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Ricardo Palma

Y por el gallo de la Pasión que el bueno de Luis de Camoens no habría sido lisonjero, sino justo apreciador de la hermosura.

No embarganto que los casquilucios parroquianos de su tío la echaban flores y piropos y la juraban y perjuraban que se morían por sus pedazos, la niña, que era bien doctrinada, no los animú con sus palabras á proseguir el galanteo. Cierto es que no faltó atrevido, fruta abundante en la viña del Señor, que se avanzase á querer tomar la medida de la cenceña cintura de la joven; pero ella, mordiéndose con ira los bezos, levantaba una mano mona y redondica y santiguaba con ella al insolente, diciéndole:

—Téngase vuesa merced, que no me guarda mi tío para plato de nobles pitofleros.

Ello es que toda la parroquia convino al fin en que la muchacha era linda como un relicario y fresca como un sorbete, pero más cerril é incxpugnable que fiera montaraz Dejaron, por ende, de requerirla de amores y se resignaron con la charla sempiterna y entretenida del barbero.

¡Pero es un demonio esto de apasionarse á la hora menos pensada!

Puede la mujer ser todo lo quisquillosa que quiera y creer que su corazón está libre de dar posada á un huésped. Viene un día en que la mujer tropicza por esas calles, alza la vista y se encuentra con un hombre de sedoso bigoto, ojos negros, talante marcial...... y échele usted un galgo á todos los propósitos de conservar el alma independiente! La electricidad de la simpatía ha dado un golpe en el pericardio del corazón. ¿A qué puerta tocan que no contesten ¿quién es?

«Es el amor un bicho que, cuando picano se encuentra remedio ni en la botica. » Razón sobrada tuvo D. Alfonso el Sabio para decir que si este mundo no estaba mal hecho, por lo menos lo parecía. Si él hubiera corrido con esos bártulos, como hay Dios que nos quedamos sin simpatía, y por consiguiente sin amor y otras pejigueras. Entonces hombres y mujeres habríamos vivido asegurados de incendios. Repito que es mucho cuento esto de la simpatía, y mucho que dijo bien el que dijo:

«El amor y la naranja se parecen infinito:

pues por muy dulces que sean tienen de agrio su poquito.» Transverberación sucumbió á la postre, y empezó á mirar con ojos tiernos al capitán D. Martín de Salazar, que no era otro el que en el día que empieza nuestro relato prestó tan oportuno auxilio al tabernero. Terminada la pendencia, cruzáronse entre ella y el galán algunas palabras en