no pasara en un pacífico tálamo.
En aquel lance a ti entonces, bellísima Laodamía, 105
     arrebatado te fue, que tu vida más dulce y tu aliento,
tu matrimonio: en tan gran torbellino a ti absorbiéndote del amor
     el fervor, que en un abrupto báratro te había hundido,
cual cuentan los griegos que Feneo el cileneo casi
     secaba, ordeñada la laguna, el fértil suelo, 110
ése que en otra época, heridas del monte las medulas, oyó decir él
     que él lo había cavado, el de falso padre, el Anfitrioníada,
en el tiempo en el que con certera saeta los estinfalios monstruos
     alcanzó por el mandato de un peor amo,
de modo que más divinos del cielo hollaran la puerta, 115
     y Hebe no de más larga virginidad fuera.
Pero tu alto amor, que el báratro fue más alto aquel,
     el que, aunque indómita, a llevar el yugo te enseñó,
pues ni tan querida es la cabeza, para un padre agotado
     por la edad, de un tardío nieto que su única hija alimenta: 120
el cual, cuando, apenas al fin siendo encontrado para las riquezas del abuelo,
     su nombre éste ha inscrito en las testadas tablillas,
y los impíos goces de un burlado pariente evitando,
     ahuyenta de su cana cabeza un buitre;
ni tanto se regocijó en su níveo palomo ninguna 125
     collera suya, de la que, se dice, mucho más ímprobamente
besos con su mordiente pico siempre arranca
     que la que principalmente muy deseosa es, la mujer.
Pero tú, de éstos los grandes furores, venciste sola,
     cuando una vez te conciliaste con tu flavo marido. 130
O nada o poco a ella, entonces, de ceder digna,
     la luz mía se confirió a nuestro regazo:
de ella alrededor corriendo, de aquí y de allá, a menudo Deseo
     fulgía, radiante en su zafranada túnica.
La cual, aun así, aunque con un solo Catulo no se contenta, 135
     los raros hurtos soportaremos de mi vergonzosa ama
para no demasiado ser, de los necios al uso, molestos.
     A menudo también Juno, la más grande de los que el cielo honran,
de su esposo en la culpa su flagrante ira coció,
     conociendo del tododeseoso Júpiter sus muchos hurtos, 140
y aunque tampoco con los divinos a los hombres cotejar justo es,
     < yo no soporto tantos devaneos como Juno,
así que deja de quejarte y resuelto, Catulo, >
     la ingrata carga deja un tembloroso padre.
Pues tampoco ella, de la diestra paterna por mí llevada,
     a una fragante casa llegó de asirio olor,
sino que furtivos regalillos me dio en la callada noche, 145
     del propio regazo de su propio marido arrancados.
Por lo cual, ello bastante es, si a nos solo éste es dado,
     el día que con una piedra más blanca ella señala.

68C

Éste a ti, lo que he podido, hecho con una canción, este regalo,
     por tus muchos servicios, Alio, te devuelvo, 150
para que vuestro nombre no toque con su rugosa orín
     este y aquel día, y aun otro, y aun otro.
Aquí añadirán los divinos muchísimos –los que Temis otrora
     solía a los antiguos hombres piadosos entregar– regalos.
Que seais felices tanto tú como al par tu vida, 155
     y la casa en la que nos disfrutamos, y mi dueña,
y el que primero nos nos dio a conocer, el Africano,
     del que fueron al principio todos nacidos mis bienes,
y de lejos antes que todos, la que para mí que yo mismo más cara es,
     la luz mía, viva la cual, vivir dulce para mí es. 160