Era Juan de Dios San Martín.
—Buenas noches; siéntese, amigo, si gusta—le con testé.
—Gracias, señor—repuso ;—no puedo ahora. Vengo á decirle, que dice Baigorrita que los caballos están mal donde los tiene: que ha sabido que andan unos indios ladrones por darle el golpe, y que sería mejor los encerrase en el corral.
No pude resolverme de pronto á contestarle que estaba bueno, porque los animales tenían necesidad de alimentarse bien. Pero entre que sufrieran más y perderlos, el partido no era dudoso.
Después de un instante de reflexión, contesté :
—Dile á mi compadre que si hay peligro los haré encerrar.
—Es mejor—contestó San Martín.
—Pues bien—repuse,—que los encierren.
Y esto diciendo, le ordené al mayor Lemlenyi le hiciera prevenir á Camilo Arias que los caballos no dormirían á ronda abierta, sino en el corral.
San Martín se fué y volvió diciéndome :
—Dice Baigorrita que el corral tiene un portillo, que es preciso taparlo con ramas y que pongan una guardia.
Mandé dar las órdenes correspondientes, y como Calixto gritara en ese momento, ¡ ya está! invité nuevamente al mensajero de mi compadre á que se sentara.
Aceptó, ccupó un puesto en la rueda, le entramos al asado, como se dice en la tierra, y mientras lo hacíamos desaparecer, se pusieron algunos choclos al rescoldo, para tener postre.
Una jauría de perros hambrientos había formado á nuestro alrededor una tercera fila. Viendo que no los trataban como los indios, nos empujaban, y á más de uno le sucedió le arrebataran la tira de carne que lle-