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== ce sin tregua en el espíritu humano ; y porque su substancia es divina sus formas son eternas.

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Una verja resguarda a Getsemaní : de tinte gris azulado yergue sus lanzas entre macizos pilares de mampostería amarillenta. Hagamos un esfuerzo y perdonemos a los franciscanos el irrespetuoso dibujo de un jardín. Los olivos cla- van sus raíces centenarias, entre guijarros, dis- tribuídos en líneas rústicas. Los nudosos tron- ' cos muestran grandes ojos abiertos, y parecen piernas gigantescas de retorcidos músculos, que las copas coronan con cenizas de penitencia.

Al pie de las raíces emergentes, plantas ver- des tienden las espadas de sus hojas, y sobre la venerable vejez, colocan a trechos la sonrisa de sus flores. Otras figuras de malvas dan la im- presión de manojos de lenguas que cuentan sus querellas a la brisa que mueve las alfombras de trébol. Más lejos se diseña una fuente, rodeada de cactos, y una nínfea eleva una flor purpúrea. Retratándose en el agua, ya no exhala su rojo matiz. Es un símbolo de los misterios del Huer-