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Electra

aquella expedición se emprendía? ¿Deseaba el Hades devorar á mis hijos más bien que á los suyos? ¿Se había extinguido el amor de aquel execrable padre hacia los hijos que yo había concebido, y sentía uno más grande hacia los de Menelao? ¿No son propias estas cosas de un padre malvado é insensato? Yo pienso así, aunque tú pienses lo contrario, y mi hija muerta diría como yo, si pudiese hablar. Por eso no me arrepiento de lo que hice; y tú, si te parece que obré mal, censura también á los otros, como es justo.

Ahora no dirás que me interpelas así, habiendo sido provocada por mis palabras amargas. Pero, si me lo permites, te responderé, como conviene, por mi padre muerto y por mi hermana.

¡Anda! Lo permito. Si siempre me hubieses dirigido palabras tales, jamás hubieras sido ofendida por mis respuestas.

Te hablo, pues. Dices que mataste á mi padre. ¿Qué se puede decir más afrentoso, tuviera él razón ó sinrazón? Pero te diré que le mataste sin derecho alguno. El hombre inicuo con quien vives te persuadió é impulsó. Interroga á la cazadora Artemis, y sabe lo que castigaba cuando retenía todos los vientos en Aulis; ó más bien yo te lo diré, porque no es posible saberlo por ella. Mi padre, en otro tiempo, como he sabido, habiéndose complacido en perseguir, en un bosque sagrado de la Diosa, un hermoso ciervo manchado y de alta cornamenta, dejó escapar, después de haberlo muerto, no sé qué palabra orgullosa. Entonces, la virgen Latoida, irritada, retuvo á los aqueos hasta que mi padre hubo degollado á su propia hija por causa de aquella bestia fiera que había matado. Así es como fué degollada, porque el ejército no podía, por ningún otro medio, partir para Ilión ó volver á sus moradas. Por eso mi padre, constreñido por la fuerza y después de haberse resistido á ello, la sacrificó con dolor, pero no en favor de Menelao. Pero aunque yo dijese como tú que hizo aquello en interés de

Tomo II
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