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paternal. Como al gran Maestro alguna vez se le vio sonreír, nunca se le oyó reir.

Así infiltró con paciente constancia infinita, sanos principios de moral cristiana, la más sólida base de toda educación.

¡Cuántas otras cien obras bellas podríamos recordar del primer maestro de escuela que abrió el libro en nuestras manos, venido al mundo en el último lustro del siglo XVIII! Ni la muerte concluyó su obra en proyecciones, aún en nietos y biznietos, luces que encendió aclarando el camino de la verdad y de la buena voluntad.


IV

El último día de la tiranía, fué el primero de nuestra libertad de escuelero, que en tal hora dejamos bancos con tanto cariño recordados. Las diez de la mañana sonaban á la sazón en la campana de Cabildo el día más caluroso, (3 de Febrero 1852), cuando al entrar á la Escuela de mala gana, cerraba sus puertas el mismísimo maestro, diciendo á los retardados: «Vuelvan ligero sin detenerse á sus casas». ¿Asueto impuesto? Sin averiguar el por qué volamos, bebiendo los vientos por esa larga y desierta calle Santa Clara, sorprendiéndonos el negro tambor que desde la