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llante luz que su cabellera dorada besaba ansiosa del reposo, mas allí no podía dejar de chispear!

Melodiosas cuchicheaban las florecillas entre ellas, esa noche, y árbol con árbol susurraba; en muchos bosquecillos, por las estrellas iluminadas, hondonadas alumbradas por la luna, fuentes y cascadas sus musicales notas esparcían; empero entre los objetos materiales profundo silencio reinaba — hermosas flores, brillantes cataratas y alas de ángeles — y tan sólo los sonidos que del espíritu emanaban, podían acompañar el canto que entonaba la doncella:


"Bajo la campanilla ó la flámula, ó el silvestre pimpollo que resguarda al que sueña del rayo de la luna — ¡seres brillantes, que con pesados párpados meditáis en las estrellas que vuestra admiración de los cielos ha atraído, hasta que chispeantes en la sombra se deslizan y posan sobre vuestras frentes, cual los ojos de la doncella que ahora os llama, — ¡despertaos! dejad vuestras fantasías en alcobas de violetas, al deber consagrad estas horas alumbradas por estrellas; sacudid vuestras trenzas empapadas en rocío, apartad el hálito de esos besos. (¡Ah! Sin tí ¡oh, amor! ¿serían dichosos los ángeles?) Aquellos besos de verdadero amor, que os arrullaban y ador-