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Toda esa operacion de querer destapar á la china por tres veces y con intérvalos ¿no es una manifestacion de cierto temor á lo desconocido? Porque bien fácil le hubiera sido precipitarse de una vez.

Los ejemplos pueden multiplicarse, y, todos juntos, me han inducido á creer en lo que dejo dicho.

Cuando el Tigre no se ha cebado aún con la carne humana y puede elegir entre ésta y la de un animal, prefiere siempre esta última.

Asi, no es raro que los tigres, mas de una vez, hayan arrebatado de entre las carpas de expedicionarios ó soldados, á los perros que dormían junto á sus amos, sin hacer daño á éstos.

En Misiones se han presentado muchos casos de arrebatabas de perros, áun de entre la gente que se hallaba rodeando un fogon.

Un Tigre se había hecho tan práctico, que se recorrió diez y ocho campamentos yerbateros, en los cuales, á cualquier hora, saltaba dentro del círculo de personas y se llevaba los perros que, junto al fuego, se encontraban echados; era tan violento el bote que daba y tan rápida la accion, que pocas veces dió tiempo para que se repusieran de la sorpresa que producía.

El perro es su víctima predilecta. Cuando el noble animal le sigue el rastro, ladrando entre aquellos montes enmarañados, para obligarlo á trepar ó pararse, el Tigre, que es baqueano en la muerte de perros, se vale del siguiente ardid para cazarlo: Se deja perseguir por un gran trecho, y, en cierto momento, circunda algun tronco de árbol corpulento, detrás del cual espera á que pase el perro olfateando el suelo y aprovecha ese momento para tirarle un zarpazo á la cabeza.

El Tigre que no conoce todavía al perro, huye generalmente de él, y cuando éste está muy cerca y lo lleva acosado, trata, la mayor parte de las veces, de trepar á un árbol algo grueso para instalarse en una de las ramas transversas, mirando á su perseguidor, que queda abajo ladrando siempre, sin quitarle la vista, esperando á que lleguen los cazadores.

Lo que hay de interesante en esto, es que, áun los perros