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mento oportuno en que debía consumarse la ceremonia.

En el centro el Doctor y la jóven, acompañada de la familia, y en torno de este grupo, los demas Sophopolitas.

Las flores que cubrian las columnas, lanzaron al aire torrentes de perfumes, y una melodía divina, producida por instrumentos invisibles, nos anunció que se acercaba el momento.

Nuestra sorpresa no tuvo límites cuando al dirijir la vista hácia el fondo del gran salon, percibimos el matraz del loco, en cuyo interior estaba encerrado el Theopolita. El Doctor se acercó á él, y tomando aquella cárcel de cristal por el cuello, la trajo hácia la jóven y la colocó en el centro del recinto. Nuestro amigo el cicerone tomó á su vez la caja de Hacksf, y aproximándola al suplicante prisionero, le manifemsó las ideas dominantes.

—"Si, sí!" exclamó desde el fondo.

Y en el momento en que el alma blanca se elevaba lentamente para precipitarse en aquel ser abyecto, oimos un ruido extraño, semejante al que alguna vez habiamos observado, cuando Seele arrebatara las ilusiones del Doctor.

Una luz indecisa bañó súbita los rostros; se hizo luego mas intensa, y su vívido resplandor eclipsó por fin las aureolas de los circumstantes.

—"Seele! Seele!" exclamamos en coro. Si, era Seele, que aparecía como evocado por un