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Sófocles

es ligero y fácilmente interrumpido. Medita, tanto como te sea posible, y á escondidas de éste, lo que has de hacer; porque, si piensas como él, y ya sabes de quién hablo, hay en ello dificultades inextricables para hombres prudentes.

Épodo

Sopla un viento propicio; este hombre no ve nada, está sin fuerzas, echado y sumido en las tinieblas. El sueño del mediodía es profundo. Este hombre no tiene ni manos, ni pies, ni nada, y está como si yaciese en el Hades. Mira lo que tienes que decir. A mi juicio, hijo, la mejor faena es la que se halla libre de todo temor.

Te ordeno callar y no hablar sin razón. Ese hombre remueve los ojos y levanta la cabeza.

¡Oh luz que vienes después del sueño! ¡Oh extranjeros que me habéis velado contra toda esperanza! Jamás, en efecto, ¡oh hijo! hubiera creído que habrías soportado mis males con tanta compasión y hubieses así venido en mi ayuda. Por cierto, los Atreidas, esos valientes jefes, no los aguantaron con tanta facilidad. Pero tú, ¡oh hijo! que eres de natural generoso y desciendes de hombres bien nacidos, todo lo has sufrido, aun atormentado por mis clamores y por el hedor de mi llaga. Y ahora que llega, á lo que parece, el olvido y el reposo de ese mal, levántame, tú mismo, ponme en pie, hijo, para que, cuando la debilidad me haya abandonado, vayamos á tu nave y partamos prontamente.

Me regocijo, contra esperanza, de verte curado de tu dolor, abiertos los ojos y respirando aún. Estabas agobiado por un acceso tal que parecías un hombre que no está ya entre los vivos. Ahora, levántate, ó, si lo prefieres, éstos te llevarán. No rehusarán ese trabajo, si tú y yo juzgamos que es preciso hacerlo.